El volumen se titula El cuento de la criada. Ensayos para una incursión en la república de Gilead (Errata Naturae), y en él pensadores y expertos en series de televisión como Iván de los Ríos, Patricia Simón, Jorge Carrión, Cristina Cerrada o Stephanie st. Martin unen fuerzas para analizar los temas esenciales de la serie de HULU, sus planteamientos éticos y estéticos, las razones de su éxito y sus aterradoras advertencias. Con todo, lo mejor es su arranque, una suerte de entrevista-perfil de Margaret Atwood (1939) realizado por Rebecca Mead, colaboradora habitual de New Yorker y amiga personal de la canadiense.
Según Mead, bajo el relato de Atwood subyace una oscura leyenda familiar desvelada a la escritora hace más de cincuenta años. Al parecer, una antepasada, Mary Webster, fue acusada en el siglo XVII por sus vecinos de Hadley, Massachusetts, de brujería. Condenada a morir en la horca, la colgaron pero no murió. “Por la mañana, cuando llegaron a descolgar el cadáver, seguía viva”, contaba Atwood. Desde ese día, la presunta bruja fue conocida como “Half-Hanged Mary” [Mary la medio ahorcada]. Y aunque la familia no tuvo jamás muy claro si todo era una fábula o no (la abuela de Atwood “afirmaba el lunes que todos veníamos de Mary, y el miércoles que no, así que quedaba a tu elección”), la canadiense dedicó El cuento de la criada en 1985 a dos íntimas amigas muy especiales: Penny Miller, una compañera de estudios de Harvard, y… a Mary Webster, la célebre Half-Hanged Mary.
Según Patricia Simón, 'el cuento de la criada' narra lo que podría ocurrir “si no frenamos el discurso del odio”
Años más tarde, Mead acompañó a la escritora a la Biblioteca Thomas Fisher de libros raros y manuscritos, en la Universidad de Toronto, a la que Atwood había donado su archivo personal, más de cuatrocientas cajas. En una de ellas estaba el primer borrador manuscrito de la novela, y “en la etiqueta de otra caja podía leerse: cuento de la criada: precedentes”. Al abrirla, Atwood reconoció los montones de recortes de periódicos de mediados de los 80 que le sirvieron de inspiración. Eran reportajes, apuntes y noticias sobre la amenaza a la privacidad que suponían las tarjetas de débito, la prohibición del aborto y los anticonceptivos en distintos lugares del mundo, declaraciones del Gobierno canadiense sobre la tasa de natalidad, noticias sobre catástrofes ambientales… También un artículo –que la había sobrecogido– sobre una comunidad católica de Nueva Jersey que había caído en manos de una secta fundamentalista y que denominaba a las esposas “criadas”. (La palabra estaba subrayada con fuerza). Su idea original, le confesó entonces Atwood, era “no incluir en la novela nada que no tuviera un antecedente histórico o un referente moderno con el que compararse”. Y funcionó, su éxito fue inmediato. Cuando se publicó en 1985 su hija Jess tenía nueve años, y antes de que terminara el instituto ya se había convertido en una de las lecturas obligatorias del centro.
Tras este viaje a la intrahistoria del libro, el lector se abisma en un contenido más ensayístico. Así, Iván de los Ríos descubre la tonalidad nietzcheana de la novela, seguro de que en lo más oculto de las comunidades humanas y de sus leyes “se esconden la crueldad y el sadismo de un atajo de animales inteligentes que no han sido capaces de eliminar su fiereza más antigua y que acostumbran a canalizarla en marcos jurídicos y organizaciones políticas aparentemente civilizadas”. Patricia Simón nos descubre que lo que nos aterra del libro es su capacidad para describir con demasiada lucidez el mundo en que vivimos, a partir de dos certezas: la de que “no hay mercancía más barata, ni esclava más explotable que una mujer extranjera pobre”, y la de que lo que narra nos podría ocurrir si no frenamos “la polarización de la sociedad y la divulgación del discurso del odio”. Jorge Carrión resalta cómo El cuento de la criada nos recuerda que siempre es posible “sumar oscuridad a la oscuridad”; Anne de Vaul destaca que debemos prestar atención al pasado, porque, si no, tal vez Gilead no sea el futuro pero lo que nos espera puede no ser mejor…
El problema de la mujer y su lucha por su identidad (Elena Irigoyen), el neofeudalismo globalizado (Enric Ros), el totalitarismo gestacional (Leigh Kellman Kolb) son otros temas de un libro implacable que acaba revelando al lector lo frágil que, a fin de cuentas, puede ser su libertad.