El poeta catalán Joan Margarit (Sanaüja, Lérida, 1938) ha ganado hoy el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante de los países de lengua española y portuguesa. Premio Nacional de la Crítica (1984 y 2008), Premio Rosalía de Castro (2008) y Premio Nacional de Poesía (2008), el literato toma el testigo a Antonio Colinas, ganador de la edición anterior, después de imponerse en una última votación al poeta chileno, Raúl Zurita.
Presidido por el presidente de Patrimonio Nacional, Alfredo Pérez de Armiñán y el rector de la Universidad de Salamanca, Ricardo Rivero, el miembro del jurado, Víctor García de la Concha ha expresado su satisfacción y alegría por el galardón que reconoce a este poeta catalán bilingüe. "Estoy muy feliz de haber premiado entre tantas candidaturas a un poeta que ejerce su poesía como un instrumento moral de ética, de práctica y de vida", ha destacado.
Poeta y arquitecto, catedrático jubilado de Cálculo y Estructuras de la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona, Margarit es el poeta de la crueldad y la misericordia. Aunque sus primeras publicaciones fueron en castellano -se dio a conocer por primera vez con Cantos para la coral de un hombre solo en 1963-, a partir de 1981 inició su obra en catalán con L'ombra de l'altre mar. "El día que me pasé al catalán habían pasado 20 años y cuatro libros en castellano -contaba él mismo a El cultural hace un año-. Aún haría otros ocho en catalán donde me perdería en el entusiasmo y la emoción por el nuevo léxico", compartía entonces.
Cómodo entre el catalán y el castellano, es el propio Margarit quien traduce su obra al español. No obstante, ha aclarado García de la Concha, "no se trata de poemas en catalán traducidos al castellano, sino que es un ejemplo de cultura en continua traducción".
Autor de obras como Amar es dónde, Misteriosamente feliz, Se pierde la señal, ha publicado en castellano y catalán, además de Crónica, Luz de lluvia, Edad roja, Aguafuertes, Estaciò de França, Los motivos del lobo, Joana -dedicado a su hija fallecida-, El primer frío y Un asombroso invierno. Recientemente la editorial Austral reeditó sus obras completas en Todos los poemas. (1975-2015).
El Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
Dotado con 42.000 euros, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana nace con la vocación de reconocer la obra poética de un autor vivo que, por su valor literario, constituya una aportación relevante al patrimonio cultural de Iberoamérica y España. Suscrito dentro del Convenio de Cooperación Cultural entre la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional, este galardón no es solo un máximo reconocimiento a una pluma concreta sino a la expresión poética de una de las tres grandes lenguas planetarias actuales, la española, junto a la inglesa y la china, en constante crecimiento de hablantes gracias a su uso por la población americana.
El jurado que le ha concedido el premio ha estado copresidido por el presidente del Patrimonio Nacional, Alfredo Pérez de Armiñán, y el rector de la Universidad de Salamanca, Ricardo Rivero Ortega, y formado por los académicos de la RAE, Víctor García de la Concha y Luís María Anson; la directora de la Biblioteca Nacional de España, Ana Santos; y el presidente de la Asociación Portuguesa de Escritores, José Manuel Mendes. Junto a ellos, completan el jurado, Pilar Martín-Laborda, Anunciada Fernández de Córdova, Noni Benegas, Luis Alberto de Cuenca, Joaquín Pérez de Azaústre, Blanca Berasategui, Berna González Harbour, Selena Millares, Juan Van-Halen, Ángeles Mora, Luis García Jambrina, Miguel García-Bermejo y Manuel Ambrosio Sánchez.
Con este reconocimiento, Joan Margarit pasa a formar parte de una larga lista engrosada por nombres como los poetas Gonzalo Rojas (Chile), Claudio Rodríguez (España), Joâo Cabral de Melo Neto (Brasil), José Hierro (España), Ángel González (España), Álvaro Mutis (Colombia), José Ángel Valente (España), Mario Benedetti (Uruguay), Pere Gimferrer (España), Nicanor Parra (Chile), José Antonio Muñoz Rojas (España), Sophia de Mello Breyner (Portugal), José Manuel Caballero Bonald (España), Juan Gelman (Argentina), Antonio Gamoneda (España), Blanca Varela (Perú), Pablo García Baena (España), José Emilio Pacheco (México), Francisco Brines (España), Fina García Marruz (Cuba), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Nuno Júdice (Portugal), María Victoria Atencia (España), Ida Vitale (Uruguay), Antonio Colinas (España) y Claribel Alegría (Nicaragua).
Últimos ecos
Terminada la guerra,
el saco familiar de historias tristes
se abría en cada casa: personajes
que para aquellos niños fueron sólo
un nombre, un dolor vago en los retratos
explicados en tardes de domingo
sin luz eléctrica, que se morían
oscurecidas como un gran desván.
Nuestra alegría se desparramaba
por todos los solares, con silbidos
que en el crepúsculo se oían
mezclándose al llamado de las madres.
Vuelvo a la Escuela Nacional de Niños,
puedo oír, en la calle sin aceras,
el recreo en mitad de la mañana,
el griterío y las rodillas sucias
tras pelotas de trapos y cordeles.
La calle polvorienta donde estuvo
con su estucado gris y sus dos aulas,
sin ningún patio ni jardín, mi escuela.
Pero, de aquellos días queda, apenas,
el frío anochecer
que mi padre traía en el abrigo,
miedos nocturnos, tardes
de juegos en lejanas azoteas.
Y la sombra de inviernos ferroviarios,
cuando al alba mi madre iba alejándose
por una calle oscura y solitaria
con mi hermana cogida de la mano:
la maestra y su niña hacia la escuela,
tapadas con bufandas bajo el frío.
La infancia transcurría sin pasado:
cometas de papel en la alta tarde
y canicas debajo de los muebles
y aburrimiento de calcomanías
en los días más fríos y lluviosos.
Mi madre, con mi hermana, ya se alejan
en un tren sin paradas que recorre
las soledades de mi propio invierno.
De Crónica (1975)
El buscador de orquídeas
No había en casa libros adecuados
para el desasosiego adolescente.
Los de urbanismo eran aburridos
y Cataluña, pueblo desdichado
me parecía un título muy triste.
Cogí el Mein Kampf, un breve libro negro
que tomé por profundo. Así empecé
por el lugar más sucio de la literatura.
Las palabras de Hitler, tan vulgares,
eran un pozo negro.
No lo he olvidado, pese a que no lo recuerdo.
Me di de bruces con la realidad.
Fue allí donde empezó la poesía,
difícil y sin falsas esperanzas.
He hecho siempre como el jabalí,
que busca y, delicado, escoge y come
el bulbo -conocido como el orquis-
de la orquídea.
De Casa de misericordia (Visor, 2007)
Nuestro tiempo
Cuando nos dimos cuenta, ya estaba en las ventanas,
como para quedarse. Pero ahora
nada nos ilumina sino esa vaga niebla.
A veces, una luz desgarradora.
El nuestro fue otro tiempo mucho más inocente:
Todavía en las obras celebrábamos
cuando, sin accidentes, la estructura
Llegaba a lo más alto y se cubrían aguas.
Vivíamos en calles
a las que les sentaba bien un nombre
Como el de las Camelias.
Entre las azoteas, cada noche
se encendían las luces
del ático de nuestra juventud.
Entre las voces suaves y lejanas,
alguna vez, se oye un grito de pánico.
Pero una herida
Es también un lugar donde vivir.
De Un asombroso invierno (Visor, 2017)