Obama felicita en el Despacho Oval a los mejores jóvenes emprendedores de 2014. Foto: Casa Blanca. Foto: Pete Souza

Ben Rhodes Traducción de Teófilo de Loyola y Juan Rabasseda. Debate. Barcelona, 2019. 544 páginas. 24,90 €. Ebook: 12,99 €

La gran mayoría de las políticas son ajustes de cuentas, salpicadas aquí y allá por anécdotas jugosas dirigidas a aumentar las ventas y traicionar confidencias. No es el caso de este libro. Ben Rhodes (Nueva York, 1977), que fue asesor en política exterior de Obama, ha escrito un libro reflejo del presidente al que sirvió: inteligente, amigable, convincente e íntegro. El mundo tal y como es narra con honestidad e inmediatez una clásica historia de iniciación sobre la transición del idealismo al rea-lismo. No es un pesado libro de política. Abunda en anécdotas, pero estas esclarecen más que escandalizan. Incluso Donald Trump recibe un tratamiento no ácido, sino más bien de horrorizado asombro. En la época actual, la doctrina básica de la política exterior estadounidense debería ser hipocrática. Ante todo, no causar daño. Parafraseando el coloquial corolario de Obama, "no hacer estupideces". Su predecesor, George W. Bush, cometió uno de los errores más garrafales de la historia al entrar en guerra en Irak. Cuando accedió al cargo, la tarea de Obama consistió en rectificar las relaciones con los aliados que se habían opuesto a la guerra, así como con el mundo islámico, que veía en Irak el último acto de imperialismo occidental. Obama quiso cumplir esta misión a lo grande. "Deberíamos empezar por una historia del colonialismo", le dijo a Rhodes cuando este preparó el discurso que el presidente pronunció en El Cairo en 2009. La voluntad de Obama de ser honesto en lo que respecta al pasado imperialista de Occidente llevó a sus adversarios a acusarlo de que lo suyo era una "gira para pedir perdón", ignorando la otra mitad del mensaje, que le otorgaba un elegante equilibrio: "El islam tiene que reconocer la contribución de Occidente a la articulación de determinados principios universales". Pero Obama cometió errores de optimismo. Dio por sentado que el viejo orden despótico de Oriente Próximo estaba a punto de cambiar y subestimó el poder del tribalismo. Rhodes alimentó estas ilusiones junto con las asesoras de la Casa Blanca Samantha Power y Susan Rice, que profesaban un militarismo liberal algo distorsionado, la fe en la intervención humanitaria. La historia de cómo evolucionó Rhodes desde este idealismo hasta una visión más matizada del “mundo tal y como es” constituye el núcleo de este libro. "Yo formaba parte de un grupo de jóvenes empleados de la Casa Blanca que compartía el disgusto por la forma perversa en que estaba gobernado Oriente Próximo", cuenta el autor. Desde el principio, Obama se puso del lado de los idealistas, sobre todo cuando los manifestantes llenaron la plaza Tahrir de El Cairo en la primera oleada de la Primavera Árabe. Pero la postura de sus altos cargos era otra. El vicepresidente Biden y la secretaria de Estado Hillary Clinton le aconsejaban prudencia. Obama no debía apresurarse a derrocar a Mubarak. No había garantías de que lo que viniese a continuación fuese la democracia, y en efecto, la democracia acabó en la victoria electoral de la Hermandad Musulmana y en un golpe de Estado.

Rhodes ha escrito un libro reflejo del presidente al que sirvió: inteligente, amigable, convincente e íntegro

El mismo error se cometió en Libia. El dictador Muamar el Gadafi amenazó con masacrar a sus adversarios en Bengasi. Susan Rice comparó la situación con Ruanda, donde Clinton supuestamente "permitió" un genocidio. Samantha Power hizo llegar a Rhodes una nota en la que afirmaba que aquella "iba a ser la primera atrocidad en masa que tuviese lugar con ellos al mando". Rhodes coincidía con ella. "Deberíamos considerar", aconsejaba en su nuevo papel como asesor adjunto de Seguridad Nacional, "qué vamos a decir si decidimos no hacer nada". Sin embargo, la intervención militar y el derrocamiento de Gadafi trajeron el caos. Y el desorden más general en la zona trajo consigo revueltas y atrocidades en Siria, Yemen y Bahréin. Rhodes fue dándose cuenta poco a poco de que en el mundo se producían acontecimientos que escapaban a la influencia estadounidense. Cuando Bachar el Assad atacó con gas venenoso a la población, tanto Obama como Rhodes tenían dudas. El presidente había establecido el uso de armas químicas como "línea roja", y cuando Assad la traspasó, decidió no dar una respuesta militar. La descripción de Rhodes de estas deliberaciones es particularmente esclarecedora teniendo en cuenta los posteriores ataques con misiles de Trump. Obama calculó que cualquier acción militar podría conducir a una extensión de la guerra. Posiblemente tuviese razón, pero dio sensación de debilidad. Trump, por el contrario, la transmitió de fortaleza, aunque el efecto de sus ataques parece haber sido insignificante. En un instante memorable en plenas deliberaciones sobre qué hacer con Siria, Obama concluye su transición al realismo diciéndole a Rhodes: "A lo mejor nosotros nunca habríamos hecho nada en Ruanda... Es imposible evitar que la gente se mate así". Esta es la realidad de El mundo tal como es. A veces no hay elecciones buenas. Rhodes ofrece un retrato de Obama lleno de afecto y respeto. El presidente es moderado, reflexivo, sensato e imperturbable. Juega a las cartas en su tiempo libre, escucha música actual, lee sin parar y reflexiona sobre lo que lee (en especial sobre Sapiens, de Yuval Noah Harari). Es consciente de su papel histórico como primer presidente afroestadounidense, pero no está paralizado por la raza ni resentido. Sin duda, los partidarios de Trump interpretarán estas cualidades como indiferencia y falta de convicción y de fortaleza. Sin embargo, el carácter reflexivo de Obama condujo las más de las veces a la solución correcta o, como mínimo, a posiciones que no convirtieron en más peligroso un mundo explosivo. Rhodes actúa como un guía humilde y encantador a través de una presidencia sin precedentes. Escribe muy bien y no se venga de adversarios internos como Hillary Clinton o Stanley McChrystal. De hecho, es mucho más franco sobre sus propias debilidades. Bebe demasiado y fuma a escondidas. Y madura. Nunca pierde del todo su idealismo. En una época de política burda, es admirable cómo evita convertirse en un cínico. Por eso, logra algo excepcional tratándose de unas memorias políticas: escribir un libro humano y honesto. © New York Times Book Review