El ambiente es de total expectación. El secretismo -interrumpido por la filtración hace unos días de 800 ejemplares, atribuida al error de un librero con los pedidos-, mayúsculo, con contratos de confidencialidad y un despliegue de mercadotecnia de los reservados para las grandes ocasiones: una tirada de medio millón de ejemplares y una presentación esta tarde en el National Theatre de Londres que se retransmitirá en 1.300 cines de todo el mundo. Pero antes, las colas inundaban desde la madrugada las principales librerías de las londinenses calles de Picadilly y Charing Cross, donde hoy termina una espera, para algunos, de más de tres décadas. Treinta años en los que El cuento de la criada, una distopía sobre el patriarcado y el totalitarismo escrita por una canadiense entonces poco conocida, se ha transformado, con ayuda de una exitosa serie de televisión, en un elemento significativo de una cultura popular donde el feminismo lleva años siendo imparable caballo de batalla.
Precisamente es en la Biblioteca Británica de Londres donde Margaret Atwood (Ottawa, 1939), pletórica a escasos meses de cumplir 80 años aunque pida entre risas que no se diga su edad, ha decidido conceder su primera aparición pública para hablar de Los testamentos (Salamandra), nominada en la lista final del Premio Booker antes de salir al mercado, en una multitudinaria rueda de prensa internacional. Una vez más, como ya hiciera en su última novela, Por último, el corazón, la canadiense firma una distopía tan dolorosamente realista que nos interpela a gritos sobre la delgada línea que separa el presente del futuro. Sin embargo, la escritora reconoce que esta entrega es "mucho más esperanzadora, pues vemos grietas reales en el régimen de terror de Gilead e incluso parece que podría dejar de existir", apunta, sin querer desvelar más.
La espoleta que puso a Atwood manos a la obra tras varias décadas rechazando retomar el universo de su mayor éxito, esa teocracia supremacista donde las mujeres fértiles son convertidas en criadas y obligadas a un rito de violación para parir los hijos de los hombres más poderosos, fue la percepción de que "cada vez más el mundo avanzaba hacia algo así. Ya en los años 80, con el primer libro, pensé en cómo sería capaz de convencer a los lectores de que Estados Unidos podría dejar de ser una democracia liberal para convertirse en una teocracia supremacista", recuerda la escritora.
"Pero entonces, y tras la caída del Muro de Berlín, en los 90, todo el mundo estaba tan contento, y estos problemas latentes eran invisibles. Tras el 11-S, el mundo volvió a cambiar, y hoy hay mucha gente que comparte mi visión pesimista de que ese lado oscuro del país podría resurgir. Yo nunca pensé que algo como lo que contaba no pudiera ocurrir. Ojalá me hubiera equivocado, pero tras las elecciones de 2016, y lo que todos sabemos", dice aludiendo a las reformas sobre el aborto de Trump como ejemplo, "se convirtió en algo más urgente".
Porque para Atwood, la sombra de Gilead siempre ha estado ahí, como no se ha cansado de repetir. Desde su púlpito de escritora, se ha dedicado a reivindicar todo lo que no le gusta de la sociedad. La lista no es corta: la falta de respeto hacia los derechos humanos, el estado del medioambiente, la situación social de las mujeres... A esto se unen ahora críticas al trato dado a los inmigrantes o a este nuevo racismo latente en los países occidentales. Todo ello queda reflejado crudamente en una novela que, a pesar de ello, guarda un mensaje de esperanza, pues como reconoce, "todos los regímenes totalitarios se terminan derrumbando. Puede ser por muchas causas, pero la clave es siempre la tensión generacional", reflexiona. "Y es que, como hemos visto en mil ocasiones en la historia, la primera generación goza de un fervor enorme hacia la causa, y la segunda se encarga de administrar lo existente. Pero tal vez la tercera empieza a pensar: ¿Qué estamos haciendo?".
