Las frases de Sally Rooney son ágiles, graciosas y objetivas. No tienen nada de especial, excepto su forma de lanzarlas. Rooney es como esos magos de élite capaces de hacer que un naipe penetre la cáscara de una sandía. Cuando escribe sobre el amor y el deseo entre jóvenes heridos, aislados y anhelantes, la autora utiliza este estilo que secciona las arterias. Sus personajes están tan solos como Frank Sinatra en algunas carátulas de sus discos o como el chotacabras del legendario cantautor Hank William. El efecto puede ser deslumbrante.
Seguramente habrán oído hablar de ella. Es la joven escritora, nacida en 1991 en el oeste de Irlanda, cuyo perfil trazó Lauren Collins con maestría en The New Yorker. Ha escrito Conversaciones entre amigos (2017) y Gente normal, dos novelas originales y accesibles recibidas por la prensa angloirlandesa con eufóricas reseñas. Gente normal fue candidata al Premio Booker.
La última de las dos se parece mucho a la anterior. En realidad, las novelas de Sally Rooney se deslizan por carriles similares y pueden desangrarse juntas en la mente del lector. Ambas tratan de una historia de amor intensa pero furtiva, frustrada por un malentendido tras otro.
Las novelas de Rooney comparten temas y obsesiones. Tratan de una historia de amor intensa pero furtiva, frustrada por los malentendidos
“El amor intenso siempre desemboca en duelo”, ha escrito la poeta Louise Glück. A pesar de ello, el lector no puede dejar de mirar a los desventurados personajes de Rooney casi con escepticismo, preguntándose cómo han podido echarlo todo a perder una vez más.
Las novelas de Rooney comparten temas y obsesiones. Uno es la clase social, o, en palabras de un personaje de Gente normal, cómo algunas personas “se mueven por el mundo de otra manera”. Como sus protagonistas llegan a Dublín desde el ambiente rural del oeste de Irlanda, tienen acentos que a veces intentan perder. Son forasteros calificados despectivamente de “paletos”, entre otros términos peyorativos.
Rooney trata las desigualdades económicas entre amigos y amantes. Sus personajes, inocentes en busca de experiencia, parecen sometidos a la esclavitud de su primer amor y a veces son además escritores en ciernes. Sus pasajes sobre sexo son ardientes y bruscamente cambiantes: ahí están sus mujeres jóvenes e inteligentes atraídas por el masoquismo sexual.
Otro elemento que conecta sus novelas es que en ninguna de las dos hay paja; nada de relleno. El estilo intimista y conciso de la autora puede recordar al de Rachel Cusk. Sus novelas también satisfacen porque no hay narradores batiéndose en duelo ni marañas de tramas. Cuando el lector compra el billete de la autora, compra un recorrido, no tres a medias y amortiguados que discurren por tierras boscosas vagamente relacionadas. Hay tanto que decir sobre la producción de Rooney –según mi experiencia, cuando algunos de sus lectores se encuentran, suelen retirarse a un rincón a hablar– que he pasado por alto su humor.
El lector avanzaba por la primera de ellas tropezándose aquí y allá con frases dejadas caer como “Si se puede decir algo bueno del fascismo es que tenía excelentes poetas”, o “A nadie a quien le guste Yeats es capaz de intimar con otros seres humanos”. En su nueva novela no hay tantas frases como estas, pero sí algo seguramente mejor. Los diálogos incisivos nos recuerdan por qué llamamos “el remate” a la gracia de los chistes.
Gente normal trata de Marianne y Connell, dos adolescentes –cuando el lector se encuentra por primera vez con ellos– que aún no llegan a flores, sino que aún son brotecillos apretados. En el instituto, Connell es un atleta con éxito entre sus compañeros. Marianne es diferente, reservada y no tiene amigos. Eso sí, es rica, cosa que el chico no es. Su madre limpia la blanca mansión de la familia de su amiga.
Al igual que el personaje principal de Conversaciones entre amigos, y quizá que casi todas las adolescentes, Marianne es un patito feo y un cisne al mismo tiempo. Además, hay en ella cierta frialdad, un aire de indiferencia. También es una chica tremenda. Dice a sus profesores cosas como “No se engañe. No tengo nada que aprender de usted”. Procede de una familia que practica el maltrato emocional y, a veces, físico. Cree que no es apta para ser amada, y se siente “atrapada en su cuerpo”.
Dotada de un gran sentido del humor, la joven autora irlandesa es una escritora original que, se intuye, no ha hecho más que empezar
Sobre su relación con Connell leemos cosas como: “Se tumbaría en el suelo y dejaría que él caminase sobre su cuerpo, y él lo sabía”, o “De repente tiene la sensación de que podría pegarle en la cara, con fuerza incluso, y que ella no se movería y se lo permitiría”. Él la traiciona en un momento crucial que marca el pecado original de su larga amistad. “La atracción que sentía por ella le pareció aterradora, como un tren que viene en dirección contraria, y la arrojó bajo sus ruedas”, dice la autora.
La novela sigue los pasos de la pareja a lo largo de cuatro años. Los dos son buenos estudiantes y acaban en el Trinity College de Dublín. Nunca llegan a ser novios en el sentido convencional. Se limitan a partirse el corazón mutuamente una y otra vez. En la universidad, su situación se invierte. Marianne encuentra un grupo de gente y Connell se convierte en una persona deprimida y aislada. Piensa que ahora la joven puede salir con chicos que “se presentan en sus fiestas con botellas de Moët y anécdotas sobre sus veranos en India”. Otras cosas también se invertirán.
La habilidad de Rooney para mantener a los amantes de sus novelas frustrados y separados son casi cómicas. Bien avanzada Gente normal, el lector puede tener la sensación de que la autora ya ha recurrido demasiadas veces a la misma buena idea.
Otras particularidades de la novela dan pruebas adicionales de que su autora es mortal. A veces el argumento resulta torpe y oportunista, y los personajes seguramente lloran más a menudo de lo que el lector llora por ellos. La historia puede caer en el melodrama, pero ¿qué sería el amor juvenil sin él? La soledad, dice Rachel Cusk en una de las novelas de su trilogía A contraluz, “es cuando nada permanece en ti, cuando nada crece a tu alrededor, cuando empiezas a pensar que matas las cosas con tu sola presencia”. Los personajes de Rooney sufren una enajenación similar entre sí y de su entorno. La propia Rooney, por otra parte, parece totalmente conectada. Es una escritora original que, se intuye, no ha hecho más que empezar.
© New York Times Book Review