Toni Morrison ha trascendido su faceta de escritora para convertirse, junto a Barack Obama y Oprah Winfrey, en una figura icónica y referencial de los afroamericanos en Estados Unidos. El primero la condecoró en el 2012 con la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta distinción que se concede a un civil en los Estados Unidos; la segunda encarnó a Sethe, la protagonista, en la adaptación cinematográfica de Beloved, indudablemente la novela que se cita como referencial al referirnos a esta autora.
Tal vez por esa dimensión social que ha acompañado a Morrison en los últimos años y su presencia en actos que pudieran ser considerados frívolos, ha motivado que su importancia como autora imprescindible en la narrativa norteamericana pudiera haberse visto eclipsada. Toni Morrison fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1993 porque, según los académicos suecos, con sus novelas "dotaba de vida a una parte fundamental de la realidad norteamericana". Más allá de los valores artísticos y literarios de Morrison como narradora, el Nobel de aquel año reconocía a toda una literatura que se extendía desde Frederick Douglas a mediados del XIX, se sistematizó con el Harlem Renaissance de Langston Hughes a comienzos del XX, y en la década de los 50 del siglo pasado produjo obras seminales de lo que sería la narrativa norteamericana en las décadas siguientes como aquella de James Baldwin, Go Tell I ton the Mountain (1951) o la canónica Invisible Man (1952) de Ralph Ellison. Al mismo tiempo también se reconocía la importancia de escritoras afroamericanas como Zora Neale Hurston -Their Eyes Were Watching God (1937)-; Maya Angelou -I Know Why the Caged Bird Sings (1969)-; la poeta Gwendoline Brooks, etc.
Novelas como aquella temprana La canción de Salomón (1977) -una de las novelas más hermosas que nunca he leído- nos mostraban a una autora que, sin perder de vista la tradición narrativa ya mencionada, estaba interesada en trascender cualquier límite restrictivo en cuanto a la producción artística. Tal vez he utilizado el término 'trascender' con excesiva ligereza y se tratara más bien de explorar nuevos caminos, de evolucionar unos modelos narrativos de manera que se superaran antiguos temas recurrentes inherentes al color de la piel. A Morrison no le interesaba el victimismo surgido del antiguo sistema esclavista ni la explícita denuncia de un sistema racista según el modelo de los referidos Baldwin o Ellison. Recuerdo la entrevista que le realicé en 1991; una de las preguntas tenía que ver con la popularidad y protagonismo que las literaturas de minorías en general y de la afroamericana en particular tenían en el entonces actual panorama literario norteamericano. Su respuesta resultó un tanto sorprendente pues se mostraba preocupada por lo que entendía podía ser una 'moda' que ocultara la verdadera calidad y las intenciones de autores que, como ella, pretendían ir más allá de viejos modelos narrativos.
En cierta forma, Toni Morrison ha huido siempre de cualquier tipo de etiqueta. No se encontraba especialmente cómoda siendo catalogada como autora afroamericana aunque poco o nada podía hacer por superarlo. De igual forma se mostraba reacia a aceptar que su narrativa participaba o podía ser catalogada de feminista. En cualquier caso, una y otra resultan tan aceptables como reduccionistas. No logro recordar ningún otro autor que logre como Morrison conjugar el pasado histórico y la realidad actual. Pienso en dos de sus últimos títulos A Mercy (2008) y Home (2012) donde Toni Morrison logra desarrollar de manera definitiva su percepción de lo que debe ser la literatura. Estas dos obras presentan, desde mi punto de vista, la conclusión a lo que ha sido el desarrollo narrativo y los intereses artísticos en el corpus literario de Toni Morrison. No se interpreten mis palabras como un menosprecio de Beloved -la mejor novela del último cuarto del siglo XX según la votación del New York Times- o Jazz -esta última nunca logró atraparme-, sino la percepción de que tanto en A Mercy como en Home el interés narrativo de la autora se focalizaba más en el hecho de la producción artística que en la propia historia.
La clave la encontramos en el ensayo Playing in the Dark y en su anterior novela Love (2003) donde ya se aprecia que el interés por "cómo" contar la historia parece superar al que despierta la propia historia. Incluso iría más lejos; Morrison también supera los límites raciales para explorar y exponer otra realidad, ignorada hasta ahora, que confiere a los esclavos negros el mismo estatus que a los ciudadanos blancos en el nacimiento de los Estados Unidos. Se trata, indudablemente, de un planteamiento arriesgado del que, desde mi punto de vista, logra salir más que victoriosa.
En alguna ocasión he referido a mis alumnos cómo las historias en la última etapa de Toni Morrison me evocan, al menos me sugieren, un cierto paralelismo con la narrativa de Nathaniel Hawthorne. El planteamiento no es en absoluto descabellado, pues ambos utilizan los acontecimientos históricos desenmascarando las hipocresías sociales y proponiendo nuevos senderos interpretativos, y, además, experimentan con las posibilidades narrativas –en el caso de Hawthorne la apreciación resulta obvia si consideramos su interés en diferenciar romance y novela en La letra escarlata-.