Ilustración de David Sánchez
No lo duden: si hay algún culpable de que el lector haya perdido la inocencia es él, el tenebroso Stephen King. Sólo él es responsable de que, desde hace cuarenta años, nadie pueda ver sin estremecerse a un payaso triste (It), a una joven camino de su fiesta de graduación (Carrie), al vigilante de un hotel cerrado (El resplandor) o incluso a la mayor admiradora de un escritor de best sellers (Misery). Considerado el rey del terror contemporáneo, el escritor nacido en Maine en 1947 es el protagonista de The King. Bienvenidos al universo literario de Stephen King, un volumen que lanza estos días Errata Naturae y que reúne un puñado de breves pero sustanciosos ensayos sobre su vida, sus mejores libros, sus temas más queridos y más siniestras obsesiones. El mismo King toma también la palabra en la entrevista que abre el libro, realizada, eso sí, en 2002, como evidencian las constantes alusiones al trauma que supuso el 11-S. En esta conversación mantenida en su casa de Bangor (Maine), el escritor repasa las distintas versiones que hasta el momento se habían hecho en cine y televisión de sus libros ("mis novelas se adaptan mejor al formato de miniseries"), o sus cameos en ellas ("Soy yo el que elige. […] Elegí, por ejemplo, al repartidor de pizza en Cámara de Damnata, al hombre del tiempo en La tormenta del siglo. Me di un papel más largo en Apocalipsis. Y sí, estoy jugando a ser Hitchcock aquí; soy un actor frustrado") y reconoce que su favorita es precisamente "La tormenta del siglo: "Me parece una obra redonda y aún estoy muy orgulloso de ella. Me parece tan buena como cualquiera de las novelas. Todo salió como debía". También, claro, explica cómo ve el mundo, de qué manera busca en las historias de sus vecinos más ancianos inspiración para sus relatos, y como en realidad no hace falta derrochar imaginación porque la vida diaria nos golpea a menudo con más horror del que debiéramos soportar: "Todos tenemos el deber de fijarnos en nuestras propias vidas. ¿Qué es lo que vemos? Niños que se caen a un pozo y mueren, a nuestros seres queridos trabajando en torres de oficinas hasta que unos locos las derriban y ya no volvemos a verlos". Y cuenta una historia tan espantosa como real: cuando en 2001 fue a Nueva York para el pase de Corazones en la Atlántida en la Universidad de Columbia una semana después del atentado contra las Torres Gemelas, un taxista se empeñó en enseñarle algo. Le llevó a unas cuatro manzanas de la Zona Cero, y le dijo, recuerda King, "'¿Ves esos coches en el aparcamiento?' Había varios cientos de coches aparcados, todos cubiertos de una capa de polvo blanco. Me contó que la ciudad no sabía qué hacer con ellos. Eran los coches de la gente que había venido a trabajar a las Torres Gemelas desde Nueva Jersey. No van a volver a por ellos. [...] Y si mirabas dentro de los coches, veías los juguetes de los niños, el café del McDonalds que tal vez alguien dejara a medias esa mañana, la última mañana de sus vidas". ¿Imaginan un horror preternatural peor, un monstruo del averno más aterrador?Los fantasmas de la infancia
En esta misma línea, Rodrigo Fresán se acerca a la obra de King y su relación, fascinante y perturbadora, con la infancia. Como punto de partida, el argentino contempla una foto de un tal Stephen Edwin King nacido el 21 de septiembre de 1947 en Portland, Maine. El niño de la foto debe de tener unos cinco o seis años, lleva gorra y pantalones con tirantes y camiseta a rayas y sonrisa invulnerable, y Fresán lo mira con curiosidad y algo de horror. Los retratos de los niños le dan un poco de miedo, escribe, quizá porque "todas las fotos de niños acaban siendo fotos de niños muertos. O, mejor dicho [...], son fotos de fantasmas vivísimos porque son testimonio de algo que se acabó, que se murió". El niño King de la foto ya sabe de ausencias y de dolor. Cuando tenía dos años, su padre "salió a comprar cigarrillos y no regresó nunca", dejando a la madre sola con dos niños, Stephen y su hermano mayor, David. "A partir de entonces escribe Fresán, la familia no para de cambiar de pueblo según el trabajo que consiga o pierda Nellie (entre ellos el de cuidadora en una residencia para dementes). Y en algún momento, el pequeño Stephen es testigo (aunque luego diga no recordar nada del episodio) de cómo un tren atropella y mata a uno de sus amiguitos. Lo único que se sabe es que King regresa a casa en estado de shock y sin poder pronunciar palabra. Una cosa sí recuerda y afirmará King mucho tiempo después: "Desde muy niño, siempre quise que me asustaran".Sissy Spacek en Carrie
