Desde que se produjeron los últimos fogonazos de aquel movimiento maravilloso e integrador que fue el boom latinoamericano, el mundo del libro en español busca la manera de recrear una fórmula de conexión que estreche lazos entre su diversa geografía repartida por dos continentes. Los datos globales del sector son halagüeños y lo posicionan entre los diez mejores del mundo, con un valor cercano a los 4.000 millones de euros y 224.300 títulos publicados en 2016, según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC). Sin embargo, estas cifras esconden fuertes desequilibrios. De este total, la edición española se ocupa de 116.869, frente a los 27.000 cada uno que presentan los dos países siguientes de la lista, México y Argentina. Mayor socavón se aprecia en el capítulo de exportaciones. Según el Informe de Comercio Exterior del Libro 2017, las exportaciones de España a Latinoamérica suponen un 34 % del total, dejando un saldo de 194 millones de euros, mientras que apenas el 1,4 % de las hispanoamericanas desembarcó en España.
Los números son contundentes y hablan de un mercado interdependiente con evidentes desequilibrios. Pero más allá de criterios comerciales, ¿es fluida la relación entre las diversas literaturas que comparten el español como lengua o está roto el puente entre las dos orillas de nuestro idioma?
"En muchos casos es más rentable que un libro viaje desde España que cruzara allá una frontera", asegura el editor Juan Casamayor
A la hora de analizar esta situación, el primer escollo nace de una problemática de difícil solución, la imposibilidad de comparar ambas realidades. "Al comparar, partimos de una idea que no se puede sostener. Estamos hablando de un continente y de varios países que son casi continentes y eso hace imposible una identificación de magnitudes con España”, advierte el editor de Páginas de Espuma Juan Casamayor, que visita anualmente casi todos los países del ámbito hispánico. “Son más de veinte literaturas muy distintas entre sí, sometidas a unas características sociopolíticas y culturales totalmente diversas”. Los más nocivos, mercados editoriales poco conectados y nacionales, bajos índices de lectura y de poder adquisitivo o grandes costes de aduanas.
“En Latinoamérica es muy difícil mover libros entre países. La aduana y los transportes son caros, y muchas veces los libros que se distribuyen en Ecuador no se conocen en Chile y los de Uruguay en Colombia”, explica Casamayor. De hecho, en ocasiones es más rentable que los libros pasen antes por España que que crucen una sola frontera. “A mi distribuidor uruguayo le sale más barato traer libros de Samanta Schweblin desde España que desde Argentina, y estamos hablando de cruzar el río de La Plata”.
Escasas excepciones
Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara, cree que “es inevitable pensar en la lengua como un aliciente para buscar lectores en todo el territorio del idioma, pero es difícil”, reconoce. “Ya no sólo porque la distancia entre Argentina y México sea similar a la que hay con Europa, sino porque no todos los libros apelan a sensibilidades compartidas”. De hecho, en las listas de libros más vendidas de países como Colombia, Argentina o México, es raro encontrar a otros latinoamericanos, ya no digamos a un español. Aunque hay quienes lo consiguen. “Cuando un libro extranjero interpela a los lectores de un país puede aspirar a funcionar como un libro local. Por ejemplo, la serie Falcó de Arturo Pérez-Reverte ha sido un acontecimiento en Argentina. O, por ejemplo Patria, de Fernando Aramburu, en Colombia, que arraigó bien porque tenía relación con la situación del país”, ilustra. “Un ejemplo inverso sería la novela La uruguaya, de Pedro Mairal, que a pesar de ser argentino, tuvo el eco y las ventas de un autor local, o más”.
"Hay autores importantes para el español como marsé que no son leídos en Latinoamérica", se lamenta el escritor Juan Gabriel Vásquez
Y es que, más allá de la distribución y sus complejidades, la clave es si realmente los libros y los escritores del ámbito latinoamericano se conocen entre sí y son accesibles para los lectores. “Seguimos siendo compartimentos bastante cerrados”, se lamenta el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, que ve “con tristeza que hay autores de una importancia innegable para nuestra lengua que en Latinoamérica no tienen presencia. Por ejemplo Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina o Javier Cercas”.
Más radical se muestra el mexicano Emiliano Monge al opinar que “la literatura española de nuestra generación es bastante plana, son muy pocos los escritores en quienes uno encuentra un desafío a la forma, una estética propia”. Por ello, encuentra natural que Latinoamérica se vuelva más hacia sí misma, pues “el castellano ha envejecido en el lugar donde nació, mientras que en América está viviendo su juventud, y la juventud siempre se abre a lo nuevo. El español peninsular es una isla y el de América un planeta”.
