Domingo Villar

Diez años después del éxito de Ojos de agua y La playa de los ahogados, que el director Gerardo Herrero adaptó a la gran pantalla, Domingo Villar (Vigo, 1971) vuelve a la ría de Vigo con El último barco. Ambientada en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, el escritor regresa de la mano de Leo Caldas, el personaje que cautivó a cientos de miles de lectores y con la tranquilidad que le da haber escrito "el libro que quería haber escrito". Para ello se ha tomado su tiempo, ha escrito y ha reescrito, ha tomado notas, ha hecho planos de personajes, se ha documentado y ha esperado a estar seguro. "Para esta novela fueron a lo mejor cerca de dos años de escrituras fragmentadas previas antes de empezar a escribir la historia", comenta.



Pregunta. Han pasado diez años desde que publicó La playa de los ahogados, ¿por qué le llevó ese tiempo?

Respuesta. Bueno, uno se embarca en la escritura de un libro y sabe cuándo zarpa pero no tiene constancia de cuándo va a terminar. Yo, además, tampoco tenía un compromiso de tener un libro en un plazo determinado. Lo que quería era escribir el libro que quería escribir y no otro. El oficio literario está muy alejado de los relámpagos de creatividad y tiene mucho más que ver con dudar, con plantearse preguntas, con intentar responderlas y con ir puliendo las historias poco a poco. Ha llevado el tiempo que ha llevado. Hubo un primer manuscrito, prácticamente terminado, con el que no estaba completamente a gusto, sentía que le faltaba emoción.



P. ¿Lo reescribió entero?

R. Prácticamente. Hay pasajes que se mantienen y la historia es la misma pero está contada de otra manera. Creo que hay dos vínculos que buscaba establecer con el lector. Uno lo construye la voz y el otro la emoción. Quizás la voz no era la adecuada porque el libro a mí no me emocionaba y, sin emocionarme a mí, difícilmente iba a emocionar al lector. Pero después sí encontré la emoción que buscaba.



"Escribo en gallego y castellano a la vez. Tengo la suerte de poder contar con dos lenguas como un pintor que puede dominar el óleo y la acuarela."

P. Escribe en castellano y en gallego a la vez, ¿cómo es eso de escribir en dos lenguas? ¿No le ralentiza?

R. Voy avanzando en las dos lenguas y voy traduciéndome a medida que avanzo. No termino el libro en una lengua y después lo traduzco a la otra sino que voy avanzando casi capítulo a capítulo, porque traducir no es cambiar unas palabras por otras, es ir al sustrato del texto, descomponerlo y volver a armarlo otra vez y a mí me sirve para limpiarlo y corregirlo. Es un ejercicio que hace que el proceso sea un poco más lento y a mí me gusta más así. Tengo la suerte de poder contar con dos lenguas como un pintor que puede dominar el óleo y la acuarela y no quiero renunciar a ninguna de las dos.



P. Ha comentado que hasta no estar satisfecho con el resultado no quiso publicar El último barco, después de publicar las dos primeras, ¿llegó a arrepentirse por su resultado?

R. Después de publicar Ojos de agua sí me pareció que tenía un final excesivamente precipitado. En su momento pensaba que si a alguien le apetecía saber algo más del protagonista, ya habría tiempo de hacerlo más tarde, y quedó reducido casi exclusivamente a la trama. La playa de los ahogados y El último barco son novelas más de personajes. Hay una investigación policial que articula la historia pero más peso que la propia trama, o tanto como ella, lo tienen los personajes, los paisajes y los lugares.



P. En todo este tiempo, ¿qué evolución va a encontrar el lector en Leo Caldas?

R. Leo Caldas está en ese momento tan turbador para un adulto en el que los mismos padres, en los que uno tenía su refugio, empiezan a ser el objeto de inquietud. Empezamos a preocuparnos por las personas que nos ofrecían seguridad. Sigue siendo el solitario que era pero afronta nuevas aventuras, barcos emocionales que él tampoco sabe si serán el último como nadie lo sabe cuando cruza la pasarela de un muelle. Es un Caldas un poco más maduro, reflexivo y quizás, algo que hay en este libro, es que siente compasión por muchos de los personajes que deambulan por la novela.



P. Y, en cuanto a su forma de escribir, ¿nota algún cambio?

R. No demasiado. No hay un cambio drástico. Siguen obsesionándome algunas cosas como conseguir eso tan difícil como que el libro se lea con facilidad, que cuando uno se desliza por un lugar no se le enganche la ropa y que no haya aristas y que la superficie del tobogán quede perfectamente pulida. También me interesa encontrar vínculos emocionales con el lector.



P. ¿Cuál es su opinión de la situación de la novela negra? ¿Se ha avanzado mucho en el género?

R. La novela del género es un cajón de sastre demasiado grande. Cabe un crítico con el apartheid que se burla del racismo como James McClure, un semiólogo como Dürrenmatt o Umberto Eco cuando escribe El nombre de la rosa. Es demasiado amplio. Al final el caso policial es el que articula la historia pero en muchos casos no es más que la fórmula que encuentra un escritor para contar otras cosas que le interesan, para reflejar cómo es una tierra, la vida allí, o, en mi caso, cómo son los oficios que pasan inadvertidos, casi olvidados. Todo va tan deprisa que nos olvidamos que hay cosas que se hacen despacio y que necesitan calma y reflexión para poder hacerse. Es el caso de los ceramistas y de todos los maestros artesanos que trabajan en la Escuela de Artes y Oficios en la que trabajaba la mujer desaparecida cuya búsqueda estructura esta novela.



"La literatura es soledad, reflexión, duda y el cine es un trabajo que se hace en comunidad, es expeditivo, no permite las vacilaciones"


P. De hecho, es un género que suele incluir un trasfondo de denuncia social, ¿no?

R. Un poco. A veces de denuncia, a veces no sé si tanto de denuncia pero sí de retrato. Es más fácil encontrar las claves de la Transición española leyendo a Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán que leyendo los editoriales de los periódicos de la época. Uno se hace una composición de lugar mucho más fiel porque lo hace desde dentro. Los personajes literarios cuentan la vida desde sus tripas y así es más fácil entender cómo son las circunstancias de un contexto determinado. En mi caso hay un retrato de una sociedad y una denuncia de algunas circunstancias pero también hay un juego intelectual con el lector al que tampoco renuncio.



P. La playa de los ahogados fue además adaptada al cine, ¿qué le pareció aquella experiencia?

R. Es un trabajo muy complejo el de un director de cine. Por un lado, aquello era una novela bastante extensa. En cierta medida se desnaturalizaba al comprimirla en una película de metraje razonable, quedaba fuera del objetivo todo lo que no fuese directamente el caso policial porque no había espacio para contar más. Parecen que son mundos narrativos que van de la mano pero son enormemente disímiles. La literatura es soledad, reflexión, duda y el cine es un trabajo que se hace en comunidad, es expeditivo, no permite las vacilaciones. En la literatura uno puede tomarse el tiempo que necesite para corregir un pasaje hasta que esté satisfecho. Un director de cine rueda en un escenario determinado y tiene las tomas que tiene. Sean buenas o no.



P. Y, ¿adaptaría El último barco?

R. No. Tampoco cabe. Si a La playa de los ahogados le quedaba muy estrecha la chaqueta de película a El último barco más. No veo posible que se pueda hacer una película de una novela así sin dejarse fuera una parte fundamental de la historia.



@mailouti