Ida Vitale en la Residencia de Estudiantes

Reunión

Erase un bosque de palabras

una emboscada lluvia de palabras,

una vociferante o tácita

convención de palabras

un musgo delicioso susurrante

un estrépito tenue

un oral arco iris

de posibles oh leves leves disidencias leves

érase el pro y el contra,

el sí y el no,

multiplicados árboles

con voz en cada una de sus hojas.



Ya nunca más, diríase,

el silencio.



Elijo este poema por varias razones. Una, porque siempre lo escucho, es decir, me lo digo a mí misma en algunas reuniones familiares... Dos, la imagen del bosque de palabras me penetró tan profundamente que hasta me permitió “ver” las diferentes lenguas de esa manera. Tres: La asombrosa música de cada verso, el ritmo, los sonidos y las imágenes. Por último, el contragolpe de las dos líneas finales cierra el poema en forma perfecta. Circe Maia




Cuernos de caza los recuerdos

Cuernos de caza los recuerdos

¿qué cazan, cielos, los recuerdos?

Cielos y solitarios sueños cazan,

lo irrepetible, mar amantes.

Llegan y abren las ventanas

que dan y niegan los despojos,

en sombras íntimas insisten

contra el tiempo que trae derrumbes,

caídas-crepúsculos de breves dioses.

Cuando la caza al fin concluye

y aun las estrellas están muertas,

lejos se extinguen los recuerdos.




En el libro Acto de conciliación (1984), Ida Vitale dialoga con otros poetas. Cuernos de caza los recuerdos, es un verso de Apollinaire. Le oí leer este poema a principios de los años 90, en Austin, en un viaje que compartí con Ángel González. Pienso en lo irrepetible, en los derrumbes del tiempo, en el brillo de lo que permanece después de extinguirse. Luis García Montero




Justicia

Duerme el aldeano en un colchón de heno.

El pescador de esponjas descansa

sobre su mullidísima cosecha.

¿Dormirás tú, en lenta flotación,

sobre papel escrito?



En los cinco versos de “Justicia”, de Parvo Reino (1984), Vitale consigue condensar un debate inagotable en torno a la inutilidad y precariedad del ejercicio literario. Más allá, creo que en él afirma su propia poética, que comparto: escribir es justicia, incomodidad, incertidumbre. Rosa Berbel




La palabra

Expectantes palabras,

fabulosas en sí,

promesas de sentidas posibles,

airosas,

aéreas,

aireadas.

ariadnas.



Un breve error

las vuelve ornamentales.

Su indescriptible exactitud

nos borra.




Cuando surge el nombre de Ida Vitale, mi pensamiento se va hacia este breve poema suyo en el que destella el poderoso núcleo de toda su poesía. Ahí está la honradez, el sentido común -esa poderosa simultaneidad de inteligencia y humildad- y la alegría. Ninguna concesión a lo grande y hueco. Una poesía que sabe que un mal poema ensucia el mundo. Joan Margarit




La palabra infinito

La palabra infinito es infinita,

la palabra misterio es misteriosa.

Ambas son infinitas, misteriosas.

Sílaba a sílaba intentas convocarlas

sin que una luz anuncie su dominio,



una sombra señale a qué distancia de ellas

está la opacidad en que te mueves.

Van a algún punto del resplandor y anidan,

cuando las dejas libres en el aire

esperando que un ala inexplicable

te lleve hasta su vuelo.



¿Es más que su sabor el gusto de la vida?




No hay miedo, ni engaño en la cristalina voz de Ida Vitale que intuye cuanto el infinito -concepto inabarcable pero que tiende a la totalidad- comporta, y que también afecta a la palabra. Así, en Procura de lo imposible (1998), hallamos este poema. Clara Janés




Patrimonio

Sólo tendremos lo que hayamos dado.

¿Y qué con lo ofrecido y no aceptado,

qué con aquello que el desdén reduce

a vana voz, sin más,

ardiente ántrax que crece,

desatendido, adentro?



La villanía del tiempo,

el hábito sinuoso

del tolerar paciente,

difiere frágiles derechos,

ofrece minas, socavones, grutas:

oscuridad apenas para apartar

vagos errores-



El clamor, letra a letra,

del discurso agorero

no disipa ninguna duda;

hace mucho que sabes:

ninguna duda te protege.



Su indescriptible exactitud

nos borra.




