Siri Hustvedt. Foto: Jerry Bauer
Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) es conocida merecidamente como una novelista de las ideas, así que no resulta sorprendente toparse en su nueva novela, Recuerdos del futuro, con un concepto difícil de comprender a fondo. El concepto es el espacio-tiempo de Minkowski, un modelo geométrico de la relatividad especial que une espacio y tiempo en cuatro dimensiones. El espacio-tiempo aparece una sola vez y se le dedica menos de una página, si bien yo diría que una página importante. Para apoyar lo anterior diré que Recuerdos del futuro es una autobiografía ligeramente novelada o, utilizando el término del momento, una obra de autoficción. En ella, Hustvedt narra dos historias. La primera trata de S.H., una joven de 23 años de origen noruego que llega a Nueva York en 1978, procedente de Minnesota, para intentar escribir una novela. Nótense las iniciales: Hustvedt también nació en Minnesota, es de origen noruego y llegó a Nueva York en 1978. Estamos ante “un retrato de la artista adolescente”, en palabras de la autora. La segunda ocurre casi 40 años después, cuando S.H. descubre un diario de 1978 que creía perdido. “Lo recibí como si fuese un familiar querido al que hubiese dado por muerto”, dice S.H. En su interior hay fragmentos que le permiten resucitar a su joven yo, fragmentos de la novela que estaba intentado escribir, garabatos y dibujos. Y allá nos vamos. La joven S.H. es una seductora. Si usted, al igual que yo, llegó a Nueva York a finales de los 70 para vivir la belleza y los terrores de la ciudad en sus días de ruinas y gloria, nuestra protagonista le hará sentir nostalgia. Sin duda, ese es el efecto que causa sobre la S.H. mayor. La joven es la clásica entusiasta que se pone a dar saltos tras tomar posesión de un apartamento frío y húmedo de una sola habitación en un edificio de dudosa reputación. Allí están la libertad y las posibilidades, y también una vecina que por las noches se lamenta en voz alta repitiendo una y otra vez algo así como “amsah”. La joven S.H. hace intentos con su libro, una novela de misterio con la alegre irrealidad de la ficción de no demasiada calidad. Lee a Wittgenstein y a Bergson, vaga por las calles y viaja en metro. La S.H. mayor confecciona nostálgicas listas de los desechos de la ciudad hoy desaparecidos: “señales descoloridas, toldos andrajosos, carteles hechos jirones y ladrillos mugrientos” en el Upper West Side, y cabinas eróticas y “siluetas de mujeres desnudas” en el viejo Times Square. También las librerías: Coliseum, Gotham Book Mart, Books & Co. o Eighth Street Bookshop. La joven S.H. acaba haciendo amigos, va a lecturas de poesía y a discotecas, y se obsesiona con averiguar qué le ocurre a su quejumbrosa vecina. Apoyando un estetoscopio en la pared, escucha a escondidas y toma notas. “Amsah” resulta ser “I am sad” [Estoy triste]. A medida que la mujer pasa de lamentarse a discutir consigo misma elevando el tono, va quedando claro que la historia de la vecina es la materia de una novela que la joven es demasiado inexperta para advertir. Pero la vecina es un elemento sin relevancia argumental, una distracción de la verdadera esencia del libro: las reflexiones de la autora sobre la naturaleza de la memoria y el tiempo. Podríamos considerar Recuerdos del futuro un ensayo más que una novela. Los mejores ensayos dan testimonio de las vueltas y los virajes de una mente interesante, y en el caso de Hustvedt -también consumada crítica de arte y ensayista- el interés nunca se pierde. Las operaciones mentales de la autora siempre son más tonificantes que la historia de S.H., que transmite una sensación de liviandad y de tonos sepia. “Me interesa comprender cómo estamos emparentadas ella y yo”, dice la narradora en una de sus mejores digresiones, donde toma en consideración el espacio-tiempo de Minkowski. Le pedí a un amigo físico que me ayudase a visualizarlo. “Imagina que todo el espacio en un momento del tiempo es como un pan gigante”. Y proseguía: “Un montón de rebanadas, con las distancias dispuestas de una manera particular, podría ser algo parecido al espacio-tiempo de Minkowski. Cada rebanada representa el espacio en un momento del tiempo. Si las pones todas juntas por orden cronológico, tienes el espacio-tiempo”. Es decir, el pasado es también presente y futuro. O, en palabras de Hustvedt, “En el espacio-tiempo de Minkowski, la ‘yo' todavía infantil y la ‘yo' mayor coexisten, y en esa asombrosa realidad cuatridimensional, teóricamente podrían encontrarse y conversar”. La preservación de los yoes que desafía al tiempo, ese sueño de plenitud sin pérdida, es como una visión del Edén antes de la expulsión. Matemáticamente demostrable pero emocionalmente imposible, cuelga justo delante de nosotros como una bola de navidad que no podemos dejar de intentar alcanzar, a no ser que Hustvedt encuentre la manera de dárnosla. No les diré cómo, pero sí que el final resulta ser conmovedor. Es una recapitulación de la contradicción tonal que impregna esta obra a veces incisiva, otras sentimental, ya sea una novela, una autobiografía, o como quiera que decidamos definirla. © New York Times Book Review