Ángel Gómez de Ágreda

En 2019 se cumplen 70 años de la publicación de 1984 y la mitad, 35, desde que pasamos ese horizonte temporal en el que George Orwell situó la novela distópica por antonomasia. Ese mundo que imaginó el escritor británico sigue siendo la alegoría más utilizada para señalar los peligros actuales en materia de manipulación informativa, control de la opinión pública y pérdida de privacidad.



Aprovechando el tirón de la efeméride, se presenta en las librerías Mundo Orwell. Manual de supervivencia para un mundo hiperconectado (editorial Ariel), un ensayo escrito por uno de los mayores expertos españoles en ciberseguridad, el coronel del Ejército del Aire Ángel Gómez de Ágreda, que ha sido jefe de cooperación del Mando Conjunto de Ciberdefensa y representante de nuestro país en el Centro de Excelencia de Cooperación en Ciberseguridad de la OTAN. A pesar del título del libro, su autor reconoce que el mundo actual se parece más al de otro icono de la literatura distópica: Un mundo feliz, de Aldous Huxley, donde los ciudadanos entregaban alegremente su individualidad y su capacidad de crítica a cambio de un mundo de hedonismo artificial. "Los estímulos que hoy nos empujan a ser más uniformes se basan más en los premios que en los castigos, mediante las llamadas mejoras de la experiencia del usuario", señala Gómez de Ágreda en entrevista con El Cultural.



Sin embargo, el militar y escritor subraya algunos paralelismos evidentes entre el mundo real y el imaginario de Orwell: "En 1984 hay en todas las estancias una cámara y un micrófono vigilando permanentemente; ahora con los teléfonos móviles transmitimos voluntariamente en directo para quien quiera verlo. Incluso con los mayordomos digitales como Alexa o Echo, tenemos lo mismo que con las cámaras de 1984 pero encima pagándolas nosotros", afirma el coronel. "Los Estados y las grandes corporaciones tienen acceso a la información de los ciudadanos y configuran nuestra forma de pensar. Por otra parte, en el mundo de Orwell retocan la historia para acomodarla al presente. Aquí ocurre algo similar, pero no se modifican las hemerotecas, sino que se moldea la realidad a base de tuits en tiempo real".



Pregunta. Menciona a los Estados y a las grandes corporaciones. ¿A cuál de los dos grupos deberíamos tener más miedo?

Respuesta. A mí me preocupa la pérdida de individualidad del ser humano, no tanto el Estado o las corporaciones en sí. Tenemos un vínculo con el Estado por el cual él se encarga de proporcionarnos seguridad y a cambio nosotros cedemos parte de nuestra libertad. Eso es así desde antes de Rousseau, que estableció el contrato social. Sin embargo, las corporaciones usurpan el papel de los Estados sin haber sido elegidas y sin que reviertan en nosotros algunas de las ventajas. En las películas que describen un futuro distópico casi siempre hay una empresa que controla la situación, como en Robocop o Terminator, y el Estado viene a ser el proxy que actúa en el ámbito del derecho internacional y el que asume la responsabilidad de los problemas que causan esas empresas. Estamos llegando a un mundo en el que las empresas transnacionales tienen tanto poder que los Estados se ven subordinados a sus decisiones.



P. ¿Detrás de este libro hay un militar, un sociólogo, un tecnólogo, un filósofo o una mezcla de todo ello?

R. En Linked In me defino como ‘integrador de conocimientos y disciplinas'. Mi vocación es ser generalista, integrar estudios y lecturas de muchas disciplinas para conseguir una visión de conjunto. El libro es denso porque quiere dar una visión de conjunto para entender la realidad. El lector puede profundizar en cada uno de los temas que trato, para ello incluyo más de 200 referencias. Pero sin tener una visión de conjunto de la situación, de los riesgos y las oportunidades, es difícil decidir hacia dónde ir. El mundo físico ha estado ahí siempre, pero el ciberespacio lo inventamos nosotros.



P. En cuanto a la pérdida de la individualidad, dice que uno de los beneficios de la tecnología es que ya no hace falta seguir al rebaño principal, sino que cada uno puede encontrar gente con sus propios intereses en cualquier punto del planeta. Pero aunque sean alternativos y más pequeños, ¿no siguen siendo rebaños?