La poesía de Ida Vitale tiene el brillo de un relámpago detenido en el agua o en el cielo. En sus jardines canta el silencio, cauto o atroz silencio, como frotar un trozo de ambar y que surgiera de él la magia de las “insistidas” palabras, así fuesen las de un místico español del siglo XVI. La finura y sensibilidad de sus poemas es tan limpia como de arroyo claro o tener el corazón de un colibrí entre las manos teniendo el latido del universo en nuestra laringe. “ Solo tendremos lo que hayamos dado”, nos dice en el poema “Patrimonio”. Y tanto nos ha dado ella en su escritura que nos ha llenado la vida de árboles, tierras, aves. Y todo lo ha vuelto sagrado. Isla Correyero




Despedida

La piel no dijo adiós;

La mano fue a negar el vacío,

La mirada siguió mirando,

Quiso argüir

Desesperadamente.

Fue la alondra

O que pájaro siniestro.

Algo gritó muy lejos de nosotros

Y se partió la tierra

En dos mitades




Entre los poemas de Ida Vitale elijo uno muy breve, que bien podría ser un poema de amor. Se llama “Despedida” y comienza “La piel no dijo adiós”. Con muy pocas palabras, y de una manera a la vez certera y sorpresiva, Ida Vitale sintetiza en él, sin estridencias ni sentimentalismos, el desgarramiento de una separación, mostrando cómo puede hablar el cuerpo aunque la voz calle, y señalando, con una hipérbole que da un cierre magnífico al poema, cómo una despedida definitiva puede ser una pequeña hecatombe, valga el oximorón. En la poesía de Ida yo admiro cómo se aúnan la delicadeza y la fuerza, y su manera de forzar el lenguaje para lograr pequeñas revelaciones. Piedad Bonnet




Invierno

Como las gotas en el vidrio,

como las gotas de la lluvia

en una tarde somnolienta,

exactamente iguales,

superficiales,

ávidas todas,

breves,

se hieren y se funden,

tan, tan breves

que no podrían dar cabida al miedo,

que el espanto no debiera hacer huella

en nosotros.

Después, ya muertos, rodaremos,

redondos y olvidados.



Este poema, de apariencia tan simple, juega con varios planos de complejidad, de sentido extrapolado. (Incluso le sienta bien esa ligera inconexión gramatical: la frase comparativa que no acaba del todo de rematarse.) Lo dicho, en fin, y lo que reverbera. Felipe Benítez Reyes




Gotas

¿Se hieren y se funden?

Acaban de dejar de ser la lluvia.

Traviesas en recreo,

gatitos de un reino transparente,

corren libres por vidrios y barandas,

umbrales de su limbo,

se siguen, se persiguen,

quizá van, de soledad a bodas,

a fundirse y amarse.

Trasueñan otra muerte.



Ida Vitale forma parte del esencialismo, según los críticos, y aunque a mí las clasificaciones no me interesan, en este caso nos orientan acerca de su poesía, muy fiel a si misma: huir de las circunstancias, de lo efímero, por tanto de las emociones, salvo de aquellas que provocan las abstracciones. El existencialismo "primero es la existencia, luego es la conciencia" de Jean Paul Sartre es su opuesto. Y me gusta este poema porque las gotas de lluvia son efímeras y el poema pretende encontrar su esencia, como si se preguntara ?qué son? Y ahí aparece entonces lo lirico, la metáfora: "traviesas en recreo" y oh sorpresa, siendo efímeras, son capaces de "fundirse y de amarse". Por una vez, lo contingente subjetivo le ganó a lo esencial. Y ganó la poesía, que para mí es subjetividad herida o gozosa y esencia encarnada. con pocas palabras Ida Vitale les da vida.Cristina Peri Rossi




Término

Triste quien sea hoja

de la espada,

número de la celda,

forma del veredicto punitivo,

llaga salada,

vórtice del rápido,

piedra que no sostiene sede.

Triste si en él se muere

y no se recomienza.



El poema “Término” de Ida Vitale muestra la tristeza de lo irreversible, con seis imágenes que ponen el foco en ese instante último que precede al vacío. Se rebela ante esa nada proponiendo la vida, la posibilidad que existe siempre de empezar de nuevo. Pablo García Casado




Cuadro

Construimos el orden de la mesa,

el follaje de la ilusión,

un festín de luces y sombras,

la apariencia del viaje en la inmovilidad.

Tensamos un blanco campo

para que en él esplendan

las reverberaciones del pensamiento

en torno del icono naciente.

Luego soltamos nuestros perros,

azuzamos la cacería,

la imagen serenísima, virtual,

cae desgarrada.



La serenidad del orden forma, en este poema de Oidor andante (1972), un aparente equilibrio del espíritu en el que nos ocultamos de nosotros mismos, y atisbamos la fuerza radical del paisaje interior, ante la barbarie de vivir, antes de que el desgarro nos enseñe que para entenderlo de verdad tenemos que mirarnos desde fuera. Joaquín Pérez Azaústre