Sergi Pàmies. Foto: Quaderns Crema
Sergi Pàmies (París, 1960) es un artista de la contracción, y no me refiero sólo a que practique la disciplina del cuento, sino también a la frecuencia con que las historias contenidas en este último libro suyo, El arte de llevar gabardina, concentran los mayores esfuerzos narrativos y significativos en el tiempo o, a veces, en el espacio: “diez minutos”, “cinco minutos”, “tres minutos... En unas páginas que no sería vaguedad decir que tratan acerca del tiempo y lo que este hace con el padre, el hijo, el esposo o el escritor que es uno, la acumulación de ese tipo de referencias concretas funcionando como anclajes en dimensiones breves es de lo más relevante. Todo el peso cae sobre un instante, o sobre cada instante, parece revelarnos el narrador. Del mismo modo, hay un relato encabezado con una referencia al 11S que, con toda la naturalidad del mundo, acabará refiriéndose meticulosamente al hogar que habita la familia y a la distancia que media entre el padre y su hijo, apenas metros en un salón. En el ya recurrente juego entre realidad y ficción, confesión o autoficción, si hay algo de verdad íntimo aquí es esa vivencia de lo inmediato, la concreción de los gestos, como en esa fotografía que protagoniza un cuento excelente, “Borrador de ponencia para un hipotético congreso de divorciados”.
Pero, veamos: en los trece cuentos de El arte de llevar gabardina el lector encontrará algo de humor (destemplado, salpicado de desengaño), la habitual cercanía civilizada de la voz narrativa de Pàmies, numerosas referencias a sus legendarios padres Teresa Pàmies y Gregorio López, una exhibición púdica de las contriciones que conlleva una separación (y ya que estamos, también de las contracciones, de nuevo), y un sentimentalismo bien entendido que encuentra su traducción definitiva en el último cuento y el reconocimiento de que el repaso de una vida encuentra su piedra de toque en una sola pregunta: ¿he hecho feliz a alguien? También la muerte se pasea por ellos, como un espectro que toma cuerpo al borde de los sesenta años y que, en los dos únicos relatos que juegan a lo fantástico, se te puede aparecer en cualquier momento. El libro es una lectura cómplice, en definitiva, escrito en ese tono menor que convierte la literatura en una forma de amistad. Hay un cuento de especial importancia, “Yo no soy nadie para darte consejos”. Es el más extenso, hasta el punto de que roza la condición de lo que solía llamarse nouvelle. Es una evocación de los padres que arrastra tras de sí toda una época ejemplificada por el escritor y político Jorge Semprún, aludido explícitamente como contrafigura paterna: comunismo, exilio, Transición, ilusiones perdidas. De aquí sale el título del conjunto. Supongo que ofrecerá cierto morbo a quien olvide ingenuamente que estamos ante una ficción, y además no quiero insistir más de lo necesario en el tópico de la naturaleza ficticia de la misma memoria. Los demás sólo vemos cómo el arco cronológico y vital de una familia se condensa sobre el “hoy” huérfano del escritor: una contracción casi definitiva. @Nadal_SuauEste libro es una lectura cómplice, escrito en ese tono menor que convierte la literatura en una forma de amistad