De la Ronda de Guinardó al Barrio Chino, del Raval a la Plaza del Diamante, al barrio del Carmel o al Eixample, pocas ciudades han calado en la literatura contemporánea como Barcelona. Verdadera ciudad de cuento, permea relatos y novelas de Juan Marsé, Carmen Laforet, Eduardo Mendoza, Mercé Rodoreda, Manuel Vázquez Montalbán, Josep Pla, Enrique Vila-Matas, Cristina Morales, Carlos Ruiz Zafón, Javier Pérez Andújar, Kiko Amat y tantos otros.
Más allá de la ficción, sin embargo, Barcelona es también el eje de numerosos libros de no ficción que analizan su desarrollo político, urbanístico, o su realidad como laberinto de librerías o motor editorial. Más aún, en las últimas semanas se ha publicado un puñado de libros de memorias y biografías que la reivindican como telón de fondo pero también como protagonista, con sus zonas de sombras, su violencia, sus seducciones y su gentrificación.
Gaudí, la identidad de la ciudad
A principios de septiembre, Xavier Güell (Barcelona, 1956) publica Yo, Gaudí, (Galaxia Gutenberg), algo que el productor musical y novelista considera "casi inevitable", dado que su bisabuelo, Eusebio Güell, fue uno de los más importantes mecenas del arquitecto. "Sí -explica Güell-, Gaudí ha formado parte de mi memoria personal como un ser que estaba presente en los muebles y libros que veía en el salón de mi casa o en los comentarios que me hacía mi padre sobre su bisabuelo".
Según Güell, la primera impresión que tuvo Gaudí al llegar a Barcelona, en septiembre de 1868, fue mala: "Encontró una ciudad sucia, llena de estridencias. Él era un hombre del pueblo, un payés del campo de Tarragona, y las gentes, los sonidos, los olores, la luz y los colores de Barcelona le disgustaron. Sus padres habían vendido unas tierras para pagar sus estudios de arquitectura y los de su hermano mayor Francesc. Pero dos hechos sustanciales marcan a Gaudí en su identificación posterior con Barcelona: su encuentro –a los veinticinco años– con Eusebio Güell con el cual se involucra para llevar a cabo un proyecto transformador que cambie la imagen de la ciudad; y su compromiso, a partir de los treinta años, de hacerse cargo de las obras de la Sagrada Familia que será el proyecto en el cual trabajará obsesivamente hasta su muerte. Como consecuencia de estas dos cosas, la fusión de Gaudí con Barcelona es absoluta, hasta el punto de que hoy no puede entenderse a Barcelona sin Gaudí y viceversa".
En su tiempo, pocos contemporáneos entendieron los conceptos arquitectónicos de Gaudí, al punto de llegar a considerarlos "producto de una mente desquiciada". Como ejemplo, el biógrafo recuerda lo ocurrido con el Parque Güell: "Se trataba de una urbanización dividida en sesenta parcelas triangulares que debían albergar a cuarenta familias. Pero únicamente se vendió una, la del abogado Martí Trías. ¡Fue un fracaso total! La burguesía de Barcelona creyó que los objetivos del parque atentaban contra sus creencias religiosas. Se sorprendieron y disgustaron ante sus símbolos –en buena medida masónicos– y sin llegar a comprenderlos, los despreciaron. La historia de Gaudí es una historia de permanente incomprensión. Incluso hoy, del proceso vital de uno de los creadores más significativos de la historia del arte se desconoce casi todo. Por eso he escrito Yo, Gaudí. Mi principal objetivo ha sido conseguir que se entienda que el Yo de Gaudí es la consecuencia directa de sus obras; y en todo caso, es más grande que el personaje que se ha creado por el apasionado público que visita por decenas de miles sus edificios en Barcelona y otros lugares".
Eugenio D’Ors, el desencuentro
Si hoy resulta imposible pensar en Barcelona sin recordar alguno de los emblemáticos edificios de Gaudí, la relación de Eugenio D’Ors con la ciudad fue todo menos apacible.
Andreu Navarra (Barcelona, 1981), que ha dedicado La escritura y el poder. Vida y ambiciones de Eugenio d'Ors (Tusquets) a reivindicar la figura del intelectual catalán, comienza cuestionando algunos de los tópicos que oscurecen su figura. "Desde luego. En multitud de textos se nos explica que d'Ors era algo así como un líder indiscutido, un héroe, un triunfador, entre 1906 y 1919, cuando la correspondencia demuestra que nunca se sintió bien en Barcelona, por temas económicos, porque ni su talento ni su vanidad cabían en la ciudad. En cuanto podía se marchaba a París, Ginebra, Heidelberg, Roma, los lugares de la nutrida geografía orsiana, porque en España se asfixiaba. Era un hombre de una inquietud cultural sin límites, un auténtico devorador de arte, pensamiento y ensayo".
Con todo, resulta innegable su aportación a la construcción de un mundo cultural, aunque, insiste Navarra, "no estuvo solo en ello. El liderazgo de Prat y las iniciativas de Pijoan y Carner forman parte de la construcción del mismo mundo cultural. A mi modo de ver, la fundación de la Biblioteca de Catalunya y el Institut d'Estudis Catalans son un momento cumbre de la cultura estatal. Muchos creen que el Institut era un lugar donde se potenciaba el catalán y la cultura catalana: era mucho más que eso. Era un lugar en el que se analizaba el universo y se hacía ciencia en catalán, a un nivel nunca antes soñado. La cultura de la Mancomunitat significaba invitar a Einstein, traducir a Wundt, fundar la economía aplicada como hizo Crexells... El legado de d'Ors puede muy bien ser considerado Barcelona y Madrid como fuentes de pensamiento universal, pese a sí mismas. La historia de d'Ors (como la de Ortega) es la de tratar de superar la desesperante cutrez del contexto ibérico”.
