Nunca acabas de saber si Sayed Kashua está atrapado entre dos mundos, el árabe y el judío, o, como ha dicho Dana Ólmert, una de sus mejores críticas literarias e hija del exprimer ministro israelí, "es un exiliado de ambos: para los árabes, por ser demasiado judío; para los judíos, por ser demasiado árabe".
Nació en 1975 en Tira, en la región conocida como el Triángulo roto por la Línea Verde de separación entre el Israel del 48 y los territorios ocupados, origen (con Galilea) de la mayor parte de los árabes de Israel, hoy casi 2 millones (el 21 %) de los 9 millones de sus habitantes.
En 1990, con 15 años, fue admitido en la Academia de Ciencias y Artes de Israel, un internado de Jerusalén reservado para alumnos aventajados. Allí conoció la primera biblioteca, leyó en hebreo la primera novela en su vida –El guardián entre el centeno de Salinger– y se sumergió por completo en libros de autores israelíes sobre el sionismo, la identidad, la religión, el judaísmo, la Shoá, la patria, los pioneros y las guerras.
"Empecé a comprender mi propia historia y, sin planear nada, comencé a escribir sobre los árabes que viven en un internado israelí en la zona occidental de Jerusalén, en un país judío", cuenta casi al final de Llega un nuevo día.
"Comenzé a escribir creyendo que lo único que tenía que hacer para cambiar las cosas era escribir cómo era todo al otro lado, contar las historias que había oído a mi abuela, escribir cómo había muerto mi abuelo en la batalla de Tira, en 1948, cómo había perdido todas nuestras tierras, cómo había criado a mi padre, huérfano del suyo a los pocos meses de edad, mientras se ganaba la vida recogiendo fruta para un patrón judío…".
Kashua sigue creyendo que algún día en Israel habrá una historia que no niegue la historia del otro, sea judío o palestino
De alguna manera, su gran sueño se ha hecho realidad en su obra periodística y literaria, en sus textos y en sus clases. Quería contar, en hebreo, que su padre había estado muchos años en la cárcel, por sus ideas políticas, sin haber sido juzgado, su intrahistoria de la gran historia palestina, convencido, en su inocencia de adolescente, de que, cuando la leyeran, los israelíes comprenderían y cambiarían.
“Lo único que yo tenía que hacer era escribir y así terminaría la ocupación… ser buen escritor y así conseguiría liberar a mi pueblo de los guetos donde vivían”, escribe en “La despedida”, la última de las 69 (de unas 400) columnas publicadas en el periódico Haaretz entre 2006 y 2014, y recogidas en esta obra, que vio la luz en hebreo en 2015, se tradujo al inglés en 2016 y, por fin, con una cuidada traducción de Raquel García Lozano, Galaxia Gutenberg acaba de editar en español.
Es su cuarto libro y, como en los tres anteriores –Árabes danzando (2002), Que amanezca (2006) y Segunda persona del singular (2010)–, en su columna en Haaretz durante diez años y en sus guiones para la serie Arab Labor, el trabajo que le ha dado más popularidad, Kashua lo ha contado como ningún autor, judío o árabe, lo había hecho: en el mejor hebreo, con la ironía, la sátira y los elementos tragicómicos de los mejores novelistas.
Él, su esposa, sus padres, vecinos e hijos son sus protagonistas principales. Casi todo lo que escribe en todos sus libros es autobiográfico. Las rutinas diarias, lo aparentemente banal, en su pluma se convierte en símbolo de las grandes contradicciones de la sociedad israelí. El humor es su arma favorita, pero ninguno de sus libros ni de los artículos de esta obra pretenden hacer reír. Con humor cáustico Kashua te engancha, a los lectores judíos los convierte en lo que nunca han sido ni quieren ser –sus iguales– y tal vez a alguno logre hacerle llorar. “Es mi arma de supervivencia”, reconoce el autor.
“Llevo veinticinco años escribiendo en hebreo y no ha cambiado nada”, confiesa al final. “Veinticinco años aferrado a la esperanza, creyendo que no es posible que la gente esté tan ciega… Apenas he tenido motivos para ser optimista, pero he seguido creyendo que sería posible, que un día este lugar en el que conviven judíos y árabes hubiera una historia que no negaría la historia del otro. Que un día los israelíes dejarían de negar la Nakba, la ocupación y el sufrimiento del pueblo palestino. Que un día los palestinos estarían dispuestos a perdonar y que, juntos, podríamos construir un lugar en el que valdría la pena vivir, exactamente como en esos cuentos con final feliz”.