Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y barojiano de pro, Francisco Fuster (Alginet, Valencia, 1987), tras dedicarle su tesis doctoral y más tarde artículos y estudios como Aire de familia: historia íntima de los Baroja (2018), se sumerge ahora en lo vivido y sufrido por Baroja en París. Desde el deslumbramiento inicial que acompañó a sus primeras estancias al desencanto y la amargura finales, Fuster retrata con precisión la evolución humana y literaria de Baroja, sus causas y, sobre todo, sus consecuencias, a partir del momento en que el autor de La busca visitó la capital gala en julio de 1899, cuando, según su amigo y biógrafo Miguel Pérez Ferrero, fue "a conocer, a observar, tal vez a trabajar, si la ocasión surgía".
El mismo Baroja recordaría en Paseos de un solitario que tras su paso por Cestona (Guipuzcoa) como médico de pueblo "decidió ver un poco de mundo", y nada como París para descubrir "lo que podía ser un español ante el mundo europeo". Antes de 1936 volvería en otras siete ocasiones, y no para conocer la ciudad –"viéndola una vez basta"– ni para conocer a los escritores franceses "que en general se consideran tan por encima de nosotros que no hay manera decorosa de abordarlos", sino para tener "un punto de observación más ancho y más internacional que el nuestro".
El problema surgió cuando estalló la Guerra Civil. El 22 de julio de 1936, mientras pasaba unos días en Itzea, Baroja fue detenido junto a un amigo por una partida de requetés que estuvo a punto de fusilarlo. Aterrado, reunió cuanto dinero pudo y huyó a París, donde se instaló en el Colegio de España a pesar de las críticas de los partidarios de la República, que lamentaban que lo amparase una institución que dependía del gobierno legítimo.
Comenzaba así una etapa difícil y solitaria, llena de deserciones de amigos y de incomprensión. También de concesiones inesperadas como la publicación de Comunistas, judíos y demás ralea, o de muestras de una frivolidad casi culpable, como cuando acusó a Valle-Inclán de comunista, lo que motivó varias detenciones de familiares del gallego. Y, ante todo, fueron años de miedo, de mucho miedo, que Fuster resume con pericia y buen pulso narrativo acudiendo a fuentes solventes como Josefina Carabias, Andrés Trapiello, Sánchez Ostiz, cuando no al ya mencionado Pérez Ferrero, a Julio Caro o al propio escritor. Un librito desolador y ejemplar.