R. Puedes configurar tus intereses y encontrar un grupo en Facebook o donde sea que se adapte a ellos. Pero eso lo que hace es crear comunidades cerradas que solo ven una parte de la realidad y no son capaces de ver más allá de sus intereses. Si solo escuchas un tipo de música, podrás hacerte un experto en ella, pero tu gusto musical se radicalizará y serás incapaz de apreciar la belleza de otros géneros. Eso limita nuestra capacidad para elegir y crecer como seres humanos.



P. ¿Qué papel juegan los algoritmos en todo ello?

R. A quién no le ha pasado entrar en YouTube para ver un vídeo y tres horas después estar viendo una cosa absolutamente distinta sin saber cómo ha llegado a ella. Hay estudios que demuestran que te dirigen en función de cómo reaccionas a un vídeo. Eso hace que incidamos más en un tipo de contenidos y perdamos la capacidad para evolucionar y cambiar nuestros criterios. Eso nos lleva a otro concepto, los egoritmos. El egoísmo nos lleva a cada uno al deseo de destacar, así que dentro de nuestro pequeño grupo, nuestro deseo de destacar fomentará que nuestro discurso sea un poco más radical que el de la mayoría. Eso escorará al grupo entero hacia una narrativa más radical. Eso ha ocurrido, por ejemplo, con los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos en los últimos años.



P. El auge de las redes sociales ha influido en la comunicación de los políticos, que se expresan cada vez más con frases cortas y sentenciosas al estilo Twitter.

R. Nos molesta cuando nos dicen que tenemos memoria de pez, pero técnicamente es así. Nuestra capacidad de atención dura entre 5 y 9 segundos. Lo que no hayas captado en ese momento, lo pierdes. La televisión es un ejemplo claro: lanzas un mensaje muy concreto y claro y a partir de ahí profundizas en él, pero la idea principal la tienes que haber lanzado en esos cinco segundos. Ahí entra el juego el algoritmo populista: lanzas un mensaje provocador que no tiene por qué ser cierto, pero alguien va a reaccionar y a difundir ese mensaje, consiguiendo que ese mensaje tenga eco y se multiplique solo por ser provocador. No se trata de lanzar mensajes constructivos, sino que te den visibilidad, que te pongan en el candelero. Un ejemplo claro es la campaña electoral de Trump en 2016. Consiguió que se hablara de lo que él quería al emplear frases cortas, provocadoras, difíciles de rebatir. Si lo quieres rebatir debes hacerlo de forma inmediata para que no cale en el subconsciente del votante, y con un mensaje exactamente igual de condensado para que la gente lo lea. No sirve rebatir algo en tres páginas que nadie va a leer, necesitas una frase igual de pegadiza y que se viralice igual y además en el mismo medio. Eso requiere de un tipo de profesional muy distinto. Los políticos de ahora son muy distintos porque el medio es muy distinto, igual que las generaciones cambian con la tecnología. El ciberespacio introduce la inmediatez, la ubicuidad. Lo queremos todo y lo queremos ya, como Freddie Mercury, y en cinco minutos ya estamos en otra cosa.



P. También habla de los todólogos que han proliferado en el mundo virtual, especialmente en Twitter. ¿Se está perdiendo la reflexión pausada?

R. No es culpa de Twitter, sino del mismo medio informático y su inmediatez, de la infoxicación. El hecho de que cada cinco minutos cambie nuestro foco de interés te obliga a dar una respuesta inmediata, no te puedes parar a estudiarla ni a elaborarla, y eso ha tenido su traslación en el mundo de la política con los hechos alternativos. Pensemos en las declaraciones de Rudy Giuliani (abogado de Trump y exalcalde de Nueva York) diciendo que "la verdad no es verdad". De modo que cada uno expone su verdad y en la medida en que seas capaz de conseguir el consenso de la comunidad digital, pasará a ser la verdad para ese grupo.



P. Entonces, ¿podemos decir que el Ministerio de la Verdad es, de los cuatro orwellianos, el que más se parece al mundo real?

