En una de sus últimas novelas, Ada o el ardor (1969), posiblemente la más importante de sus obras, y desde luego la que él personalmente prefería, Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899-Montreux, 1977) hace que su protagonista, el incestuoso Van Veen, responda de este modo a la pregunta de qué son los sueños. “Los sueños son una secuencia aleatoria de escenas, triviales o trágicas, móviles o estáticas, fantásticas o familiares, que se entrelazan más o menos en sucesos aderezados con detalles grotescos, y gente muerta reubicada en nuevos escenarios”.
Es innegable que los episodios oníricos jugaron en Nabokov un papel revelador desde sus primeros libros, los relatos de los años 30, la compleja y ambiciosa La dádiva (1938), e incluso en su obra más famosa, Lolita (1955), donde tras la huida de la niña, un sueño recurrente ronda con sigilo a Humbert mostrando su arrepentimiento en carne viva.
Sin embargo, durante casi tres meses de 1964, el interés de Nabokov por los sueños trascendió lo puramente literario para convertirse, junto a las mariposas o el ajedrez, en una de sus numerosas obsesiones. Influido por las teorías del excéntrico y hoy olvidado John Dunne, filósofo e ingeniero aeronáutico irlandés que decía que el tiempo es una entidad de múltiples direcciones, el autor se sometió a un experimento. Durante 80 días, entre el 14 de octubre de 1964 y el 3 de enero de 1965, Nabokov tomó minuciosa nota de sus sueños y los comentó, en busca de patrones y símbolos premonitorios.
Este material, 118 fichas de cartón, del tipo en las que Nabokov solía escribir el primer borrador de sus obras, con 64 registros de sueños, es el que ha utilizado el profesor de la universidad de Missouri Gennady Barabtarlo, traductor al ruso de las últimas novelas del escritor, para configurar Sueños de un insomne. Experimentos con el tiempo (WunderKammer), un recorrido donde reúne y comenta los sueños del autor de Lolita contextualizando este experimento en el conjunto de su obra.
Trenes, aulas y mariposas
“Sus últimas novelas son, en parte, la herencia de esta tentativa”, afirma Barabtarlo. “Durante los últimos 15 años de su vida, cuando residía en el pueblo suizo de Montreaux, Nabokov, incluso después de abandonar el experimento, siguió trabajando la teoría de Dunne de que el tiempo no es un inexorablemente irreversible río heraclitiano al que no puedes entrar dos veces, sino una corriente eléctrica alterna de dos vías que corre hacia el pasado y hacia el futuro de manera indistinta”.
Más allá de este experimento, la relación del escritor ruso con el mundo onírico fue siempre conflictiva. Por ejemplo, fue un firme crítico de la influencia negativa del psicoanálisis de los sueños de Freud, a quien llamaba “el charlatán de Viena”, que con sus interpretaciones simbólicas estableció una tiranía de los sueños. “Mi visión de los sueños no puede reducirse o vulgarizarse al mundo indecente y fundamentalmente medieval del medicucho charlatán de Viena, con sus embrioncitos resentidos espiando, desde sus escondrijos naturales, la vida amorosa de sus padres”.
Nabokov huyó siempre de esta escuela freudiana como de la peste, pero al no estar sujetos a una narración la mayoría de los sueños descritos adquieren un aire poético, misterioso y absurdo, incluso con un punto surrealista, tan caro a los seguidores del vienés. Mantienen, por supuesto, esa lógica onírica que cobra poco sentido en el mundo real, y también dicen mucho de las obsesiones de Nabokov. Por ejemplo, como hombre nómada que fue, varios de ellos ocurren en andenes de tren, donde la angustia capital es ir con retraso o perder el tren. En uno de ellos, a punto de abordar el vagón, recuerda que ha olvidado su pasaporte sobre la mesa de su estudio en Montreaux.
También abundan en estos retazos oníricos una de las grandes aficiones del escritor, las mariposas, y pasajes de su vida académica, que reflejan miedos como no entender sus notas u olvidar un discurso. Los sueños sobre personas del pasado, como sus padres, que generalmente angustian o avergüenzan al autor (“Es extraño que mi padre, que era tan bondadoso y alegre, siempre esté tan triste y sombrío en mis sueños”) conviven con otros decididamente imposibles, como otro en el que se encuentra tomando el té junto a León Tolstói, que le asegura: “No me gusta su Lolita, pero ¡qué bien describe el paisaje ruso!”.
