Maria del Mar Arnús
Anagrama. Barcelona, 2019. 301 páginas. 24 €. Ebook: 9,99 €
El ocasional brote de la arquitectura en el catálogo de una editorial de alcance despierta tanta curiosidad como cautela. ¿Qué ha motivado su ascenso al escaparate de novedades? La respuesta debería estar en un relato tan imponente que sobrepase el cerco disciplinar, algo que Anagrama se propone con una biografía de Josep Lluís Sert a cargo de la historiadora y crítica María del Mar Arnús (Badalona, 1945). Bajo el mejorable título Ser(t) arquitecto, recoge las peripecias personales y profesionales de un barcelonés universal: aristócrata aunque moderno –su linaje aúna burgueses de la Renaixença, mecenas del Modernismo y artistas–, el coautor del Pabellón de la República de 1937 y fiel colaborador de Le Corbusier se exilió tras la Guerra Civil para recalar en Estados Unidos, donde continuó su actividad y se hizo con la dirección simultánea del Departamento de Arquitectura y la Escuela de Diseño en Harvard. A Sert se le debe un especial empeño por suavizar la aridez espartana del Movimiento Moderno, tanto en sus casas, dignas embajadoras del Mediterráneo, como en sus ciudades, sensibles paisajes de lo común. ¿Será suficiente para competir en librerías con las vidas de Al Capone, Sartre o el propio Herralde?
Arnús es condesa de Sert y familia política de su biografiado, credenciales idóneas para un acceso sin restricciones a la documentación personal del arquitecto. No hace falta ser experto, sin embargo, para evaluar los resultados de su empresa. El libro renquea visiblemente debido a la ausencia de editor, es decir, por su insistente falta de coherencia interna. Es de suponer que, si el texto se hubiera sometido a un ojo atento, se habrían eludido muchas de sus fallas narrativas y formales –caso del uso, más bien abuso, del presente histórico–, así como algunas inconsistencias en el apartado documental.
La biografía adopta una estructura confusa, consecuencia de la disolución de los órdenes cronológico y temático. Inicialmente, sigue una progresión más o menos ortodoxa: Barcelona-exilio-Estados Unidos. Pero a mitad del volumen –principios de la década de 1960– se rompe el calendario al insertar un ensayo específico sobre la relación entre Sert y los artistas. Se trata de una digresión contraproducente, que no solo reinicia la narración y descuida el estilo –con reiteraciones casi literales (“Barcelona fue la primera ciudad en la historia en ser bombardeada”, pp. 104 y 137)– sino que destripa, además, lo que vendrá. Cuando intenta retomar el hilo, cincuenta páginas demasiado tarde, la narración ha perdido cualquier tipo de impulso.
Ese embrollo hace aún más acusado otro de los problemas esenciales de Ser(t) arquitecto: sus desconcertantes lagunas. Arnús tiende a la anécdota intrascendente, y en ese afán de humanizar al sujeto no son pocas las ocasiones en que se inmiscuye en su crónica, no se sabe bien para qué –como ese prescindible periplo junto a Frank Gehry, únicamente justificado por su condición de exalumno de nuestro hombre–. En medio de todo esto, se olvida de consignar, negro sobre blanco, datos esenciales en una biografía. Así, sabemos que Sert se medía el miembro con sus primos (“pollita López… pollón Sert”; p. 32), pero no su fecha de nacimiento. Hay una pista, no obstante, en la página 34: en 1919, cuando muere su padre, el futuro arquitecto tenía –se dice– 17 años cumplidos: 1902. En la frase siguiente, el asesinato del archiduque Francisco Fernando (1914) le pilla en París con 13: ¿1901?. (Acabemos: el propio Sert recordaba tener unos 12 años en el momento del magnicidio, y fuentes autorizadas dicen “1 de julio de 1902”.) Demasiado frecuentes para recogerlos in extenso, el volumen contiene otros apreciables resbalones: se hace competir a Walter Gropius con Adolf Loos por la jefatura de Harvard en 1937, si bien Loos había fallecido en 1933; se atribuye la triada vitruviana “utilidad, solidez y belleza” (30 a.C.) al moderno Le Corbusier; de este último se datan en 1921 sus “Cinco puntos para una arquitectura nueva”, cuando fueron enunciados en 1926; se pone a Hannes Meyer a dirigir la Bauhaus en 1929, aunque lo hizo en 1928… Estos deslices podrían relativizarse como equivocaciones sin importancia, pero debilitan sin remedio la credibilidad de lo que se nos cuenta.
Un libro, no obstante, debería ser algo más que sus datos. Si Arnús transmitiese con eficacia su evidente pasión por el asunto esos tachones serían perdonables. Sin embargo, cuando toca enfrentarse a la arquitectura bordea el embarazoso territorio de la hagiografía: todo es genial en Sert. Así, la Fundación Maeght es una “obra maestra” (p. 174), como también los apartamentos Peabody Terrace en Boston (p. 196), el taller de Miró en Palma (p. 169) o las casas en Punta Martinet (p. 227). En ocasiones, la cosa se alegra: el Pabellón de la República de 1937, “la obra de su vida” (p. 142); la Embajada de Estados Unidos en Bagdad, una “obra modélica […] la más inspirada” (p. 126), el monasterio del Carmel de la Paix en Mazille, “obra cumbre de este período” (p. 216).
Al final, se nos agota la paciencia en medallas y el libro se termina sin que su protagonista se equivoque. Quizá resulte injusto exigir crítica a una biógrafa, pero qué menos que esperar una paleta de matices que enriquezcan su trabajo. Resulta Ser(t), en resumen, lo contrario de lo que se prometía: tedioso.