“En los primeros días después de su muerte, parecía haber un sentimiento público de incredulidad: como si los israelíes no pudieran creer que Amos Oz fuera mortal. La intensidad y el alcance de la reacción a su pérdida fueron asombrosos”, rememora la editora israelí Shira Hadad al recordar el reciente fallecimiento del escritor, a finales del pasado diciembre. Un dolor que relaciona, "no sólo con su estatus único, sino también con que la pérdida significaba muchas cosas diferentes para mucha gente".
Referente moral para todo un pueblo y talento literario que trascendió las fronteras de su país, la pérdida de Oz supuso a un tiempo el adiós a un escritor que narró como nadie la historia de Israel en las últimas décadas, a un amigo "atento y generoso", y también a "la figura política, la brújula moral, un hombre que articuló los principios de la izquierda israelí, vivió de acuerdo con ellos y los expresó en voz alta, incluso, o quizás especialmente, cuando fue atacado por ellos". Todas estas visiones confluyen en los diálogos recogidos en ¿De qué está hecha una manzana? (Siruela), un compendio de charlas mantenidas a lo largo de los años entre el escritor y la editora donde, trazando un recorrido por los grandes temas y momentos de su vida, aflora un retrato biográfico e intelectual de Amos Oz.
"Amos Oz se convirtió en un icono político y literario, aunque también tuvo feroces opositores”, Shira Hadad
"Jamás en la vida he tenido el deseo de ser el número uno. Ni tampoco lo he sido. No me paso noches en vela cuando otro recibe un premio al que yo también estaba nominado, o cuando venden más ejemplares que yo. Sí, a veces me da envidia. Mucha. Envidio al escritor que escribe mejor que yo, pero nunca a un escritor que tiene más éxito. En absoluto". Esta visión del éxito fue clave en su personalidad y en la extensa influencia literaria y social que detentó, un poder que no llegaría sin un alto precio. "Se convirtió en un símbolo, un icono político y literario. Fue admirado y elogiado, pero también hubo personas que se opusieron ferozmente a él, a veces sin molestarse en leer lo que escribió o escuchar lo que dijo", explica Hadad. "Esto le causó cierto dolor, especialmente en el ámbito político, donde nunca se dio por vencido al intentar iniciar un diálogo con aquellos cuyos puntos de vista eran diferentes".
Pero más allá del aspecto social y político, el núcleo de estas conversaciones lo forma la visión que Oz tenía de la literatura y su viaje a través de ella, que comenzó como una huida. Escapando de su casa, un ambiente de libros y conservadurismo, el joven Amos Klausner ingresó en un kibutz para convertirse en un granjero de izquierdas. Allí fue donde nació Amos Oz (en hebreo “coraje”), que no quería tener nada que ver con los libros. “Pero como solía decir, escribir era para él como respirar, como beber, no podía dejarlo. Bromeaba diciendo que lo haría aunque tuviera que pagar una multa por cada libro”, relata Hadad.
"Me avergonzaba de escribir tanto como de masturbarme. ¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Hasta cuándo? Pero no podía parar". Amos Oz
Así, el joven pronto se encontró escribiendo en las escasas horas libres que le dejaban las faenas agrícolas. “Tenía 15 o 16 años y me daba muchísima vergüenza. Me avergonzaba de escribir tanto como de masturbarme. ¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Hasta cuándo? Pero no podía parar de escribir”.
Tras publicar algunos relatos, el escritor solicitó tiempo para escribir, lo que planteó un profundo debate en aquel pequeño poblado colectivizado, donde todo el mundo se repartía las tareas de forma equitativa. “Uno de los fundadores del kibutz dijo algo que nunca olvidaré: ‘Puede que el joven Amos sea el nuevo Tolstói, ¿pero qué sabe él de la vida a los veintidós años? No sabe nada. Nada de nada. Que trabaje con nosotros en los campos otros veinte años y entonces adelante, que nos escriba Guerra y paz'. Aún sigo sin estar completamente seguro de que en sus palabras no hubiese algo de cierto”, narra Oz.
