Rosa Montero en la presentación de El arte de la entrevista. Foto: F.D.Q.
De la más gratificante -a Paul McCartney- a la más tensa y desagradable -a Yasir Arafat-, la periodista y narradora Rosa Montero (Madrid, 1951) ha recopilado 28 de sus más emblemáticas entrevistas de personalidad, de las aproximadamente 2.000 que ha realizado a lo largo de cuarenta años de carrera, en el libro El arte de la entrevista, publicado por la editorial Debate.Curiosamente, como contó en una clase magistral del máster de El Cultural, Montero debutó como narradora en 1979 en la editorial Debate, que le encargó un libro de entrevistas. Pero ella, en su lugar, propuso una novela (Crónica del desamor), así que aquel libro de entrevistas nunca llegó a existir. "Se puede decir que 40 años más tarde he cumplido finalmente con el encargo", ha bromeado la escritora este martes en una rueda de prensa en el Café Comercial de Madrid.
El arte de la entrevista abre boca con un Luis Miguel Dominguín crepuscular, frívolo y cínico, que atendió a Montero, como en ocasiones anteriores, tumbado en la cama para ocultar con un aire de excentricidad su depresión. Después van desfilando figuras clave de la política internacional del siglo XX como Margaret Thatcher, el ayatolá Jomeini, Indira Gandhi o el mencionado Arafat; del panorama político español, como Santiago Carrillo, Manuel Fraga y Josep Tarradellas; importantes escritores como Julio Cortázar, Martin Amis, Doris Lessing, Orhan Pamuk, Javier Marías y Mario Vargas Llosa; y otras celebridades como Harrison Ford, Lou Reed, Prince, Pedro Almodóvar o Montserrat Caballé -otro hueso duro de roer-.
"Este es un libro de mi vida y de la vida de todos", ha definido la autora. Confiesa que se quedó "helada" al comprobar el paso vertiginoso del tiempo al revisar estas entrevistas, que, por supuesto, ha dejado intactas, tal y como se publicaron en su día en las páginas de El País, medio en el que trabajó desde su fundación en 1976. También se ha percatado de cómo ha cambiado la percepción que todos tenemos de la madurez. "Yo pensaba que eso de que los 50 son los nuevos 30 era una mentira piadosa, pero realmente es cierto". Al releer estas conversaciones, Montero dice haberse encontrado con muchos entrevistados que a los 50 años se sentían ya ancianos. En este sentido, también le ha chocado comprobar el asombro que sintió entonces -lo expresó varias veces en la entrevista- al ver lo bien que se conservaba Tina Turner, que en ese momento también rondaba la cincuentena, "algo que hoy nos parece absolutamente normal en una persona de esa edad".
Montero, que además de periodismo estudió psicología, considera que el factor clave para hacer una buena entrevista es "sentir una sincera curiosidad por el personaje". También recomienda, aunque suene a oxímoron, "una distancia empática". Distancia para "enfriar las emociones", tanto las positivas (y no caer en el embelesamiento) como las negativas, "en caso de que el personaje entrevistado te haya caído fatal, ya que ha podido tener un mal día". Y empatía para intentar "ver el mundo como tal y como lo vive el entrevistado". Un ejemplo: "Lou Reed me dijo que había dejado la heroína porque se lo había ordenado una voz desde el asiento trasero de su coche (vacío). Desde ese momento tienes que continuar la entrevista adoptando el punto de vista de alguien que considera normal que algo así pueda suceder", asegura.
La de la empatía, asegura, es una de las dos vías disponibles para afrontar este tipo de entrevistas. La otra es la del enfrentamiento y el debate. Aunque ella ha practicado las dos variantes, dependiendo del entrevistado y de los derroteros de la conversación (en el caso de Pamuk, por ejemplo, se ve una fructífera combinación de ambas, un amistoso tira y afloja), dice haberle sacado más partido siempre a la vía de la empatía. Con ella puedes conseguir "que, como un caracol, empiece a asomar de la concha el cuerpecito blando. En esos momentos pones cara neutra y no quieres ni respirar para no fastidiar el momento".
"Un trabajazo ímprobo"
La periodista preparaba concienzudamente cada una de estas entrevistas, como cuenta en el prólogo, leyendo todos los libros que el entrevistado había escrito o los que otros habían escrito sobre él. Tenía cada dato de la biografía del personaje en la cabeza, y las preguntas memorizadas, para poder reaccionar con agilidad a sus respuestas."Era un trabajazo ímprobo", asegura. Además de esa documentación exhaustiva, señala la propia tramitación de las entrevistas, que podía convertirse en una burocracia agotadora -en el caso de Arafat tuvo que insistir durante dos años-, la documentación exhaustiva, el "pelotazo" de adrenalina de la entrevista, la transcripción de la cinta -"una de las tareas más ingratas"- y luego la "pelea" con la escritura, que consistía sobre todo en "cortar, cortar y cortar".
