Juan Aparicio Belmonte. Foto: Sabina Aparicio
Hay escritores que se ponen solemnes y otros lo evitan a toda costa. A estos segundos pertenece desde sus inicios Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) y en ello sigue. Si no, repárese en la trayectoria empresarial del joven matrimonio protagonista de La encantadora familia Dumont: Paula y Julián ponen una tienda, “El Matapiojos”, dedicada a exterminar esos parásitos y fracasan aunque ellos mismos los esparcen para asegurarse clientela; luego se dedican a la venta de canicas mágicas (“pintas milagreras”) con igual resultado y al final ven cómo un taimado vecino triunfa donde ellos han fallado. La emprendedora pareja abre los ruinosos negocios como apéndice de su trabajo fijo los fines de semana en una “papa”, una ambulancia psiquiátrica, y en esta ocupación ocurren episodios curiosos, así socorrer a un estrafalario que se considera “Biznieto del Cid” y habla con un campanudo castellano antiguo. En fin, mil sucesos estrambóticos más entran en la novela al hilo de la vetusta familia Dumont de la que Paula y Julián reciben la herencia de un ADN aventurero y camorrista que se prolonga en el excéntrico hijo, Liberto. Con lo señalado, no habrá que decir que Juan Aparicio no concibe la literatura como copia de la realidad. Al contrario, entre él y la vida corriente pone una aduana, la invención (no la distorsión esperpentizadora valleinclanesca), en una línea que entronca, entre los autores actuales, con cierto Eduardo Mendoza, o, entre los clásicos, con Jardiel Poncela. El núcleo de la novela se refiere a la relación única y revolucionaria de Paula y Julián, que el propio Julián encarece con sospechosa insistencia: son del todo dichosos, disfrutan con un erotismo alegre y desbordado, desconocen las fricciones entre ellos, hacen frente del brazo a las adversidades y les gratifica un crío adolescente. Pero surgen dificultades y deben hacer un exigente esfuerzo para volver al retrato ideal.
Plantea, pues, Aparicio cómo afrontar las difíciles relaciones humanas frente a la quiebra de un soporte que parecía sólido. Este asunto de índole privada, propio de la narrativa psicologista, adquiere también una dimensión colectiva al rodearlo con otras cuestiones: el homo homini lupus, las reglas sociales, las ambiciones terrenales, la ideología, el racismo, la identidad étnica, la adolescencia problemática, el desencuentro generacional... Nada de ello aparece, sin embargo, como copia de la realidad. El autor practica una constante inventiva, juega con el humor verbal y de situaciones, transgrede la lógica y reta a la credulidad. Que Aparicio contravenga el canon realista no quiere decir que desdeñe la realidad. Sin aplicar las viejas teorías del reflejo ni pasear un espejo a lo largo del camino, recrea también aspectos humanos intemporales, le da una vuelta de tuerca a la exploración de las relaciones de pareja en nuestros días y muestra una estampa contemporánea bien reconocible. Todo ello va dentro de la mesa de trucos que es esta novela colmada de ocurrentes invenciones, divertida y amena, cuya trama enloquecida habla, sin aparentarlo, de nosotros y de nuestro tiempo.Esta novela de trama enloquecida, amena y colmada de ocurrentes invenciones, habla de nuestro tiempo