"La mente es como un trineo inmundo que nos arrastra por malos caminos dejando huellas para que nos atrapen, callate y decí por qué la manoseaste". Así, con un imparable torrente en el que convergen múltiples voces, arranca la última novela de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), Degenerado, otro aldabonazo, inquietante y perturbador, de una de las autoras más interesantes de la literatura hispanoamericana actual. Como ya hiciera en su trilogía sobre la maternidad, compuesta por Matate, amor (nominada al premio Man Booker Internacional), La débil mental y Precoz, la argentina vuelve a revolverlo todo con un monólogo que da voz a un presunto pederasta acosado por los vecinos, la policía, la justicia, los recuerdos, las sombras y las dudas.
Los testimonios se confunden en un discurso que confirma que era un buen vecino. No, niega otra voz, resultaba siniestro ("siempre me pareció sospechoso"), mientras él da cuenta de los días que lleva "amurallado", recuerda su detención, se planta en el banquillo y refiere los abusos de los que tal vez fue testigo en su infancia. Y duda, duda de si ese del que hablan, de si ese monstruo, es él, aunque sí, ese al que vieron cerca del parque haciendo eso tan asqueroso tal vez fue él… sin que eso le impida cuestionarse la ley y el poder de los jueces, ni le permita dejar de preguntarse si no son también culpables todos los que sabían de él y miraron hacia otro lado, sin detenerle cuando aún era posible. ¿Es, como presume, solo un viejo cansado, injustamente acusado? ¿Un monstruo? ¿Qué importancia tiene la relación tóxica que mantiene con su anciana madre? Y, sobre todo, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor, de amor prohibido, de deseo y perversión?