Hijo de un librero sin recursos, Samuel Johnson (1709-1784) fue el mayor crítico inglés del siglo XVIII. Solo sus problemas económicos explican que tuviera que abandonar sus estudios en Oxford, pero pronto comenzó a publicar ensayos, prólogos, artículos morales, biografías, libros de viajes… Y, sobre todo, dedicó 8 años (1747-1755) a elaborar su Diccionario, que recoge los Usos costumbres y defini-
ciones que conforman la lengua inglesa. Su impacto fue tal que diez años después, en 1765, recibía un doctorado honorífico del Trinity College en Dublín, y otro de Oxford una década más tarde. Desde entonces sería conocido como el Doctor Johnson, sin que su popularidad llegara a menguar jamás, incentivada además por los libros que le dedicó su cómplice y amigo James Boswell. De hecho, en España su figura ha quedado opacada por el libro de Boswell La Vida de Samuel Johnson (Acantilado,2007), donde se reúnen ideas registradas a lo largo de muchas conversaciones. "Sí –admite Torné–, pese a que el de Boswell es un libro fantástico, es como si antepusiéramos la lectura del volumen de Eckermann conversando con Goethe a Poesía y verdad. El verdadero y mejor Johnson está en los libros que él firmó".
Con todo, hoy su figura despierta un interés renovado, al menos entre los lectores, aunque dice Torné que para los "escritores profesionales", quizá el Doctor suponga una molestia: "No se tomaba en serio a sí mismo, se responsabilizaba de todo lo que escribía y no dudaba en pedir cuentas a sus colegas, pues entendía el papel como un espacio de confrontación de ideas. Los memos de su tiempo (y los del nuestro, es una especie que rara vez evoluciona) lo acusaron de resentido, de purista, de vivir con el hacha levantada, y si no le llamaron ‘cultureta’ es porque la palabra no existía".
Otra cuestión sería el interés actual del Diccionario, teniendo en cuenta que este tipo de obras de consulta suelen estar pegadas a su tiempo. Pero lo tiene, "y sobresaliente, como documento literario y despliegue crítico personal", indica Torné, pues "puede leerse como su ‘crítica’ al idioma inglés en conjunto, con el que dialoga, forcejea, amonesta y se inspira como si se tratase de un amigo íntimo. Por momentos su relación se parece a la que según Gorki tenía Tolstoi con Dios: ‘parecen dos osos en una madriguera’". Por eso, insiste, propone leerlo sin prejuicios. Porque es "una cima de la inteligencia, un tesoro de aforismos y un esfuerzo emocionante".
Fascinado por la energía, la independencia y la audacia del Doctor Johnson, Gonzalo Torné reivindica cómo el crítico se decidió a repensar por sí mismo toda la literatura y el idioma inglés, ofreciendo guías y rutas de lectura. “Todo lo hizo con entusiasmo y pasión, sin apoyarse en ninguna institución y al exclusivo servicio de la literatura entendida como un sistema independiente del poder para incrementar la temperatura moral y el placer imaginativo de los ciudadanos”. Y transformó el inglés y a los escritores anglosajones para siempre.
Su principal novedad fue incluir el inmenso caudal de palabras inventadas por autores como William Shakespeare o Jonathan Swift. "Y mejor todavía que esta ganancia concreta fue el espíritu que legó al idioma. En inglés se premia en lugar de castigar la inventiva, y los diccionarios posteriores han heredado en mayor o en menor medida este espíritu, más descriptivo, casi geográfico (en muchas entradas Johnson consigna donde fue a buscar o encontró la palabra), que correctivo. También sospecho que, pese a su contundencia, a Pope y Shakespeare, a Chaucer y a Donne les habría gustado ver como su obra se media con la mente de Johnson".
Pregunta. ¿Qué ganó y qué perdió el Diccionario al ser el resultado del trabajo de un hombre solo, sin el respaldo o la colaboración de una Academia como la francesa o la española?
Respuesta. Ganó en personalidad, en inventiva, en capricho. Ganó en que conozco muy poca gente que se ponga a leer un diccionario “de equipo” de arriba a abajo, y muy pocos diccionarios que hayan sobrevivido un siglo a la muerte de su autor. El Diccionario de Johnson lo ha logrado: permite antologías que se pueden leer de arriba y abajo, y se sigue leyendo con placer tantos años después, ¡incluso traducido! Espero. Pero siendo como es importante que sea el diccionario-de-un-solo-hombre, lo más importante es que ese hombre sea Samuel Johnson. La misma operación en manos de alguien más pusilánime o cantamañanas nos hubiera dado un libro muy distinto.
El del Doctor Johnson, sin embargo, conserva unas características insólitas, únicas, en el ámbito de la lexicografía. Porque no se trata solo de un diccionario “de definiciones”, sino que “muchas entradas se resuelven acumulando sinónimos con los que se va trazando el perímetro donde encaja la palabra. Y la gran mayoría funcionan como aforismos, son condensaciones o ráfagas de inteligencia sobre el concepto. Y por supuesto el humor, que es inimaginable en un texto actual”.
Confiesa Torné que se ríe a carcajadas con el Diccionario (y confía en que pronto el lector español lo haga también), aunque no es una obra de humor ni bufa. Lo que ocurre es que Johnson suele expresar ideas finísimas de manera muy contundente, “y el contraste a veces es tan brusco que te despierta una sonrisa. Creo que a veces no se daba ni cuenta, y otras era astutamente deliberado. Y luego está el personaje, tan sincero y voluntarioso que el propio marco de escritura del Diccionario es de una comicidad emotiva: la imagen de Johnson recorriendo durante meses Escocia buscando una a una las palabras que había escuchado y no encontraba en ningún diccionario, ¿no es irresistible?”.
Si se le pregunta por su entrada favorita del Diccionario, el compilador reconoce que más que una palabra le gusta un “género, cuando Samuel Johnson se disculpa con el lector reconociendo que no ha comprendido bien el significado de una palabra, que no ha encontrado ejemplos suficientes o que consigna la definición pero teme que sus informadores le han engañado. Pero aprovecho el espacio para recomendar (por si alguien tiene la tentación de saltárselo) los textos introductorios: en uno Johnson aborda de manera intuitiva y casi por primera vez cuestiones de filosofía del lenguaje que Wittgenstein retomará casi dos siglos después; en otro describe una impagable moral del filólogo; y en el tercero traza una ruta particularísima sobre la formación del inglés”.
Su único problema, en realidad, es que al ser hijo del siglo XVIII, Johnson no pudo sumergirse en las obras de Joyce y por tanto no pudo contarnos si se habría replanteado eso de si el escritor de diccionarios debe ir con la lengua fuera detrás de las invenciones de los narradores. “Me temo que la respuesta podría ser incluir todos los neologismos oníricos de Finnegan’s Wake en el diccionario”, remata Torné, que está seguro de que el Doctor Johson se asomaría hoy gozoso a internet, aunque lo imagina cansándose enseguida de la interacción diaria, “yendo a por papel y pluma, y encerrándose una década para cartografiarnos a todos, salvar a algunos, y condenar al resto al infierno literario del olvido”.