Perversas y monstruosas
Como desvela aquí Hernández, Tabby es Tabitha King, la esposa de Stephen desde 1971; ella tenía veinte años, él, veintidós. Cuenta la leyenda que Tabby impidó que él destruyera el manuscrito cuando el escritor estaba a punto de rendirse, pero no es cierto, o no del todo: él lo había abandonado y ella, tras leer diez páginas, le animó diciéndole que tenía potencial. "Ambos vivían en un tráiler y en la pobreza. Él era profesor, ella trabajaba en Dunkin' Donuts". Jamás se han separado. "No se conocen crisis, ni aventuras extramatrimoniales, ni fastidios. Cuando Stephen King escribe mujeres, suele escribir esposas; y, en general, las esposas son nobles, de mucho carácter, adorables, inteligentes. Pero otras muchas son realmente monstruosas. A ellas (a las mujeres adultas de King, no a las adolescentes, ni a las niñas) es a las que analiza con mirada implacable Hernández, que comienza por una de las peores, por Margaret White, la despiadada madre de Carrie, una fanática religiosa. Es, insiste la argentina, "un personaje brutal, sin fisuras, dañino; una bestia nocturna e impiadosa, con sus crucifijos y su ropa negra, rumiando maldiciones [...] una madre loca, una misógina, una fanática".Kathy Bates en Misery
La segunda, Annie Wilkes, la protagonista de Misery (1987), es casi peor, "un abismo, una sociópata triste y violenta [...] Para el canon, Annie es la admiradora número uno, e incluso King ha reconocido la ambivalencia que sentía entonces con respecto a sus fans y a la pérdida de la privacidad; cómo toda esa presión se encarnó en esta enfermera del infierno. Pero hay más en Annie. [...] Puede ser todas las solitarias con sus recortes, la señora que llora cuando ve a Miguel Bosé, la joven que se pelea en foros de internet con los haters de Justin Bieber. En Annie, ese amor sin esperanza tiene una forma algo diferente, porque es incapaz de salir de ahí, porque cuando sale de ahí, todo es muerte". Al final viene la revelación sorprendente: en realidad, descubre Hernández, Misery es una novela sobre drogas. "Sí, King confesó alguna vez que Annie era la cocaína". Donna Trenton, la superviviente de Cujo (1981), Dolores Claiborne (1992), Jessie Burlingame: la escapista de El juego de Gerald (1992) y la Rose de El retrato de Rose Madder (1995) son otras tantas protagonistas de esta galería de mujeres que termina con dos muy especiales, Lisey Landon (La historia de Lisey, 2006) y Holly Gibney (Mr. Mercedes, 2014). Lisey es la esposa de Scott Landon, un escritor popularísimo y premiado. Ella no entiende del todo a Scott. "Lo ama -afirma Maríana Henríquez-. Está enamorada de él y le da seguridad. Él la respeta, la sabe inteligente y la necesita, probablemente más que ella a él. Pero su matrimonio está lleno de silencios, de secretos y de recuerdos que no serán desenterrados, por piedad". La muerte del escritor y lo que ella irá descubriendo al ordenar suus papeles acentuaraá esa extraña sensación de amor e incomprensión. En cuanto a Holly, "tiene un trastorno mental nunca definido. Quizá esté en el espectro del Asperger; también está deprimida y tiene una clara dificultad para interactuar socialmente. Toma medicación y fuma en secreto. Es aniñada aunque tiene cuarenta y cinco años, y cinéfila obsesiva, y habla sola, y es asombrosamente inteligente, muy nerd, tiene una intuición genial para la investigación, un poco por su personalidad y otro poco porque mira muchos programas de tele de tema forense. Es fiel y si ama lo hace con feroz lealtad". Y es también la muestra más elocuente de cómo ha ido evolucionando la imagen de la mujer para el propio King desde que dibujo hace más de cuarenta años a la aterradora madre de Carrie, enferma mental como Holly, pero sin su encanto ni, sobre todo, su inmensa capacidad de reinventarse y de amar.