Edición de Franck Planeille
Traducción de Ana Nuño
Alfabeto. Madrid, 2019. 324 pp. 22 €
La amistad entre Albert Camus y René Char nace de la admiración y el reconocimiento mutuo de sus obras. Char, que había leído a Camus en el diario parisino Combat, destacó “el timbre preciso y la honradez” de sus artículos. Camus, que acababa de inaugurar la colección “Espoir” para Gallimard, leyó el manuscrito Las hojas de Hipnos y “quedó prendado” de Char. Fue entonces cuando Camus escribió al poeta francés para proponerle su publicación. Con esta primera carta, hoy perdida, se inició la correspondencia entre los dos autores. Su comunicación escrita se convirtió pronto en un intercambio fraternal lleno de palabras afectuosas, de fidelidad, de confesiones y de intercambio de favores y de consejos. Y aunque sus encuentros en cenas, comidas y residencias compartidas nos serán inaccesibles siempre, ahora, gracias a Correspondencia 1946 - 1959, los lectores tenemos el privilegio de acceder a la intimidad manuscrita de dos hombres que se leyeron y se quisieron y que se encontraron el uno en los textos del otro.
Dos escritores que tras la II Guerra Mundial se preguntaron cómo vivir en un mundo en sombras, cómo volver a la vida civil, cómo recuperar la cotidianidad y hacer de la existencia un gesto de resistencia contra el absurdo. Con la determinación de vivir como “Sísifo feliz”, ambos hallarán en la escritura un instrumento para la constante insurrección, un ejercicio contra la resignación y la humillación. Frente a la nostalgia y la frivolidad, estos amigos compartirán una misma actitud de trinchera: la concepción de la actividad literaria como una infatigable lucha contra los poderes políticos, una denuncia incansable de las plagas del su periodo histórico, incapaces de vivir como extranjeros del mundo. El siglo XX se desangraba y ellos escribían con el empeño de convertirse en un “modesto espejo de su tiempo”. Sus individualidades radicalmente marcadas contribuyeron, sin duda, a testificar contra las atrocidades de su época: no sólo Camus denunció La Peste; también Char se alzó contra “los afiladores de guillotinas”, contra quienes pasaron de ser brillantes sublevados a policías o cómplices de los abusos de los poderosos.
La edición de esta Correspondencia, a cargo de Franck Planeille, tiene la virtud de hacer de los pies de página parte fundamental de un libro plagado de notas aclaratorias que enriquecen la lectura: relatos al margen que amplifican las existencias y las epístolas de los dos escritores. Más que datos, Planeille ofrece auténticas historias paralelas: los enfados de Breton o Sartre con Camus, las muertes de las madres, las casas habitadas, los lugares visitados, las revistas donde escribieron, las ediciones de los libros que publicaron o las crisis de pánico de Camus tras recibir el Nobel.
Gracias a este libro accedemos a la intimidad manuscrita de dos hombres que se encontraron el uno en los textos del otro
También están los anexos: conferencias, prólogos, intervenciones radiofónicas y, en fin, textos que contribuyen a comprender el amor incondicional que ambos escritores se profesaron, la antipatía de ambos hacia la ciudad de París, a la que veían como centro intelectual autocomplaciente y asfixiante. No es extraño que, con frecuencia, se retiraran a la costa azul, a Italia o a Argelia. Unas vidas nómadas como sus escrituras. En este sentido, Correspondencia 1946 - 1959, da excepcional cuenta de los textos como entidades vivas que mutan y se reescriben, como realidades que se intercambian, que se desplazan y que se hacen más grandes a través de las réplicas y los comentarios, a través de las reediciones y las traducciones. Creo que para comprender esta idea de escritura como organismo vivo es preciso, como hizo Char en “Quiero hablar de un amigo”, texto a propósito del Nobel de Literatura de Camus, recordar estas palabras de Nietzsche: “Siempre puse en mis escritos toda mi vida y toda mi persona. Ignoro lo que pueden ser los problemas puramente intelectuales”. Y, en efecto, el tándem Camus-Char se nutrió de ese entremezclarse irremediable de vida y escritura, de amor y de política, de búsqueda de la belleza y de ser testimonio y azote de su época. No en vano, Char caracterizó la obra de Camus como de “incendio y reconstrucción”, de “refugio y arsenal” para rehabitar el mundo después de la guerra. Camus, por su parte, habló de la poesía Char como de literatura que ayuda a vivir, de escritura que ampara y que “ocupa su lugar en este tiempo como la piedra limpia en mitad del río mugriento que discurre filtrándose y se aparta al verlo llegar”. Aunque, tal vez, las palabras más bellas sobre la obra de René Char las escribiera Francine Camus, cuando dijo que el Poema pulverizado era “exorcismo y hechizo” y un verdadero compañero.
En Correspondencia no sólo se habla de literatura de compromiso. Están también las crisis creativas: tras diez horas de escritura, un Camus agotado afirma que “ya no sé escribir”; por su parte, Char confiesa vivir angustiado ante la idea de “matar la literatura”: “¡Me aterra la impudicia, el decir de más!”, escribe con agitación a su amigo. Y está además la cuestión del cuerpo, porque no sólo las mujeres son cuerpo. Los dos escritores muestran una constante preocupación por las enfermedades y por la salud precaria; abundan las quejas por el cansancio y por el paso del tiempo. El miedo a la vejez y a la muerte. Camus se siente con “el alma chamuscada” y Char, que no soporta lo que él considera su “fealdad física”, afirmará que en su poesía “todo el sitio es para la Belleza”.
Y de la belleza al amor, un sentimiento que en ellos es siempre desgarrado: “No te dobles si no es para amar” escribe Char y Camus, que aplaude la ternura de la imagen, necesita recordar que el poeta amigo es, como él, como Argelia, esencialmente viril. No puedo evitarlo, pero la sombra pequeña y callada de la depresión de Francine Camus planea sobre este epistolario; por ella, me gustaría terminar esta reseña con un deseo: el de escuchar la voz de Francine o que alguien la alce por ella.