Un acierto de la editorial Mishkin recuperar para los lectores la enorme maestría narrativa de Heinrich Böll (1917-1985), Premio Nobel de Literatura en 1972, que representó –junto a otros autores algo más jóvenes, como Siegfried Lenz o Günter Grass– una verdadera conciencia de la Alemania de posguerra. A muchos hogares españoles llegó una de sus obras emblemáticas: Opiniones de un payaso.
Böll fue un pacifista convencido en tiempos difíciles. Se negó a ingresar en las Juventudes Hitlerianas, aunque más tarde lo enviarían al Frente del Este. Muchos de estos catorce relatos de Entre guerras están atravesados por la terrible
experiencia de las dos guerras mundiales, especialmente la segunda, aunque el libro comience con una brillante pieza, “La balanza de los Balek”, donde se nos habla, desde los ojos de un niño de campo, hijo de trabajadores del lino, de las grandes injusticias que perduran durante generaciones. Impresionante en lo que cuenta y en el modo de contar “El hombre de los cuchillos”, con esos dos amigos y su número circense, donde el espectáculo al límite y el riesgo de la vida parecen poca cosa en una Alemania devastada por el conflicto bélico. “Tengo el atrevimiento de la desesperación”, confesará el desolado amigo de Jupp.
A veces Böll sitúa la narración en los inicios de la guerra, en la inminencia del combate, que llegará para cercenar las vidas y los proyectos de toda una juventud. Así lo hace en “La postal”, desde la sutileza de lo meramente apuntado, esbozado, pero plenamente significativo: un resguardo diminuto, una postal, el temor de una madre… En otras ocasiones, como en “Parada en X”, ambientado en un pueblo de Hungría, se habla directamente de soldados al límite de sus fuerzas y de su cordura. Ahí hace Böll un alarde poético descriptivo y un derroche de viveza en sus inteligentes diálogos. Amor y muerte se entrelazan de manera cotidiana y asombrosa.
Una auténtica obra maestra es el relato “Al terminar la guerra”, historia de un grupo de soldados alemanes que regresan en tren a casa, o a lo que queda de casa, escoltados por soldados aliados americanos e ingleses. Es el paisaje de la guerra perdida, de las ciudades devastadas, de la derrota, el cansancio y la vergüenza, del trapicheo miserable, pero también del pacifismo inquebrantable de Böll. “Anna la pálida” muestra el regreso de la guerra en el año 50, con la curiosidad por una mujer extraña y el dolor de una madre, la patrona de la pensión, que perdió a un hijo en el frente.
Una excelente historia de supervivencia y resurgimiento en la posguerra es “Mi tío Fred”. Ese mismo asunto del salir adelante, pero menos logrado, aparece en “Un gran alboroto”. Tampoco resultan tan brillantes como otros cuentos de este libro “Diario en la capital” (el ascenso de un autoritario coronel) o el largo y más tedioso “La iglesia del pueblo”, estampa de la corrupción de su tiempo. Sí convence el veloz experimento poético en flashes vitales de “Llegó transportando cerveza”. “El reídor” recuerda al posterior “El imitador de voces” de Thomas Bernhard. La incomunicación de un matrimonio es el tema del estupendo “Y hubo tarde y hubo mañana”. Y la locura ejecutiva e inhumana de una fábrica se nos brinda en “Algo va a pasar”.