Toni MontesinosAriel. Barcelona, 2019. 536 páginas. 21,90 €. Ebook: 12,99 €
“Ciertos escritores se convierten en enfermeros de nuestras batallas personales”, afirma Toni Montesinos (Barcelona, 1972) en las páginas de agradecimiento con las que cierra su extenso ensayo biográfico sobre el poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892). Lo testimonian elocuentemente las casi quinientas páginas que preceden esa afirmación, en las que el biógrafo explora distintos aspectos de la figura y obra del autor de Hojas de hierba desde la perspectiva del lector entusiasta que, al situar el foco de atención en un autor particular, lo convierte en centro de gravedad en el que concluyen, no sólo todo aquello que el estudioso en cuestión conoce de su objeto de estudio y su circunstancia, sino también de un conjunto amplio y heterogéneo de lecturas, recuerdos y evocaciones personales en los que es fácil adivinar la decantación de toda una vida en la que la literatura como razón de ser y como objeto de entusiasmo ha ocupado un lugar prominente.
Estamos, por tanto, ante lo que suele llamarse una “biografía personal”, dentro de una corriente que parece haberse ido afianzando dentro del biografismo español y de la que podrían considerarse señalados ejemplos, además de esta biografía de Whitman por Montesinos, la que dedicó Mauricio Wiesenthal a Rainer Maria Rilke o, con algunas diferencias de grado a favor de la biografía narrativa y erudita tradicional, la del poeta Luis Cernuda a cargo de su paisano Antonio Rivero Taravillo.
Como biografía, por tanto, no hay que esperar de ésta de Whitman por Montesinos grandes novedades, más allá de la tesis, expuesta con cierta insistencia, de que el norteamericano fue “un pionero del autobombo”; de lo que, por otra parte, los datos aportados al respecto no dejan la menor duda, por más que la nueva actitud de los escritores de entonces hacia la fama pareciera venir determinada por su nueva relación con la prensa en expansión, como lo demuestra el caso -no referido en este libro, pese a la cercanía cronológica- de Edgar Allan Poe y otros coetáneos que exploraban las posibilidades de hacerse un nombre literario ligado a los avatares de la escritura en periódicos.
Por el contrario, y más allá de estas cuestiones sujetas a opinión, los hechos desnudos y contrastados que constituyen la biografía del poeta, junto con los hitos más importantes concernientes a la transmisión y vigencia de su obra, son los que Montesinos consigna en una atípicamente extensa “cronología” de setenta páginas situada al final del libro. Y donde el biógrafo-ensayista se muestra verdaderamente original es en el hecho de dedicar el espacio precedente, no a detallar o ampliar esos hechos desnudos, a la manera de un biógrafo-narrador convencional, sino a plantear, de modo impresionista, extensos y elocuentes excursos de avezado lector en torno a las grandes cuestiones -eso sí, en sucesión más o menos cronológica- que suscita la correlación entre la vida y la obra del poeta: sus años como periodista y escritor en ciernes, en los que pergeñó un conjunto de narraciones que, sin ir más allá de un moralismo bastante convencional, van configurando un personaje en el que ya se vislumbran algunas de las grandes cuestiones que más tarde comparecerían en la obra poética por la que es universalmente conocido.
Entre ellos están su creciente conciencia del peculiar dinamismo humano y cultural de las grandes ciudades estadounidenses, así como del país en su conjunto; su grado de coincidencia -que el poeta no siempre reconoció abiertamente- con el idealismo democrático y humanista de Emerson y otros escritores de la escuela trascendentalista. También, por supuesto, la novedad que supuso la concepción y publicación de Hojas de hierba y la experiencia de la guerra civil, en la que el poeta encontró la ocasión de convertir en abnegada práctica humanitaria el mensaje salvífico de su gran libro, ampliado en sucesivas ediciones que matizan, pero no contradicen, el espíritu optimista y la profesión de amor a todos y a todo, en una especie de pansexualismo no exento de ambigüedades, que contenía la entrega inicial. Y, por último, la consiguiente polémica, tanto ante la audacia formal de esta poesía no sujeta a metro y abierta a la expresión coloquial, como ante la exaltación franca de la condición sexual del ser humano, sin exclusión del “amor entre camaradas”, al que el poeta no sólo se refirió en sus versos, sino que plasmó en el afecto que dedicó a los jóvenes soldados heridos a quienes cuidó durante la guerra y a otros muchos compañeros.
Montesinos acierta en su capacidad de celebrar y ensalzar a Whitman y animar a su relectura desde el conocimiento de las grandes cuestiones que animaron su poesía
Es típico de Montesinos crear puentes argumentativos entre un capítulo y otro y, una vez planteado el asunto del que va a ocuparse en cada uno de los apartados, apelar a los testimonios de algunos de los primeros biógrafos del poeta y de sus primeros lectores, así como a lo que el propio Whitman hubiera tenido a bien decir al respecto en sus cartas, artículos y notas de taller. Los datos biográficos propiamente dichos -por ejemplo, la narración detallada de la relación del poeta con uno de sus últimos “camaradas” jóvenes, Harry Stafford- aparecen como desarrollos colaterales de estos grandes bloques de argumentación más o menos dramatizada y siempre a cargo de muchas voces: algunas prominentes, como la del propio Emerson -muy lacónico en sus referencias al efusivo poeta-, o la de un muy cauteloso y medido Henry James; otras, mucho más entregadas y empáticas, como el valiosísimo testimonio de lectura y temprano ejemplo de apreciación crítica libre de prejuicios que aporta Robert Louis Stevenson. Montesinos se muestra hábil y convincente en estos contrapuntos, en los que a veces arrastra al lector a contraposiciones verdaderamente sorprendentes, como la que establece entre Hojas de hierba y otro libro “de título botánico”, Las flores del mal del francés Charles Baudelaire, que representa una actitud hacia la vida y la humanidad diametralmente opuesta al optimismo fraternal y expansivo del norteamericano; pero que, aún así, no deja de ofrecer también algunas llamativas coincidencias, más allá de la mencionada referencia “botánica”.
Por ejemplo, el hecho de que ambos poetas fiaran su posteridad a un solo libro global y omnicomprensivo, obra de toda una vida; como, en cierto modo -nos dice Montesinos-, hicieron también Pablo Neruda y nuestro Jorge Guillén con sus monumentales Canto general y Cántico, respectivamente; aunque, de nuevo, en la referencia a Baudelaire se echa de menos la mención de que el autor norteamericano que el francés tomó como modelo y referente no fue desde luego Whitman, sino Poe, cuya repetida omisión -tampoco se dice que el crítico Rufus Wilmot Griswold, que reseñó sañudamente Hojas de hierba, fue también albacea de Poe y responsable en parte de la leyenda negra que todavía padece del autor de “El cuervo”- tal vez deba algo a la larga sombra de otro de los convocados por Montesinos a este festín de lectores en torno a Whitman: el pontifical crítico norteamericano Harold Bloom, siempre reticente hacia el camino a la modernidad que abrió su otro ilustre compatriota.
En cualquier caso, y más allá del marco referencial elegido, el libro de Montesinos acierta en su capacidad de celebrar y ensalzar a su objeto de estudio y animar a su relectura desde el conocimiento de las grandes cuestiones a las que se refiere la poesía del hombre que se llamó Walt Whitman. No es mal modo de celebrar su bicentenario.