Sin embargo, a pesar de las dudas, con el tiempo triunfó ese genuino amor por las palabras, una pasión que su editora define como “una actitud casi erótica hacia la literatura” y que se cimentaba simplemente en una insaciable curiosidad. “Cuando escribo, lo que mueve mi mano es la curiosidad. La literatura es en realidad prima hermana del chismorreo, de la avidez humana por saber qué ocurre tras las persianas cerradas de los demás. Y considero que la curiosidad no es sólo condición indispensable para cualquier trabajo intelectual, sino también una cualidad moral. Es, tal vez, la dimensión moral de la literatura”.
A entender de Hadad, "era uno de los núcleos de sus escritos, de hecho, de toda su existencia. Una profunda curiosidad, casi como la de los niños, que consistía en dos elementos principales", explica. "El primero, observar y escuchar, y el segundo la especulación, la capacidad de preguntarse constantemente: qué sentiría si fuera él, qué haría si fuera ella. Esta capacidad, según Amos, produce no sólo mejores escritores, sino mejores conductores, padres, amantes... Mejores seres humanos".
"Los jóvenes idealistas piensan que hacer concesiones es algo fraudulento, pero para mí es sinónimo de vida". Amos Oz
Consciente de esta inapelable virtud, Oz también lo era de sus limitaciones a la hora de empuñar la pluma. "Sé más o menos qué cosas no podré hacer jamás. Un escritor puede escribir tal vez sobre personas más sensuales que él, más sufridoras, más feas o más guapas, más ricas o más pobres, pero ningún escritor en ninguna época puede escribir sobre alguien más inteligente que él. Ni tampoco sobre un personaje con mayor sentido del humor. Ésos son mis límites", afirmaba. También estaba plenamente convencido de la importancia de hacer concesiones. "La gente piensa que hacer concesiones es una palabrota, sobre todo los jóvenes idealistas y entusiastas. Piensan que hacer concesiones es algo fraudulento, que es debilidad, falta de sinceridad oportunismo. Para mí hacer concesiones es sinónimo de vida. Y lo contrario es fanatismo y muerte”.
Un fanatismo que vivió en sus propias carnes en casi todos los ámbitos, en el marco de la compleja situación de Israel, y que protagonizaba la lista de sus temores. Hacia el final del libro Oz muestra una visión crítica y pesimista de la actualidad, de lo que él llama “sistemática infantilización de la humanidad”. “Tenía miedo del fanatismo, sí, y del constante lavado del cerebro al que estamos sometidos por el capitalismo”, reconoce Hadad. “De esa visión del consumo continuo que favorece la indiferencia hacia el pasado”.
"Tenía una creencia fuerte, casi religiosa, en la capacidad de las personas para cambiar. Nada era irreversible para él, excepto la muerte". Shira Hadad
Sin embargo, la editora reconoce que Amos Oz sería la última persona en la tierra que asociaría con el pesimismo, y mucho menos con la desesperación. “Tenía una creencia fuerte, casi religiosa, en la capacidad de las personas para cambiar. Nada era irreversible para él. Nada excepto la muerte. En algunos asuntos soy pesimista, decía, pero mi pesimismo se ve endulzado por el hecho de que amo a la gente y me fascina”.
En el homenaje póstumo que es este libro, la muerte supone el cierre, pero es un final que quizás no sea definitivo. Hablando de lo que viene después, Amos Oz le confesó a Hadad su miedo a la muerte, mientras se preguntaba por qué “el oscuro abismo de la cesación total”, como él lo llamó, que nos espera a todos, nos asusta tanto. “Ya estábamos allí, en el mismo abismo, antes de nacer, entonces, ¿cómo es que nos aterroriza?”, reflexionaba.
"Durante esta conversación, Amos ofreció una hermosa observación sobre el famoso versículo del Libro de Job: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. Estas palabras generalmente se interpretan como una declaración contra la acumulación de riqueza y propiedad, pero para Amos, este verso no habla de regresar a la tumba sino al vientre de nuestra madre”, explica la editora. “‘Entonces, tal vez la muerte no sea tan terrible después de todo', me dijo, ‘dejar la matriz, hacer un poco de ruido, correr, comprar, viajar, amar, dejar una huella... Y luego simplemente volver a la matriz'. ¿Por qué no puede ser así?”.