Quizá por eso, quede hoy tan poco de la Barcelona de D’Ors. La causa, apunta Andreu Navarra, estriba en que, "las instituciones han olvidado un poco el potencial cultural barcelonés. Estamos hablando de Cataluña, el lugar donde menos se invierte en educación de toda Europa. Es escandaloso que se trabaje tan denodadamente para degradar nuestra propia cultura: otras ciudades catalanas se esfuerzan mucho más para obtener la excelencia cultural, clave para tener algún futuro como colectividad en la que se respira democracia y apertura. Me temo que Barcelona se está apagando, pronto se parecerá más a Magaluf o Gotham City que a un emporio mediterráneo de civilidad y cultura. Quedan, sí, las bibliotecas que fundó d'Ors: se pueden visitar, están en pie, en Canet de Mar, en El Vendrell, y queda la obra del equipo de Prat, interpelándonos: "¿Se puede saber por qué perdemos tanto el tiempo?" Esa sed de dignidad y cultura se ha olvidado en Barcelona, así como también la rebeldía dirigida a extirpar el clasismo. A veces me da la impresión de que hemos regresado a 1900, cuando todo estaba por hacer y las universidades se resistían a ejercer los necesarios liderazgos sociales”.
Pomés, una mirada a la ciudad
Fotógrafo, publicista, gourmand, artista... pocos intelectuales y creadores conocen tan bien ni han mirado mejor Barcelona que Leopoldo Pomés (1931) en las páginas de su autobiografía No era pecado. Experiencia de una mirada (Tusquets).
Publicada hace apenas unas semanas, Pomés se detiene en la vida cotidiana de la ciudad y en la de sus protagonistas, que son además cómplices y amigos. Así, en el capítulo dedicado al grupo artístico Dau al Set, retrata con mirada generosa pero implacable a Modest Cuixart, Antoni Tàpies, Joan Ponç o Joan Brossa, y a través de ellos nos descubre una ciudad abierta y generosa, acogedora y dispuesta al intercambio de ideas y experiencias. Así, de Cuixart recuerda que lo conoció mientras hablaba con un amigo, en un bar, del filme Milagro en Milán, y que le fascinaba "la mirada penetrante de sus ojos estrechos y negros" y la convicción con la que defendía sus posturas, "las inquietudes que le movían y su sagacidad". De Tàpies, en cambio, narra su evolución: aunque ya desde el principio emanaba "la solidez del artista consolidado", cuando comenzó a triunfar tuvo varios detalles mezquinos que Pomés refiere en su libro con más tristeza que afán de venganza.
Se da también puntual cuenta de la Barcelona de los mejores figones y salas de fiestas como Bocaccio, punto de encuentro de la juventud más ambiciosa y renovadora, la de los Herralde, los Tusquets, los Gubern, Gil de Biedma o Barral, con anécdotas jugosísimas, vale la pena detenerse también en la mirada que arroja sobre el gran acontecimiento nacional del siglo pasado, los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, en los que desempeñó un papel trascendental como publicista de la candidatura. "Hasta entonces España no se había distinguido por los éxitos deportivos. Lo que Barcelona y los barceloneses sí teníamos era una ilusión sin límites", recuerda ahora, para confesar que aun hoy le emociona contemplar la película que rodaron para sustentar el proyecto.
A través de sus recuerdos, Pomés recupera un mundo que parece extinguirse por culpa de los pisos de alquiler y la gentrificación. Un mundo en el que podía cenar en una de las casas más bonitas e insólitas de Barcelona, en "una vivienda singular de techos altísimos, con una amplia galería con un patio y un gran espacio con columnas doradas con diferentes artesonados, donde se hacían actuaciones, algún concierto" y no faltaba "gente guapa".
Niño anómalo en catalán
También Barcelona es protagonista de uno de los libros secretos del año, Niño anómalo, de Fede Nieto (Hidalgo & Ortega), recomendado por Nadal Suau como lectura de verano. En él, Nieto (Mendoza, 1964) evoca, a través de pinceladas de recuerdos, las atrocidades cometidas durante la dictadura argentina por fuerzas paramilitares amparadas por el poder, las persecuciones que sufrió su familia, la desaparición de muchos y el asesinato de demasiados, hasta lograr escapar a Europa.
A esta orilla del Atlántico, tras un par de años en Francia, la familia decide en 1978 instalarse en Barcelona, y será allí donde su otro yo, el "niño anómalo" que Nieto crea para defenderse de tanta maldad, de tanta angustia, acaba aprendiendo catalán "lo más rápido posible". También pierde su acento de extranjero, pero no sufre "exclusión de ningún tipo", aunque "no hay vuelta atrás" en su decisión y durante años la gente no sabrá que ha nacido en otro país. Completamente integrado en la vida cotidiana barcelonesa, Nieto sufre otro tipo de exclusión, íntima e inevitable. El exiliado que sigue siendo observa sin participar y decide qué aprender y qué no, y su formación es "un absoluto caos". Sólo la literatura le salvará: en séptimo de EGB, una amiga le insiste para que lea El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza, "y se me abre el mundo". Descubre a Borges, a Bioy Casares, a Gelman, a Lorca… lejos de los amigotes de Francia, el Nieto adolescente y joven de Barcelona se siente solo, "agredido y olvidado", perdido en un universo incómodo y traicionero, rodeado de "gente que me ignora". No conoce la ciudad, "solo la camina", hasta que hace un curso de fotografía y, casi sin querer, descubre una nueva manera de mirar y de vivir. Y de fondo, tan cerca y tan ajena, siempre Barcelona.