R. Es la madre de todos los ministerios, el prerrequisito para que los demás puedan actuar, a partir de la capacidad de manipular la información y negar la realidad.



P. Hay quien desconfía de los medios tradicionales pero da crédito a cualquier bulo que le llega por Whatsapp. En temas de manipulación informativa y ciberseguridad parece imperioso atajar el analfabetismo digital que impide discernir la fiabilidad de las fuentes.

R. Un buen amigo mío, antiguo Guardia Civil (Angelucho es su nombre en Twitter), habla de huérfanos digitales para referirse a las generaciones que no hemos tenido una anterior que nos pudiera formar en el mundo digital. Lo hemos ido descubriendo sin referencias previas. Para mí es fundamental en esto el papel de la prensa. Los medios de referencia deben estar menos pendientes de la inmediatez y más de la solvencia de la noticia. Tener un anclaje a la realidad se ha convertido en algo fundamental. Las redes, al considerar que no son medios de comunicación, lo que hacen es esquivar cualquier responsabilidad ética sobre la información que los usuarios vierten en ellas. Necesitamos a alguien que sí se haga responsable, alguien que nos dé al menos un discurso, al menos una verdad. Si te preocupa un mundo dictatorial con una sola verdad, imagínate un mundo sin ninguna verdad, en el que todo sea cuestionable y en el que nos movamos en el vacío, sin ninguna verdad en la que apoyarnos.



P. Hay mucho miedo hacia la destrucción de empleos que supuestamente generará el avance de la inteligencia artificial, pero usted se muestra optimista y dice que acabará generando más empleo.

R. Soy optimista con respecto al resultado final y tremendamente pesimista con respecto a la transición hasta llegar a ese momento. Entre otras cosas tendremos que repensar las estructuras educativas para volver a formar a una gran parte de la población adulta. Muchas tareas se van a automatizar, sobrará mucho tiempo y se necesitará que ese personal esté haciendo otras cosas distintas. Ya no nos sirve esa formación universitaria con la que se podía vivir los siguientes 30 años, sino que cada cuatro o cinco años tendremos que adquirir nuevas capacidades. Tenemos que tener una visión multidisciplinar o nos convertiremos en meros robots humanos, prescindibles y posiblemente muy baratos. Se están cambiando las estructuras educativas pero nos queda mucho trabajo por hacer en ese sentido.



»Todo eso nos dejará más libertad para realizar labores creativas y en un momento dado apoyarnos en la productividad de los robots para generar los productos que necesitamos y permitir que los humanos nos dediquemos a otro tipo de actividades, incluso de forma voluntaria si se pusiera en marcha un experimento como el que ha habido recientemente en Finlandia, estableciendo una renta básica universal que permitiría que tú no te vieras forzado a trabajar en cualquier cosa para subsistir y solamente trabajases en función de lo que quisieras mejorar tu calidad de vida o de lo que quisieras aportar en algún campo concreto. Escribir un libro, por ejemplo, se sale de lo que es mi trabajo, no es algo de lo que pretenda comer, sino que es una aportación que hago por una inquietud personal. Si entendemos bien la inteligencia artificial y aplicamos bien los criterios para controlarla, nos hará mucho más humanos, nos librará de la maldición bíblica de ganarnos el pan con el sudor de la frente y podremos dedicarnos a ser un poco más dioses.



P. En España algún partido ha propuesto implantar la renta básica universal. ¿Sería viable hoy? También hay quien dice que el carácter mediterráneo haría que muchos se conformaran con esa paga y prefiriesen no trabajar.

R. Es prematuro porque necesitamos apoyarnos en la capacidad de los robots para suplir esas tareas que nosotros dejaríamos de hacer, pero está muy bien que se vayan haciendo esos experimentos, el problema es que estos se llevan a cabo en comunidades muy pequeñas, lo cual les resta realismo. Con respecto al carácter mediterráneo, discrepo absolutamente. Creo que precisamente los mediterráneos somos de los más creativos de Europa. En España hay talento sobrado, lo vemos continuamente, por ejemplo en la reciente noticia de la posible cura del sida, en cuyo equipo hay científicos españoles. Lo que nos falta quizá es capacidad de liderazgo y organizativa y de financiación, pero no el entusiasmo ni el talento para hacerlo.



