María de Zayas es la mejor novelista del siglo XVII y una autora feminista: así figura en todas las historias de la literatura y así lo creía yo. Pero unas palabras suyas me abrieron los ojos y me permitieron ver la verdad: que no fue una persona de carne y hueso, sino solo un nombre tras el que se escondía un conocido escritor.
Dos son las obras de María de Zayas: las diez Novelas amorosas y ejemplares (Zaragoza, 1637) y la Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto (Zaragoza, 1647), colección de diez “desengaños”. Al final de esos Desengaños dice la autora en defensa de las mujeres: “Y digo que ni es caballero, ni noble, ni honrado el que dice mal de las mujeres, aunque sean malas, pues las tales se pueden librar en virtud de las buenas. Y en forma de desafío, digo que el que dijere mal de ellas no cumple con su obligación. Y como he tomado la pluma, habiendo tantos años que la tenía arrimada, en su defensa, tomaré la espada para lo mismo, que los agravios sacan fuerzas donde no las hay; no por mí, que no me toca, pues me conocéis por lo escrito, mas no por la vista; sino por todas, por la piedad y lástima que me causa su mala opinión”.
¿Por qué dice esta frase misteriosa: “Me conocéis por lo escrito, mas no por la vista”? Y afirma que si es necesario tomará la espada en defensa de las mujeres, “no por mí, que no me toca” (adviértase además que ha dicho antes “el que dijere mal de ellas” y no “de nosotras”). Si no la conocen “por la vista”, si no puede nadie verla, ¿no será que no existe?; y si no le toca la defensa de la mujer es que no lo es. ¿Qué está, pues, diciendo? Sencillamente, el autor de estas palabras –un hombre– está revelando a los lectores que María de Zayas es un ente de ficción.
Y abro un paréntesis para indicar que en el “Advertimiento al lector” de las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, Lope de Vega dice también de este heterónimo suyo que “él se recataba de que le viesen, más por el deslucimiento de su vestido que por los defectos de su persona”, se escondía para que no lo vieran, o lo que es lo mismo: podían leerlo pero no verlo.
Las Novelas amorosas y ejemplares se imprimen por segunda vez en igual lugar y año, “enmendadas por su misma autora”, con algunas supresiones que empeoran el texto y que indican que no fue el motivo corregirlo, sino seguramente abaratar la edición. Uno de los poemas preliminares de la primera impresión, que luego desaparece en esta segunda, dice así:
Del olvido y de la muerte
hoy redimes tu renombre,
ni eres mujer ni eres hombre,
nada es humana tu suerte;
tu musa canta de suerte
que a quien no te vio enamora.
Curiosa alabanza retórica decir de doña María que no es mujer ni hombre, y que su suerte no es humana; y que su “musa canta de suerte / que a quien no te vio enamora” insistiendo en lo mismo antes comentado: el no verla.
La obra tiene una aprobación de José de Valdivielso, el poeta y dramaturgo, amigo de Lope –que también aprueba las citadas Rimas de Tomé de Burguillos, en 1634–, que dice lo siguiente:
“Este honesto y entretenido sarao, que me mandó ver el señor don Juan de Mendieta, vicario general en esta corte y que escribió doña María de Zayas, no hallo cosa no conforme a la verdad católica de nuestra santa madre iglesia ni disonante a las buenas costumbres. Y cuando a su Autor, por ilustre emulación de las Corinas, Safos y Aspasias, no se le debiera la licencia que pide, por dama y hija de Madrid, me parece que no se le puede negar. En dos de junio de 1636”.
No deja de ser sorprendente que diga que no se le debiera dar licencia al “autor” –no autora– por emular a “las Corinas, Safos y Aspasias” porque no es fórmula esperable en una licencia, y menos que acabe concediendo que “por dama e hija de Madrid, me parece que no se le puede negar”.
Un vejamen que un poeta catalán, Francesc Fontanella, leyó en Barcelona el 15 de marzo de 1643 en la Academia de Santo Tomás de Aquino –publicado por Kenneth Brown– aporta una pieza más para desvelar el enigma. Entre los poetas contemporáneos suyos que habían escrito en español glosas a la memoria del santo incluye a María de Zayas y dice de ella:
Doña María de Zayas
viu ab cara varonil,
que a bé que ‘sayas’ tenia
bigotes filava altius.
Semblava a algun cavaller,
mes jas’ vindrà a descubrir,
que una espasa mal se amaga
baix las “sayas” femenils.
Francesc Fontanella lo dice muy claramente: doña María de Zayas vive con cara de hombre y tiene altos y afilados bigotes (no dice que sea bigotuda); se parece a un caballero –que él conoce muy bien–, y anuncia que al final se descubrirá tal disfraz porque mal se esconde una espada debajo de las sayas de mujer. No es una grosera burla de la escritora, como se creía, sino la exposición de la verdad: detrás del nombre de María de Zayas –de sus femeninas sayas– se esconde un escritor.
¿Acaso no teníamos datos sobre la vida de María de Zayas? Pues no. La partida de bautismo de una María de Zayas, tres de defunción y un testamento –este en Nápoles– de damas llamadas María de Zayas no prueban que alguna de ellas fuera la novelista. ¿Y el autógrafo de su comedia? El manuscrito de su única comedia, La traición en la amistad, firmado por “doña Mª de Cayas” (BNE, sign. Res. 173), no es prueba de su existencia, sino solo de que alguien copió esmeradamente el texto –porque solo tiene dos mínimas correcciones del copista al equivocarse– y estampó al final esa firma.
Si, como hemos visto, no existió María de Zayas, ¿qué escritor se escondía tras su nombre?
Él mismo nos revela su identidad en los preliminares de las Novelas amorosas y ejemplares, porque incluye tras la epístola al lector de María de Zayas el anónimo “Prólogo de un desapasionado”, donde se manifiesta claramente por su estilo, por palabras que él usa (‘estafante’, ‘estríctico’, etc.) y por un argumento que expuso ya al lector en Las Harpías en Madrid (Barcelona, 1631): es Alonso de Castillo Solórzano (1584-1647/48?), autor además de dos poemas de los preliminares. Termina ese prólogo “de un desapasionado” con un enigmático elogio porque dice de Zayas: “cuyas alabanzas son dignas de elocuentes plumas, y la mayor que le da la mía es el dudar celebrarla, quedándose en silencio, que en quien ignora es el mayor elogio para quien desea celebrar”.
Es precisamente el escritor quien pone en boca de un personaje suyo, Monsalve, autor de novelas, la alabanza del “ingenio” de María de Zayas en La garduña de Sevilla (1642): “En estos tiempos luce y campea con felices aplausos el ingenio de doña María de Zayas y Sotomayor, que con justo título ha merecido el nombre de sibila de Madrid, adquirido por sus admirables versos, por su felice ingenio y gran prudencia; habiendo sacado de la estampa un libro de diez novelas”. Él, que admiró hondamente a Lope, lo imitó también en crear heterónimos y además se escondió tras las sayas de una mujer. Y digo “heterónimos” porque creó a otros tres novelistas: Andrés Sanz del Castillo, Jacinto Abad de Ayala y Baptista Remiro de Navarra, escritores todos sin biografía y de una sola obra.