Por todo ello da por más que cerrada su faceta de entrevistadora. "No haría una excepción con nadie. La hice por Malala [la activista pakistaní Malala Yousafzai, a la que entrevistó en 2013, un año antes de que recibiera el Nobel de la Paz] y no volvería hacerlo. Ahora prefiero emplear todo ese tiempo en otra cosa. Por ejemplo, tengo en casa varios miles de libros por leer, sé que no voy a poder leerlos todos en lo que me queda de vida y eso me da una pena tremenda".
"Hoy se le da menos espacio a las entrevistas. En los 70 y 80 la entrevista era un género rey en la prensa escrita. Gustaba mucho, se leía mucho. Ahora hemos perdido la calma mental necesaria para hacer estas entrevistas de personalidad largas. Es una cosa increíble, porque el formato digital permitiría un espacio mucho mayor, pero lo que no tenemos es espacio mental ni paciencia. Los últimos estudios demuestran que nos pasamos entre cuatro y cinco horas al día con los smartphones, distribuidas en 80 conexiones de media. Es terrorífico lo que esto nos está provocando en la cabeza. Yo, que siempre tuve una gran capacidad de concentración, la estoy perdiendo. En cerebros jóvenes esto puede ser tremendo".
La peor y las dos mejores
"Horrible. Imposible". A la autora se le cambia el gesto cuando recuerda la entrevista que le hizo al líder palestino Yasir Arafat en 1989, "cuando todo el mundo lo quería matar". Cuenta Montero que estuvo una semana recluida en el hotel, esperando a que la llamaran en cualquier momento. Un día la avisaron a las 4 de la mañana, la recogieron en coche, cruzó la capital de Túnez hasta una especie de búnker custodiado por acólitos armados con rifles Kalashnikov, y antes de atenderla a ella vio cómo Arafat despedía furibundo a un periodista suizo. Cuando finalmente se dirigió a ella, le concedió solo dos minutos, a lo que la entrevistadora se negó, ya que necesitaba más tiempo. Quedaron entonces en verse en otro momento, y Montero tuvo que regresar a su hotel y seguir esperando varios días más. Finalmente, cuando se produjo la entrevista, Montero se topó con un personaje "falso y correoso", que contestaba con evasivas y dando doctrina. A la quinta pregunta, después de insistir para que no se fuera por las ramas, Arafat dio por terminada la entrevista. "Nadie puede sobrevivir intacto a una vida en la que durante décadas todo el mundo te quiere matar y rodeado de una corte de fanáticos absolutos que darían la vida por ti y que jamás te critican nada. Es difícil mantener la cordura en esas circunstancias", disculpa la periodista.En cambio, recuerda como una de las más gratificantes la entrevista que le hizo a Muhammad Yunus, banquero bangladesí, Premio Nobel de la Paz, que inventó los microcréditos. "Es una persona que derrocha inteligencia, modestia y dulzura". Si con Arafat tuvo la sensación de estar ante "una de las personas más siniestras del mundo", con Yunus sintió lo contrario: que estaba "con uno de los grandes benefactores de la humanidad".
También le marcó entrevistar, en su granja del condado de Sussex, a Paul McCartney, de quien había estado "enamoradísima" cuando tenía 12 años. Por aquella época, en el estudio que había construido en el granero, el ex beatle estaba grabando su disco Flowers in the Dust. Aquel día solo atendió a una periodista norteamericana del programa US Today y a Rosa Montero, mientras su esposa, Linda, les servía té con pastas. Recuerda a un personaje envejecido ("como si fuera un muñeco de cera derretido" y sin embargo "muy vivo, muy normal y encantador", que no casaba con la imagen de un ídolo de masas de semejante calibre.
Montero no guarda archivo alguno de todas las entrevistas que ha realizado a lo largo de su carrera. Muchas las ha perdido, de otras apenas recuerda nada. "Después de pasar tanto tiempo preparándolas, cuando las entregaba las borraba de mi cabeza para dejar sitio a la siguiente", explica. Solo le apena no haber podido encontrar una que le hizo a Orson Welles para la revista Fotogramas. "No recuerdo casi nada de aquella entrevista, pero durante mucho tiempo me dijeron que iba por ahí diciendo que yo era una hija de puta", confiesa riéndose.
@FDQuijano