Al titular en 2004 Antonio Gamoneda la reunión de su trabajo poético Esta luz estaba inscribiendo ahí, en el título, en lo que da nombre a su escritura, una palabra que es decisiva: “luz”. Así, lo que aquí se ofrece es una palabra luminosa, iluminada, la que de quien ha contemplado lo que se ofrece a la vista y lo que el decir poético saca a la luz. Es palabra que aparecía en el que fue su primer libro, Sublevación inmóvil (1960), “inmensa luz que hoy no podría / un dios mirarla sin quedarse ciego”, y ello entre expresiones que remiten a san Juan de la Cruz (“dar alcance”, “lance”). A fin de cuentas, ambos son místicos, por cuanto sus escritos incluyen misterio, cuando menos el misterio de que la palabra diga más de lo que dice, que emocione, que revele, que sea dicha poéticamente, lo que en la obra de este poeta sucede como en muy pocos. Y, desde luego, una obra que apenas tiene nada que ver con la de sus coetáneos.
Hasta el año 1977 no apareció su siguiente publicación, Descripción de la mentira, donde se encuentra ya el gran poeta que es. Se trata de una escritura trazada desde la memoria, no para inscribir anécdotas del pasado, sino como camino de indagación del ahora del sujeto.
Está ahí ya lo que será una forma típica de su escritura, una especie de versículo que él ha denominado “bloque rítmico”, unidad rítmica y también de contenido o, mejor, unidades de pensamiento –“la música es el estado original del pensamiento” se lee en uno de sus ensayos–, una marca más, formal, de la originalidad de toda su obra.
En 1982 se publicó, fuera de su tiempo, Blues castellano. Presentado a censura en 1968, debían suprimirse demasiados poemas, lo que hizo que quedara entonces sin editarse. Es el libro más realista de los suyos, relato doloroso sobre el modelo del blues y de una poderosa intensidad que llega a sobrecoger. En clave de poesía social, poco tiene que ver con tal tendencia; como escribió el poeta en uno de sus ensayos, “la poesía no es social ni poesía si no se hace en un lenguaje de la especie poética”.
Siguieron Lápidas (Trieste, 1986), Libro del frío (Siruela, 1992), Arden las pérdidas (Tusquets, 2003), Cecilia (Fundación César Manrique, 2004) y varias publicaciones más y cada una de ellas confirmó la excelencia de su palabra diciendo cómo todo desaparece o está condenado a desaparecer y diciéndolo con “Signos exactos e incomprensibles”, que vale por inmejorable definición de lo que la poesía sea.
Gamoneda, nacido en Oviedo en 1931 y se trasladó a León en 1934 con su madre, tras el fallecimiento temprano del padre. Vida humilde, de escaseces, de la que ha dado cuenta en Un armario lleno de sombras (Galaxia Gutenberg, 2009), primer volumen de sus memorias, un libro extraordinario en todos los sentidos. Con escasos estudios entró a trabajar en un banco hasta 1969 cuando se encargó de los Servicios Culturales de la Diputación de León –la colección de poesía “Provincia” es creación suya– y fue posteriormente director-gerente de la Fundación Sierra-Pambley.
La pobre formación cultural de partida la suplió, y cómo, su autodidactismo, forjándose un verdadero intelectual. Poeta más bien de minorías siempre con el reconocimiento crítico, llegó con el Premio Castilla y León de las Letras (1985), el institucional, Premio Nacional de Poesía por Edad (1988), así como los premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y Cervantes (2006), entre otros nacionales e internacionales. Si bien que con retraso, cosas así hacen creer que la justicia no es palabra vana.
Si cada uno de los libros tiene su unidad, todos ellos responden a un principio único. Su ensayo “Poesía en la perspectiva de la muerte”, sabio como todos ellos, afirma ya desde el título la tesis. La muerte, saber que vamos a morir, expone, sería la condición necesaria para la existencia de la poesía y en consecuencia “la poesía es arte de la memoria en la perspectiva de la muerte”. Esto lo acerca poderosamente a Heidegger cuando propone que el Dasein se caracteriza “por estar vuelto hacia la muerte”. En Gamoneda, pues, muerte y memoria, presente del futuro y pasado, son el lugar desde el que se habla, de ahí que en sus poemas prolifere lo perdido, lo ya ido que permanece vivo. Baste recordar que Arden las pérdidas es título de uno de sus libros. Como sentenció Antonio Machado “Se canta lo que se pierde”. Canto de lo perdido que necesariamente está cargado de melancolía al tiempo que canto a la vida.
Como ha quedado dicho, con el título Esta luz reunió Antonio Gamoneda ya su obra poética en el año 2004, pero esta nueva edición es una verdadera novedad por lo que ahora se incorpora, todo un volumen de más de quinientas páginas. Se recoge Libro de los venenos, una “mudanza” de lo escrito por Dioscórides en el siglo I y traducido por Andrés Laguna en edición de 1555, lectura fascinante de cómo lo que fue ciencia en el pasado es ahora fabuloso y, de la mano de Gamoneda, intensamente poético. El poeta Novalis dejó escrito en su Enciclopedia, que “Toda ciencia se convierte en poesía”. No sé si siempre es eso verdad, pero aquí eso sucede.
Se incorporan también Canción errónea, La prisión transparente y No sé, que ya habían tenido publicación, más una serie de inéditos, el libro Los versos comunales y una sección de “Últimos poemas”. En “Mudanzas” encontrará el lector, entre otros textos, traducciones, rescrituras de Georg Trakl y “La siesta del fauno” de Stéphane Mallarmé, autores de los que ya había traducido otros de sus poemas. Cierra el volumen un Epílogo de Miguel Casado, uno de sus mejores críticos, que complementa el ya publicado en la anterior edición y, como aquel, esclarecedor.
Con la humildad que caracteriza a Antonio Gamoneda y lo hace más grande, se lee en uno de los últimos poemas: “Esta escritura es una casualidad, un relato sin importancia, una insignificante vírgula”. Como el lector verá, lo sepa ya o no, esa vírgula es la obra de uno de los mayores poetas contemporáneos.
Un vástago de luz, un vespertino acero
Un vástago de lux, un vespertino acero
atraviesa mis párpados.
Herido,
canta el pájaro que vive en mí y se alimenta
de mis venas.
Herido,
cierra sus alas sobre mi corazón y no viene
la oscuridad;
apenas viene la luz. Apenas veo un nudo
rojo en la torunda pensativa,
un nudo negro en las hebras del llanto.
Herido
como mi pájaro arterial,
herido
Las sílabas. Las que preceden
I
Las sílabas. Las que se preceden y suceden a sí mismas
y se agotan en una pureza excesiva.
Como una bestia enloquecida y atravesada por la luz,
piérdete en su inmovilidad, olvida los significados.
Vive en las
sílabas.
II
De ti,
las palabras inocentes y crueles; las que están libres
en sí mismas. Déjalas solas.
Exclúyete, exclúyeme; deja que hablen las palabras. Tú
no tienes nada que decir.
(Díptico de las sílabas y las palabras)