Pasada la mitad de El planeta inhóspito, David Wallace-Wells habla directamente a sus lectores elogiando por su “valor” a aquellos que “han llegado hasta aquí”. Y es que las páginas precedentes han descrito con meticuloso y aterrador detalle el posible futuro que espera a la Tierra si seguimos añadiendo carbono a la atmósfera y no somos capaces de detener el calentamiento global. Inundaciones, plagas, hambre, incendios… Lo que el autor denomina los “elementos del caos climático” son de proporciones verdaderamente bíblicas.
Wallace-Wells es subdirector de la New York Magazine, en la que hace dos años publicó un artículo sobre el cambio climático que se hizo viral. La razón es fácil de entender: en 7.000 elocuentes palabras, el periodista exponía sin rodeos los catastróficos costes de no hacer nada, o quizá de manera más realista y, por ello, también más amenazadora, de hacer algo, pero no lo suficiente. Su nuevo libro retoma esta línea y amplía el retrato de una pesadilla planetaria que, a juzgar por los cálculos de los climatólogos, pronto se hará con las riendas de nuestra vida consciente.
Las obras científicas consultadas son muchas, pero el libro, dice su autor, no trata de la ciencia del calentamiento, sino “de lo que el calentamiento significa para nuestra manera de vivir en el planeta”. Advierte del colapso de los casquetes glaciares, de la escasez de agua, de que el cinturón ecuatorial será demasiado caluroso para vivir en él, y de que habrá olas de calor extremas más largas y mortíferas. Todo esto podría suceder con un calentamiento de dos grados, el umbral por debajo del cual los líderes mundiales se comprometieron a permanecer en los acuerdos de París de 2015.
Sin embargo, Wallace-Wells insiste en que él es optimista y, de hecho, obtiene algún consuelo asomándose al abismo y contemplando los peores escenarios en caso de que la temperatura subiese entre 6 y 8 grados. Ante la perspectiva de la aniquilación total, sostiene, deberíamos ver como “un futuro esperanzador el desorden degradado” que quizá logremos que subsista. Las cosas podrían quedarse en “nefastas, en vez de ser apocalípticas”.
La literatura sobre el calentamiento global lleva tiempo haciendo sonar la alarma, como recuerda el autor al hablar de la Primavera silenciosa, de Rachel Carson, publicado en 1962, que se convirtió en un texto fundacional para el movimiento ecologista. El libro de Wallace-Wells se enmarca en una llamada similar a la acción: “¿Cuánto vamos a hacer para parar el desastre? ¿Cuánta prisa vamos a darnos?”.
Para Wallace-Wells saber que el calentamiento global es obra del ser humano debería ser algo consolador
Parte de la estrategia del autor consiste en decirnos todo lo que ya hemos perdido. “Al igual que un padre, el sistema climático que nos hizo crecer y permitió que creciese todo lo que hoy en día conocemos como cultura y civilización humana, ha muerto”, sentencia. Los daños que causa el calentamiento global recaen de manera desproporcionada sobre los países más pobres, pero las “cascadas”que ya se han desencadenado acabarán siendo tan enormes e indiscriminadas que ni siquiera los ricos estarán a salvo.
Wallace-Wells evita el “horripilantemente banal lenguaje de la climatología”, optando por un estilo rico y vibrante. Las frases son potentes y evocadoras, aunque al cabo de un rato viendo pasar por mi mente las imágenes de tan persistente destrucción –página tras página de bebés muriendo, plagas liberadas por el derretimiento del permafrost e incendios abrasando a turistas en los complejos de vacaciones– empecé a sentirme como una mirona en una exposición de atrocidades. ¿Qué se supone que tenemos que hacer con esta letanía de horrores ampliada?
“El miedo puede motivar”, opina Wallace-Wells, que es consciente de que hay quienes censuran los negros y explícitos vaticinios tachándolos de “porno climático”, pero que le abrió los ojos a la ecología cuando empezó a recopilar “descripciones aterradoras, fascinantes e insólitas” sobre la alteración del clima. El autor se califica a sí mismo de urbanita usuario de bitcoins que no recicla y odia el camping. El miedo lo arrancó de su inercia “fatalmente autocomplaciente y obstinadamente crédula” cuando se sumergió en la verdad.
Además, la espeluznante documentación que ha llegado a conocer de manera tan íntima no ha provocado ni mucho menos que el fatalismo lo paralice, sino todo lo contrario. “Saber que el calentamiento global es obra de los seres humanos debería ser un consuelo, y no causa de desesperación”, opina. Lo que los activistas han calificado de “conocimiento tóxico debería servir para que tomásemos conciencia de nuestro poder en una historia que podría tener final feliz”.
Un momento: ¿cómo ha dicho? Estos bandazos entre una dulce esperanza, por un lado, y un escabroso pesimismo, por el otro, me resultan desconcertantes, como una ola de calor seguida por una ventisca. Pero también es verdad que el autor ha decidido ofrecer algo distinto de ese “tostón impresionante” que es el discurso habitual sobre el cambio climático y la acción colectiva. Sostiene que la movilización es imposible para la gente que avanza sonámbula camino del desastre, y necesaria para poner a trabajar las herramientas a nuestra disposición, como los impuestos al carbono, la captura de este y las energías renovables.
Por ello, la hipótesis final que defiende el autor de El planeta inhóspito es que nos hemos acostumbrado a las listas asépticas de hechos, y que necesitamos un compromiso más directo de la voluntad política. “No existe una manera única y mejor de contar la historia del cambio climático, ni un único enfoque retórico con probabilidades de convencer a determinado público, como tampoco hay ninguno demasiado peligroso para intentarlo”, remacha Wallace-Wells. “Cualquier historia que haga mella es una buena historia”.