El primer recuerdo de Álvaro García, quizá, fue una nota en el periódico de la provincia sureña donde dicen algo de un premio. Más tarde su columna en ese periódico, las reseñas de su poesía. Y luego, décadas después, las clases de tenis que creo que no me cobraba y donde yo aprendí a ser periodista deportivo y un gentleman.
Álvaro García lleva saliéndose y entrándose en la horma de forma sucesiva y plural, pues en su biografía de poeta hay un creador total y público, un showman pasado por Saint Andrews, un narrador de lo cotidiano y un traductor de Auden que canta algo de Cole Porter. Su última novela, ganadora del premio Barbastro de Novela Corta, El tenista argentino, recoge mucho de esos Álvaros Garcías públicos y divertidos, también tiernamente irónicos, por no mentar la faceta del académico que teoriza mientras crea en ese mundo académico patrio tan piorreico como amigo del pie de página.
Y sobre la obra, el hombre, el escritor que se sale de horma y teoriza sobre la canción del verano en una conferencia/concierto en Callao. Pero vayamos por partes.
Para que se llame Álvaro García fue necesario un premio, el Hiperión, y una generación irrepetible de Románicas en Málaga de la que han salido poetas como García, sesudos editorialistas y hasta una tía mía, que ya es decir. Antes, como se ha dicho, el Hiperión precoz con 24 años, y de ahí a todas las facetas de la poesía, entre jurados y recitales.
Ganar el Hiperión procura un nombre, pero con 24 años, en el 89, lo que el cuerpo le va pidiendo a Álvaro García es ser rockero, o rockero dentro de la poesía. O un poeta melómano que sabe de rock y al que el propio Sabino Méndez -otro fuera de horma- tiene entre sus lecturas predilectas. En esa época se le ve a nuestro perfilado escribiendo y tocando el piano en ese barrio inmortal de Málaga, frente a un cementerio inglés, con edificios a medio camino entre Marsella y París y unos naranjos que refuerzan la latitud.
Para Lorca, la Residencia de Estudiantes fue un paso decisivo. Para Álvaro García, una etapa vital que le hace más amable el recuerdo de Madrid. Pero la horma de García se sale del corsé liviano de la Resi, y este hombre de plurales aptitudes va dibujando a los grandes poetas en las servilletas, va quedándose con sus lecciones de energía y va anotando sus tics humanos, porque García es también un maestro del detalle. En la Resi es tutor, "un cargo que se retomó" para nuestro autor "después de que lo hubiera sido otro malagueño aislado, Moreno Villa". Allí desayuna cada día con la gran Chavela Vargas que le va sumergiendo en su México de pistolas y puñales.
Si al común de los poetas les da pavor el artículo, García crea un género en sus columnas. Habla de su ciudad, Málaga, pero como decorado de algo más universal, el mundo, que devora cada día. Capítulo aparte merecen sus columnas en El Mundo, en las que la gente viene y va, hay buena escritura sin concesión a esa "trascendencia" que García ve como un cartón que se les queda a los columnistas de provincias. Y de la que García huye, como Camba. ("Tiene la forma estricta de la felicidad/esta canción que corre por la calle/ y nos redime ahora que podemos (...) Fondo de chimeneas que hay al fondo,/las chimeneas altas de ladrillo.")
De la poesía de Álvaro García hablan los Villena, los Pombo, los Gimferrer. Umbral lo incluye en su diccionario de literatura y con elogios, lo cual dice mucho y bueno de ambos. ("He vivido en la cara oculta de la lucha,/ delante de palabras solamente,/ que quizá te completan. ¿Ser, no ser?/ yo vivo en el no ser y tú en el ser;/ quizá por eso ahora estamos juntos").
El Hiperión y el Loewe, pero también el Barbastro de novela corta jalonan la sala de trofeos del tenista que es García. En 2005 saca un ensayo que se sale de horma por la óptica que le da al acto de crear: Poesía sin estatua es un tratado de cómo ser o no ser en poética, y aquí viene García a demostrar que 'Salmantica' puede 'praestat' a las musas y viceversa. El creador que teoriza sobre la creación y una lectura que ve el acto poético desde ángulos novedosos.
Pero más allá de las hormas vitales de las que haya salido y entrado García hay una, el tenis, que es una constante o un fetiche que dice mucho. Son legendarias sus partidas de tenis con Sr Chinarro y hay un partido pendiente en la pista granadina de Jota, de Los Planetas. No es menor el tenis como concepto total y ordenador de la creación en el malagueño: tampoco es ocioso que su "El tenista argentino" redunde precisamente en eso, en el tenis.
La novela El tenista argentino trata, en puridad, de un neurocientífico que es tutor -nótese el trabajo- en una universidad de tedio, excéntrico inventor de un sistema que permite a los perros el no defecar en la calle. Sobre esta realidad un tanto ramoniana del libro, ya sí que se despliega el García íntimo: el tenis, el desamor, las edades relativas del amor, un pasado que se acaba por revivir y heridas que no cicatrizan y que se sobrellevan mejor con ironía y escepticismo. ("El alcohol comprensivo llevaba ahí, en mayor o menor medida, desde noches de sábado de mi infancia, cuando las risas me despertaban y mi padre me dejaba hacer de camarero ante el carrito de cristal con la condición de que yo hablara en inglés y saludara a las señoras besándoles la mano").
En todo caso, se olvida el universo femenino en García, que es una constante de alguien que es seductor sin quererlo, quizá en consonancia con esa caballerosidad del tenis. ("Yo estaba tumbado bajo la luna y Daniela se había muerto pocas semanas después de haber podido quedarse embarazada. Daniela no había gritado. No habíamos sentido más que pena, brutalidad y orgasmo").
Yo tengo la imagen de nuestro autor todo vestido de blanco como y con una raqueta. Al fondo de una pista desde la que se ve el mar.