Crecí entre libros y eso lo agradezco. Descubrí temprano Los Siete Secretos, Colmillo Blanco, La Isla de las voces y a mi favorito de todos los tiempos: Los Tres Mosqueteros, de Alejandro Dumas. Pero al mudarnos a otra ciudad, a otro país, mis libros infantiles y juveniles se quedaron en la antigua casa y comencé a explorar los libros que tenía mi mamá en la mesa de noche. Así descubrí a los 12 años La tía Julia y el escribidor y así, de inmediato, me convertí en lectora de Mario Vargas Llosa. Suspiró mi corazón adolescente con su historia de amor prohibido y solté carcajadas frenéticas con las desventuras de Pedro Camacho, el disparatado escritor de radionovelas, que termina inventando soluciones hecatómbicas cuando se le confunden los personajes. La tía Julia fue mi primer libro de gente grande y a partir de ese momento no hubo vuelta atrás. Y, como los descubrimientos que valen la pena suelen abrir el apetito, se me despertó un hambre voraz con la que comencé a devorar todo lo que había escrito Vargas Llosa hasta el momento. Para un lector joven de mi generación, y de mi país (Caracas, 1968), descubrir el fenómeno del boom latinoamericano era casi una epifanía. Por eso hoy le agradezco la lectora que soy.
Treinta y tantos años después, este lunes 9 de septiembre lo vi en persona por primera vez. La Plaza España de Los Llanos de Aridane, en La Palma, estaba a reventar en el primer acto público del II Festival Hispanoamericano de Escritores. Luego de que se leyera un cuento infantil de su autoría, el Premio Nobel de Literatura le contaba a los niños que aprender a leer era lo más importante que le había ocurrido en la vida. Su mensaje fue sencillo y contundente: lean, lean mucho, y mientras más temprano empiecen, mejor, porque leyendo descubren mundos que solo existen en su imaginación. Ojalá se haya sembrado la semilla.
Formalmente, la gran conferencia inaugural del Festival fue ayer, 10 de septiembre, también en la Plaza de España donde no cabía un alma. Durante la introducción, el escritor canario J.J. Armas Marcelo, director de la Cátedra Vargas Llosa, comentaba cómo a la edad en la que el Nobel debería estar cosechando lo que por tantos años sembró, Vargas Llosa aun escribe y trabaja a diario con insistencia obsesiva porque la literatura es su vida y su respiración.
Al tomar la palabra, Vargas Llosa reivindicó a Canarias como el puente cultural entre España y América Latina y en este sentido reconoció el valor del Festival Hispanoamericano de Escritores. También relató sobre cómo, antes de la llegada de los primeros europeos, en Latinoamérica se hablaban entre mil quinientos a dos mil dialectos diferentes en una suerte de Torre de Babel que luego el español fue unificando, haciéndonos copartícipes de lo que somos hoy: más de quinientos millones de hispanoparlantes en todo el mundo.
Su alocución fue, de nuevo, un elogio a la lectura como entretenimiento superior ya que el lector necesita comprometerse y hacer un esfuerzo emocional e intelectual para completar la obra que lee y así convertir las palabras en imágenes. “La mejor literatura crea incomodidad e inconformidad porque el mundo que nos inventamos siempre es más rico, más profundo y más diverso que el que existe en realidad. Eso nos hace rebelarnos y trabajar para conseguir ese mundo mejor, conquistando nuevos espacios humanos y enriqueciendo nuestro lenguaje”.
Más adelante en su intervención, el escritor continuó girando sobre el tema: “La literatura crea insatisfacción con el mundo como es porque no se corresponde con el mundo que somos capaces de inventar. En ese malestar que produce la literatura comienza la lucha contra la barbarie, en las grandes obras que son hechiceras y que crean ciudadanos impregnados de un espíritu crítico que intentan mejorar la sociedad donde viven. Esto lo percibe, de una forma mucho más profunda, un lector crítico, analítico, que una persona que está expuesta únicamente a los nuevos lenguajes audiovisuales. Una sociedad democrática tiene que estar impregnada de buena literatura. Un pueblo lector no se deja engañar tan fácilmente por el nacionalismo o la demagogia”.
El Nobel reflexionó entonces sobre porqué la literatura tiene actualmente mucho menor relevancia de lo que solía tener en el pasado debido a la competencia de la televisión, las plataformas de contenido, las series, las películas, y otros medios que antes no existían, y que ahora significan la mayor competencia a la que se enfrenta la lectura que antes constituía casi la única forma de entretenimiento. También elaboró sobre cómo países que jamás imaginamos han retrocedido al pasado y están siendo subyugados por hombres rodeados de barbarie que parecen tener soluciones casi mágicas y de cómo ser lectores aporta herramientas fundamentales para enfrentar mejor las crisis en el campo social y en el campo político.
“Por todo esto, los exhorto a que lean. Lean mucho. Lean bien”. Y concluyó con esta frase que me llevo: “Las sociedades cultas son un camino hacia la libertad”.