Tan solo 15 días. Ese es el tiempo que el códice del Cantar de mio Cid estará expuesto al público en la Biblioteca Nacional de España. Sus páginas, que habitualmente se encuentran conservadas en una cámara acorazada junto a otros manuscritos de Lope de Vega, el Quijote o los Beatos, se encuentran en una vitrina que imita las condiciones ideales para este tipo de documentos: un máximo de 21 grados y un 45% de humedad. Dentro, unos aparatos miden las constantes para evitar cualquier tipo de deterioro. Una vez pasados los 15 días (el informe sobre el estado de conservación así lo aconsejó) se sustituirá por un facsímil con motivo de la exposición Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal.

"El Cantar de mio Cid es el único poema épico castellano conservado casi en su totalidad. Narra en más de 3.700 versos irregulares el último tramo de la vida del héroe castellano por excelencia: el caballero burgalés Rodrigo Díaz de Vivar", recuerda Enrique Jerez, comisario de la muestra. En la exposición, que sigue en una segunda sala de la institución, Ramón Menéndez Pidal, cuya familia adquirió el manuscrito, dice que este poema es el "acta natalicia de la literatura española".

Para él, "es más que un códice, es la representación simbólica de Castilla, y Castilla es el origen de la nación española", sostiene Jesús Antonio Cid, presidente de la Fundación Ramón Menéndez Pidal. Así, el Cid sería nuestro mito fundacional: "no sé si es conveniente tener héroes fundacionales pero de ser así el Cid es un buen ejemplo: es un buen padre, un buen marido, es justo, no es cruel y cuando tiene problemas no ejerce la venganza sino que recurre a la justicia", comenta.

Las aventuras del Mío Cid

El cantar "está en nuestro imaginario colectivo, forma parte inherente de la cultura española, no solo porque es el origen de la lengua y la poesía en español sino porque refleja una serie de valores que todavía nos emocionan como la lealtad, el compañerismo o el espíritu de superación", comenta Ana Santos, directora de la BNE, institución a la que fue donado este códice en 1960. Pero no siempre ha sido así y es que este archivo ha sobrevivido a seis siglos y tres cheques en blanco.

Páginas del interior del Cantar de Mío Cid

La historia comienza en 1207, fecha en la que el monje Per Abbat (Pedro Abad) copia el cantar. Aunque este documento está desaparecido permite que en el siglo XIV se transcriba en el Códice de Vivar, el manuscrito que ahora vemos en esta exposición temporal. En 1596 el códice se localiza en el Archivo del Concejo del pueblo de Vivar (Burgos). Hasta 1779 no es publicado por primera vez, momento en el que empieza su estudio y difusión tanto en España como en el extranjero. Durante los primeros compases del siglo XIX permanece desaparecido, años en los que su fama crece y es estudiado por eruditos de diversas procedencias.

Poco después pasa a manos de Pascual Gayangos y este recibe una oferta del Museo Británico. El bibliógrafo le cuenta la anécdota a Pedro José Pidal, quien lo adquiere y cuya familia se encarga de su conservación durante varias generaciones. Cuando Pidal muere en 1865, el archivo lo hereda su hijo Alejandro Pidal y para finales del XIX su sobrino, Ramón Menéndez Pidal, empieza a destacar como un gran conocedor del poema. De hecho, "Menéndez Pidal se dio a conocer en un concurso de una academia para editarlo, donde compitió con Unamuno, pero este pensaba que el texto no valía nada y Menéndez Pidal supo captar su valor", sostiene Jesús Antonio Cid.

Este último recibe un cheque en blanco extendido por Hungtington a cambio de ceder el Códice de Vivar a la Biblioteca de Washington. Por suerte, Menéndez Pidal se niega y en 1960 la Fundación Juan March compra el códice a la familia Pidal por diez millones de pesetas. Ese mismo año, en diciembre, la institución lo dona a la Biblioteca Nacional.

Menéndez Pidal y el Cantar de mio Cid

La Biblioteca Nacional "quiere mostrar la relación entre dos españoles excepcionales, Cid y Menéndez Pidal", sostiene la directora de la BNE. En diferentes vitrinas dispuestas en la Sala de las Musas se muestran otros códices de gran importancia como el Debate de Elena y María y el Cantar de Roncesvalles. En el primero estas dos mujeres, que mantienen relaciones con un clérigo y un caballero, discuten "quién de los dos es mejor", comenta Enrique Jerez, comisario de la muestra. "Ramón Menéndez Pidal consideró que era un ejemplo de manuscrito juglar pero dado el minúsculo tamaño del escrito quizá estuviera dedicado a un lectura privada", arguye. El origen de este documento se remonta a 1280 aunque no es hasta 2017 cuando la BNE se lo compra a la Casa Ducal de Alba.

El segundo de estos fragmentos épicos, de tema carolingio, fue copiado a principios del siglo XIV en dos folios de pergamino que hace un siglo se hallaron sueltos en un registro medieval de vecinos de Navarra, y que hoy se conservan en su Archivo General. Los apenas cien versos que transmiten suponen una contribución al conocimiento de la tradición épica española, pues demuestran que España también contó con una versión poética de la célebre leyenda de Roncesvalles.

Crónica General de España, 1344

Antonio Jesús Cid cuenta una anécdota: la hija de Ramón Menéndez Pidal suspende latín en Madrid y ambos viajan a Granada. Deciden aprovechar el viaje para visitar el Albaicín y, avisado del peligro de la zona, pregunta si alguien le puede acompañar. Entonces le hablan de un joven con don de gentes que responde al nombre de Federico García Lorca. "Los tres se fueron a recoger romances de los gitanos. Cuatro años después Lorca publica Romancero gitano. Se cree que esta relación con Menéndez Pidal tuvo mucha influencia en el poeta", comenta el presidente de la fundación.

En las diferentes vitrinas de las salas de la institución se suceden manuscritos en torno a la relación de Menéndez Pidal con el teatro o las versiones que la historia del Cid Campeador ha tenido en las tablas como en el cine y en la publicidad. Cierran la muestra algunos documentos que recogen el pensamiento, temperamento y legado de Ramón Menéndez Pidal con dos ejemplos de sus testimonios en prensa.  

A pesar de que el nombre del filólogo e historiador sonó en varias ocasiones para el Premio Nobel de Literatura, nunca se lo llegaron a conceder. Estuvo a las puertas, según dicen. En la recta final de la última vez, en 1956, sonaba su nombre junto al de Juan Ramón Jiménez. Entonces, recuerda el comisario, Menéndez Pidal "pidió retirar su candidatura para favorecer a Juan Ramón".

@scamarzana