No es posible acabar de leer esta novela sin sentir la intensidad de tantas paradojas alojadas en ella: trata de una mujer acobardada y valiente en un país mestizo y extraño, acogedor con quienes llegaron buscando el fin del mundo pero convertido, con los años, en un escenario terrible, más parecido a la intendencia de una guerra que a la vida. Trata de mujeres y recuerdos, del olvido que se resiste a cargar a cuestas con tanta memoria; de una realidad que arruina certezas y convierte las intenciones en ruinas. De arraigo y desarraigo. Y no es posible dejar de pensar en cuántas historias documentadas en la realidad social y familiar de esta joven periodista venezolana, Karina Sainz Borgo (1982), han podido encontrar su lugar en La hija de la española, su primera incursión en la ficción: dulce y amarga, encantadora y terrible, desconcertante y absorbente. ¡Léanla!
¿Por donde empezar a recomendarla? En primer lugar por razones sostenidas en un argumento imaginativo, audaz y resolutivo. La acción se inicia con Adelaida Falcón en el entierro de su madre, su única familia en Caracas, donde ella nació y donde su madre fue maestra. Con 38 años, lecciones vitales aprendidas de su madre y la amargura desencadenada por la impotencia frente a la barbarie, siente que su mundo se desmorona en medio de una ciudad tomada por una violencia incontenible. Con tal estado de ánimo regresa a su casa y se encuentra ante una situación inaudita: la han invadido quienes obtienen provecho de esa revolución que permite saquear y arrasar sin control.
¿Por dónde empezar a recomendar esta novela? Quizá por razones sostenidas en un argumento imaginativo y audaz
Descorazonada, busca refugio en la puerta de al lado, la de Aurora Peralta, a quien en el vecindario conocen como “la hija de la española”, y la halla muerta, y a su lado, como una trágica ironía que marcará el porvenir de esta historia, una carta comunicándole la concesión del pasaporte español. ¿Cómo no pensar en usurpar su identidad y acariciar la posibilidad de servirse de su historia para dejar ese infierno? ¿Por dónde empezar a construir la mentira? ¿Y cómo esquivar los obstáculos físicos y morales con los que debe lidiar desde entonces?
Las respuestas son parte de la narración que la propia protagonista hace de los hechos, y suman razones que alientan la lectura. Técnicamente se sostiene en un equilibrio de fuerzas nada fácil de manejar: la historia descansa en la voz de Adelaida, pero la intensidad de tanto infortunio necesita del ritmo de la memoria para sacudirse el dolor, lo que da entrada a recuerdos familiares heredados, infortunios que marcaron su vida y al relato que va componiendo con retazos de cartas, fotografías y documentos de la vida de Aurora, a quien apenas trató y cuya biografía debe aprender mientras se despoja de la propia.
La intriga es un valor añadido en una novela que reúne documentación y rigor, no exento de emoción, sobre esa ficción que trata de un país querido y temido por cargar a cuestas con un régimen totalitario que lo ha roto. Siente Adelaida que el desenlace de su historia no es decisión suya sino del miedo. Sobrevivir es parte del horror que viaja con quien escapa. Otra razón para saber hasta dónde llegará. Y sí, se le puede anunciar al lector que el final hace justicia (poética) a la novela, al congelar su imagen, incapaz de ir más allá de unos puntos suspensivos.