Polifonía de voces
En este futuro nos sitúa la secuela, que viaja 15 años después del final de la novela original, y abre la narración a tres personajes, "lo que da una visión más completa y no tan personal de la realidad". Por un lado, las dos hijas de Defred que tienen destinos que no pueden ser más dispares. Una, Agnes, perpetúa el régimen de Gilead contra el que luchó su madre, educada en la culpabilidad entre cursos de bordado y matrimonios forzados; mientras que la otra, Daisy, es una adolescente que logró huir a Canadá, pero lamenta llevar una vida demasiado ordinaria. La otra protagonista es la Tía Lydia, la maquiavélica arquitecta del régimen que oprime a las mujeres fértiles de Gilead, en cuya vida vemos la paulatina transformación en monstruo a través de diversas desventuras y de sus ansias de poder. "Ella es un tipo de persona muy representativa del régimen en el que está inmersa, representa el poder y todo lo que sufrimos, a lo que renunciamos, los muros mentales y reales, que derribamos para conseguirlo", explica la escritora.
Esta visión aporta al personaje una profundidad que intentó darle la serie, así que quizá estamos ante una corrección de Atwood para adecuar a Lydia más a su gusto. Y es que la escritora no se engaña en cuanto al papel de la ficción protagonizada por Elizabeth Moss a la hora de dar a conocer y encumbrar su historia, aunque también asegura que es algo relativamente ajeno a ella. "Participé mucho en todo el proyecto de la serie, e incuso tuve que dar un par de gritos en algún momento, pero sólo como opinadora, nunca tuve el poder real para cambiar las cosas. Y eso fue bueno". Sin embargo, recuerda divertida como "la gente de la serie estaba un poco aterrorizada cuando hacia 2017 les dije que iba a escribir otra novela".
Pero a pesar de la serie, todas las mujeres disfrazadas con el atuendo de las protagonistas de El cuento de la criada, el vestido rojo y el sombrero blanco que llevan unos años viéndose en manifestaciones de países como Argentina, Croacia, Estados Unidos e Irlanda, deseaban colmar un vacío que la trama televisiva, que en su lógica de mercado lleva dos temporadas volando lejos del apoyo del libro, no podía llenar. Sólo las palabras de la creadora de todo este universo consiguen dar forma a esta parábola sobre la fragilidad de los principios humanos y las trampas retrógradas que acechan en el futuro.
De la ficción a la realidad
Con su humor habitual y su afilada ironía, la escritora reconocía estar encantada con la repercusión extraliteraria que ha adquirido a lo largo de los años El cuento de la criada, que sólo en inglés ha vendido más de 8 millones de copias. "Me parece brillante y maravillosa esta táctica de protesta que comenzó hace un par de años de vestirse como criadas. Las manifestantes no pueden ser detenidas porque no crean disturbios reales, e incluso van tan tapadas que no se les ve ni un hombro, pero a la vez son muy visibles y todo el mundo sabe por qué protestan", explica la escritora.
"Por otro lado da un poco de vértigo ver que algo se escapa de tu libro y se vuelve real, te hace recordar que en el fondo tienes cero control. Aún así, me gusta ayudar a que las mujeres tomen el control de su cuerpo frente a gobiernos y leyes cada vez más restrictivas en muchas lugares". Especialmente los jóvenes y adolescentes, remarca la escritora, que a pesar del multitudinario recibimiento huye pudorosamente de la etiqueta de escritora de masas que le añade la prensa anglosajona comparándola con los músicos de éxito. "Puedo asegurar que no llevo una vida, ni siquiera parecida, a la de una estrella del rock", afirma sonriente.
Para acabar, Atwood quiso, al igual que su novela, dejar un mensaje de esperanza. Al irse cumpliendo algunas de las cosas que narraba El cuento de la criada, mucha gente la ha tildado de profeta, pero ella reniega de ello defendiendo el género de la distopía, que no es sino "una sociedad imaginada hacia el futuro, pero peor que en la que vivimos. En el siglo XIX se escribieron muchas utopías, que es lo contrario, porque la gente creía en el progreso. Sin embargo en el XX, es muy sintomático que la nómina de novleas se volcara hacia las distopías", explica. "De hecho, muchas sociedades totalitarias y sanguinarias del siglo XX nacieron como utopías, como el comunismo o el nacionalsocialismo. Así que prefiero que mi novela sea una pura distopía que aterre y alerte de los peligros, y no una utopía, o, eso sí que no, una profecía", ha concluido.