“No llega ni lo mejor ni lo suficiente, aunque la relación lectora entre ambas orillas ha mejorado en las dos últimas décadas. Leemos más latinoamericanos en España y ellos también leen algo más a españoles” afirma Rosa Montero, escritora muy querida en Lationamérica. En su opinión, “los grandes grupos como Alfaguara/Random o Planeta han contribuido a que haya algo más de fluidez no solo entre ambas orillas sino también entre los mismos países latinoamericanos”, ya que piensa que para lograr vender de verdad en Latinoamérica “hay que imprimir allí, y no todas las editoriales españolas están en condiciones de hacerlo”.
Comparaciones odiosas
En ese terreno, destaca en los últimos años no sólo la labor de los grandes grupos, cada vez más activos y monopólicos desde los años 90, sino el fundamental papel de las editoriales independientes, que se reparten por toda la geografía del idioma. “La sensibilidad editorial y lectora ante Latinoamérica es importante en editoriales pequeñas como Pre-Textos, Candaya, Periférica, el grupo Contexto”, enumera Casamayor. “Pero también las independientes latinoamericanas van ganando peso, como Adriana Hidalgo o Eterna cadencia en Argentina a Almadía o Sexto Piso en México”.
"No hay desconexión entre ambas orillas, sino conexiones que no satisfacen a todos", opina Oche Califa, director de la FILBA
A este esfuerzo de las editoriales independientes, muchas con más de dos décadas y convertidas en referente de catálogo, se suma el de unos grandes grupos que también tienen dificultades para derramarse por todo el territorio, pues “es muy difícil distribuir en todos los países porque ya no hay apenas figuras cuyos libros sean un acontecimiento para todo el mundo en lengua española. Hay que ir territorio a territorio, libro a libro”. Para la editora, la llamada desconexión atlántica “no es peor en el presente que hace unos años. Queremos compararnos con lo que fue el boom, pero las novelas, la conversación editorial y la atención en todos los ámbitos culturales que generó esa década es algo irrepetible”, asegura. “Vivimos en una coyuntura completamente diferente en el sentido de que hay muchísima más oferta y muchísimo más ruido de todo tipo”.
Otro elemento que tanto autores como editores consideran indispensable es el de las ferias. “Los festivales y las ferias juegan un papel fáctico: los autores llegan y se relacionan con el público y con los pares”, defiende Oche Califa, director de la FILBA argentina, que cerraba sus puertas hace un par de semanas y por la que han pasado en esta edición más de setenta autores españoles, la mayoría de Barcelona, Ciudad Invitada de Honor. “No hay tal desconexión entre las dos orillas. En todo caso hay conexiones varias que no satisfacen a todos”.
Igual de optimista se muestra Marisol Schulz, directora de la FIL de Guadalajara, que alaba la importancia de los festivales y el gran reconocimiento que acaparan los escritores, incluidos españoles como Almudena Grandes, Marta Sanz, Ray Loriga o Juan José Millás. “No es un problema de lectores, sino de la dinámica de distribución, venta e importación de libros que existe en todo el territorio del español. Son factores económicos los que dificultan el que un autor pueda conocerse en todos los países del español” insiste.
Un camino con mucho recorrido
"Queremos recrear el boom, pero es algo irrepetible. Ahora hay pequeñas explosiones, reconoce la editora Pilar Reyes"
Sin embargo, todos los protagonistas coinciden en que pese a que el diálogo existe, se puede hacer mucho más. Y esto pasa por medidas políticas que ayuden a paliar los problemas endémicos del sector, tanto a nivel comercial como de lectura. “Hay que defender la ley de precio fijo en todas partes y apoyar la red de librerías, quizá con ventajas tributarias”, apunta Reyes. “Hay un marco de trabajo con CERLALC para hacer un acuerdo internacional de los costes de aduana y de la fiscalización que supone el tránsito de libros entre los países. Eso es básico”, añade Casamayor. “Además, es clave que cada gobierno se comprometa a hacer unas buenas políticas de fomento de la lectura a nivel escolar y bibliotecario, algo que ya existe en lugares como Colombia o México, que tienen proyectos que ya nos gustaría aquí en España”.
Pero en definitiva, “quizás lo que tenemos que medir es nuestra ambición, porque ya hay multitud de pequeñas conversaciones simultáneas y tenemos que aceptar que esa es la realidad y tratar de ir canalizándolas en una red”, reflexiona Reyes. “Tenemos que entender que esto ya no es un boom, sino un mundo de pequeñas explosiones que ocurren en distintos sitios”.