Soñando hacia el futuro
Sin embargo, el entusiasmo inicial con el que Nabokov acogió el experimento, los primeros días estaba convencido de reconocer en varias ocasiones programas de televisión que él estaba convencido de haber soñado, se fue diluyendo poco a poco. En sus anotaciones, Nabokov se queja del “peculiar fenómeno de que muy difícilmente puedo componer algo a partir de mis sueños”. Es decir, lo que le parece extraordinario mientras está todavía imbuido del mundo de los sueños, se descompone a la luz de la vigilia al tratar de componer con ello una historia.
Aunque quizá el experimento no fue un fiasco tan grande como el propio escritor imaginó. Según Barabtarlo, “lo más notable es que Nabokov a menudo no alcanzaba incluso a establecer los vínculos entre lo que puede parecer al lector una semejanza asombrosa con un evento de su vida pasada o su narrativa, por no mencionar un suceso futuro”. Como ejemplo, el profesor cita un caso particularmente sorprendente, ya en el segundo día del experimento. “El sueño de Nabokov presenta a una mujer rusa que le pregunta si le gusta el lugar, St-Martín. Él la corrige, Mentone, no Martin, (Mentone era un sustituto onírico de Montreux donde había vivido desde 1961). Pero trece años después, el cuerpo del autor será incinerado en el Centro Funerario St-Martin en la ciudad suiza de Vevey”, explica.
Dejando de lado estos extraños giros, Barabtarlo asegura que “este esfuerzo sostenido de estudiar su fragmentada e inasible vida onírica bajo el supuesto diurno de que el tiempo es reversible sustenta un conjunto de escritos narrativos de Nabokov, entre ellos, quizás no tan paradójicamente, sus memorias”. Lo que está claro es que, a pesar de que el escritor siguió hasta el final de su vida reflexionando sobre estos asuntos, se convenció de la imposibilidad de viajar en el tiempo mediante los sueños. Algo que sólo concebía posible desde la literatura, como dejó ya escrito en una frase de La dádiva: “El verdadero escritor debe ignorar a todos los lectores excepto a uno, el futuro lector, quien en su momento no es sino meramente el autor reflejado en el tiempo”.
Algunos sueños de Navokov
15 de octubre
Mujer rusa, desconocida, habla en una cabina telefónica de vidrio. Después intercambiamos unas pocas palabras. Ya no es joven, maquillaje pretencioso, toscos rasgos eslavos. Me pregunta cómo supe que era rusa. Respondo con lógica onírica que solo las mujeres rusas hablan tan alto al teléfono. Pregunta si me gusta el lugar, St-Martin. La corrijo: Mentone (un sustituto onírico de Montreux).
16 de octubre
Bailo con Vé. De vestido abierto, veraniego y moteado de un modo peculiar. Un individuo la besa al paso. Lo agarro por la cabeza y le estampo la cara contra la pared con una fuerza tan brutal que casi queda enganchado en algunos elementos del panel (metales brillantes que recuerdan un barco). El sujeto se desprende con el rostro ensangrentado y se aleja tropezando. El jueves por la noche en la televisión alguien se refiere a la carnicería y ejecución de los participantes en el atentado con bomba contra Hitler.
18 de octubre
Varios sueños salían a empellones mientras trataba de recordar; solo pude recuperar algunos trozos rotos. Sombras con un efecto de imagen persistente, suspendidas cerca de mí, fueron reconocidas como el signo fatídico de la inminente disolución: un sentimiento de “esto se ha acabado”, y que se produce a menudo. Otro sueño, también recurrente, fue la pesadilla de encontrarme en las guaridas de mariposas interesantes sin mi red para cazarlas y verme reducido a capturar y estropear una rareza con mis dedos: en este caso, un insecto español, una azul blanquecina.
4 de diciembre
Estoy bajando los escalones de la estación de tren de Lausana y me encuentro con Edmund Wilson. Está a punto de subir a un tren. Camina con vigor por el andén y me doy cuenta de lo en forma que parece en ese traje gris oscuro. Nos confundimos entre la multitud y el tren se aleja. Salgo de la estación.