P. En cuanto a la legislación relativa a la inteligencia artificial, dice que no le parece bien la idea de la Unión Europea de dotar de personalidad jurídica a las máquinas, y que le parece más necesario regular mejor la responsabilidad de las personas que las diseñan.

R. Yo entiendo que las máquinas no pueden tener personalidad jurídica ni ética en absoluto. Eso tiene que permanecer en las personas, en primer lugar por una cuestión de dignidad humana, porque eso nos equipararía a las máquinas. Y por otra parte, dotar de personalidad jurídica a una máquina lo que pretende es esquivar la responsabilidad humana en los actos que cometa la máquina. A partir de ahora no solo tendremos que distinguirnos de los seres vivos no racionales, sino también de las máquinas racionales pero no vivas. Somos el vértice del triángulo que debe estar en la cúspide.



P. ¿Cuál es su primer consejo para que individualmente empecemos a mejorar nuestra privacidad y la ciberseguridad?

R. El primero, leerse el libro. Y lo digo en serio, porque da una visión de conjunto de dónde estás viviendo y dónde vas a vivir. Debemos entender el ámbito en el que vamos a vivir para construirlo a la medida del hombre. Tenemos que pensar que en ese mundo lo fundamental son las conexiones, no puedes renunciar a ellas pero tienes que saber distinguir cuál es tu valor añadido fundamental para preservarlo. No puedes proteger la lanza ni la punta de la lanza, pero sí la punta de la punta de la lanza; eso tiene que ser privado. En el caso de las empresas, tienes que mantener en privado tu propiedad intelectual diferencial para evitar caer en la irrelevancia y convertirte en un dato más.



P. ¿Cuáles son los principales retos en materia de ciberseguridad de los ejércitos del mundo y de España en particular?

R. Es fundamental la generación y la retención del talento, en cuestión tecnológica pero también psicológica, sociológica y geopolítica. Se calcula que ahora mismo hay en el mundo una escasez de entre dos y tres millones de personas expertas en ciberseguridad, y entre 600.000 y 700.000 en Europa. Aún no hay un grado universitario en ciberseguridad; hay proyectos para crear alguno con el objetivo de formar a la gente desde el principio específicamente en esto. Ahora hay algún máster pero normalmente se suelen centrar en aspectos más técnicos, hay pocos de carácter transversal. Hay muchos problemas a la hora de generar el talento y va a haber muchos a la hora de retenerlo porque va a haber mucha competencia por parte de empresas y organismos. El segundo reto tiene que ver con el I+D, debemos desarrollar nuestras propias plataformas y aplicaciones y estar un paso por delante de la competencia. Es la única manera de ser tú quien controle el entorno en el que estás. Si los equipos, plataformas y programas que usamos vienen de fuera, es decir, si hay terceros implicados, lógicamente vas a estar en sus manos.



P. En su libro habla también de las nuevas ciudades hiperconectadas. ¿Cuáles son los desafíos en este terreno?

R. Es un tema del máximo interés. Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, pero dentro de cinco o diez años será el 80%. Vamos a vivir como en las películas de ciencia-ficción, en un entorno urbano muy concentrado, lo cual tiene ventajas enormes con respecto a la acumulación de talento, de financiación. Es el ecosistema perfecto para una empresa o un Estado, ya que lo tiene todo agrupado. Una ciudad como Shanghái tiene ahora en su entorno una población equivalente a las de España, Francia y Holanda, reunidas en la extensión de Holanda. Ahí hay un potencial tremendo para explotar, pero con estas nuevas ciudades lo que estamos creando son máquinas estupendas que muchas veces pueden dejar fuera al ciudadano. Es fundamental a la hora de diseñar las ciudades que se haga pensando en el hombre. No puede ser que haya ciudades que dedican 18 veces más espacio a los coches que a las personas. Debe volver a ser el hombre y no el coche la medida de todas las cosas. Es importantísimo en el nuevo diseño de las ciudades, como en el proyecto Madrid Nuevo Norte. El ser humano es quien tiene que estar cómodo y vivir dignamente en ese entorno.



@FDQuijano