Las guerras civiles españolas
Este libro tiene el indudable mérito de rescatar del siglo XIX elementos que sitúan la guerra civil en un proceso de larga duración
8 octubre, 2019 07:02No está mal visto el tema. De hecho está visto desde hace mucho tiempo y el argumento de la guerra civil ha formado parte del argumentario de muchos políticos e intelectuales españoles desde los primeros momentos de la España contemporánea.
Josep Pijoan, que era un intelectual catalán afincado en el norte de América -Canadá y California- desde muy comienzos del siglo XX, se lo escribía al mecenas hispanista Archer Milton Huntington a comienzos de noviembre de 1936: "Por lo visto, estos señores negros y rojos se han propuesto crucificar España con otra guerra carlista disfrazados de comunistas y fascistas."
Y el argumento aún se remontaba a muchos años antes. Un liberal de Cádiz, Diego Muñoz Torrero, había advertido, en 1810, que "el pueblo español ha detestado siempre las guerras civiles, pero quizá tendrá que venir desgraciadamente a ellas.". Y Benito Pérez Galdós, en su novela primeriza La Fontana de Oro, había situado a otro liberal, Juan Romero Alpuente, durante los años del Trienio constitucional (1820-1823), afirmando que "la guerra civil es un don del cielo."
La frase de Romero Alpuente era bien conocida por los intelectuales españoles y Miguel de Unamuno la alude directamente en una de sus escasas intervenciones parlamentarias en las Cortes constituyentes de la segunda República.
En todo caso, no conviene perder de vista que, en boca de muchos de estos intelectuales y políticos, la apelación a la guerra civil se hacía en el sentido de que ésta permitía un efectivo avance hacia un régimen de libertades públicas, con un horizonte democrático. La situación incluso se exacerbaría durante los años de la segunda República y Andrés Trapiello nos ha recordado que Largo Caballero, en declaraciones al News Chronicle, antes del 18 de julio, llegó a decir que la solución para España era un baño de sangre.
Mark Lawrence (Worcester, Reino Unido, 1978) ha referido la cuestión a la imagen de las dos Españas que, como ya señalara Vicente Cacho hace más de treinta años, no es una imagen exclusivamente española y debe ser remitida a la publicación, en 1845, de la novela de Benjamin Disraeli Sybil, or the Two Nations, que aparece citada con frecuencia en los textos regeneracionistas de Joaquín Costa. Santos Juliá, por su parte, ha localizado esa misma imagen de las dos Españas en textos de Larra ("El día de difuntos de 1836") y de Jaime Balmes.
La cuestión es, por lo tanto, de una relativa envergadura y este joven autor, que ya ha publicado varios artículos sobre la guerra de la independencia y un estudio general sobre la primera guerra carlista de 2014, la aborda con éxito. Lawrence es profesor de la Universidad de Kent y se ha movido en el ámbito del grupo de historiadores que inspira Paul Preston, desde la LSE.
El libro tiene el indudable mérito de rescatar del siglo XIX elementos que sitúan la guerra civil en un proceso de larga duración
El trabajo de historia comparativa que el autor desarrolla se organiza sobre dos grandes apartados que son la vertiente nacional del conflicto y, en lógica correspondencia, una vertiente internacional en la que los conflictos civiles españoles pueden considerarse, de algún modo, reflejos de los enfrentamientos vividos en oras sociedades de nuestro entorno, "Guerras mundiales en miniatura", las denomina el autor.
Las conclusiones del libro apuntan a la importancia de la tecnología militar en el desarrollo de la violencia, y en la caracterización de ésta como enfrentamientos primitivos y premodernos en los que el autor ve pautas de comportamientos similares. Sin embargo, las consecuencias políticas de ambos conflictos, como también señala el autor condujeron a situaciones bien diferenciadas porque, mientras que la resolución de la guerra carlista contribuiría a la consolidación de un régimen liberal, el triunfo de los sublevados de 1936, conduciría a la desaparición de las instituciones democráticas durante un largo periodo de casi cuarenta años.
El autor, que aborda la comparación desde un mejor conocimiento de la primera guerra carlista, aporta a su estudio una excelente recuperación de documentos que la perspectiva comparativa permite apreciar con una luz nueva y extremadamente sugerente. Eso se convierte en uno de los mayores logros de un libro que tiene el indudable mérito de rescatar del siglo XIX -un tanto abandonado por la historiografía actual- muchos elementos significativos que rescatan a nuestra última guerra civil de enfoque episódicos y la sitúan en un significativo proceso de larga duración