El sistema educativo es un complejo territorio en el que nunca llueve a gusto de todos. Es un reflejo de la sociedad. Materia en la que los especialistas no se ponen de acuerdo a la hora de decidir cuál es la mejor metodología de aprendizaje. Estos valientes libros desvelan muchas cosas. Para empezar la obsolescencia de la pedagogía actual. Un modo de enseñar que tiene consecuencias negativas para el alumnado y, en definitiva, para todos.
La coincidencia en la edición de estos dos volúmenes permite asomarse a dos perspectivas que en su diversidad acaban por formar un esclarecedor horizonte de esperanza educativa. Haidt y Lukianoff sitúan el análisis en las excelentes universidades norteamericanas. Navarra escribe en primera persona desde su experiencia como docente en distintos institutos españoles de enseñanza media. Visiones distintas, por tanto. Espacios lejanos que el lector entrecruza para entender mejor la dimensión del problema educativo.
Jonathan Haidt (Nueva York, 1963), ensayista, profesor de psicología social en la Universidad de Nueva York, y Greg Lukianoff (Nueva York, 1974), abogado defensor de la libertad de expresión y prolífico articulista, construyen su argumento sobre la base de considerar que la sobreprotección al alumnado se ha impuesto en la cultura universitaria estadounidense. Una sobreprotección culpable de envolver a los universitarios norteamericanos con el blando manto de los mimos. Una “distorsión cognitiva” que crea una cultura de la vulnerabilidad que parece proteger el futuro de los alumnos, pero que falsea la realidad y termina por perjudicar la entrada de la juventud en el mundo adulto. Haidt y Lukianoff enarbolan el viejo dicho: “Prepara al niño para el camino, no el camino para el niño” para señalar que, a comienzos del siglo XXI, el término “seguridad” sufrió un paulatino “desplazamiento conceptual” (ya no se refería sólo a seguridad física) para incluir la denominada “seguridad emocional”. Una burbuja artificial de confort.
A partir de 2013 en universidades norteamericanas de élite, “bastiones de la izquierda”, comenzaron a ponerse de moda en sus normativas las “alertas de detonante”, una forma de considerar las palabras como fuente de peligro. Se comenzó a rechazar a conferenciantes cuyas ideas –detonantes– eran consideradas ofensivas por los alumnos (las minorías identitarias encabezaron el movimiento) porque podían poner en peligro su salud mental. El resultado ha sido suprimir el debate intelectual y la exposición al influjo de ideas opuestas a las propias. En este sentido es revelador la fuerza que ha tomado el supuesto de que los estudiantes son “frágiles”. Los autores denuncian este giro. Entender que los estudiantes universitarios son frágiles es la primera de las tres grandes falsedades que ponen en evidencia estas páginas. La segunda falsedad radica en sostener que el razonamiento emocional –“confía siempre en tus sentimientos”– es la mejor guía de comportamiento. En tercer lugar está la falsedad de ver el mundo como una lucha entre buenos y malos.
La llegada de la generación “iGen” (generación Internet), los nacidos a partir de 1995, a las universidades supone la consagración social de las falsedades citadas. El resultado está siendo un aumento en las tasas de ansiedad, depresión y suicidio. Haidt y Lukianoff atribuyen estas anomalías al cultivo de la fragilidad, consecuencia de la cultura de la ultraseguridad. A la absurda evitación de experiencias que pueden ser conflictivas, pero que a la larga fortalecen a los jóvenes y evitan que caigan en “distorsiones cognitivas” tales que les lleven a contemplarse a sí mismos como víctimas.
De blandura, de mimo excesivo y de sobreprotección innecesaria también se queja Andreu Navarra (Barcelona, 1981) cuando señala el incorrecto comportamiento de chicos y chicas que confunden las instituciones educativas con sus hogares y se comportan en clase como si estuviesen en su propia habitación. Sin embargo, este historiador, profesor de enseñanza media y autor, entre otros libros, del excelente Ortega y Gasset y los catalanes (Fórcola, 2019), va mucho más allá. Devaluación continua es un agudo, fascinante y dramático retrato de la enseñanza secundaria. Durante seis años su autor impartió clases en zonas ricas y pobres, tanto en colegios concertados como en públicos. A partir de su propia experiencia ha construido un mosaico conmovedor que grita: ¡Hay que cambiar el modelo pedagógico! Parece evidente que en plena revolución digital urge remodelar un “sistema educativo que fue prefigurado por el antifranquismo y que se diseñó durante la Transición”.
La potencia de Navarra reside en su sincera capacidad para mostrar la realidad del sistema educativo. No es, como tantos otros, un teórico de gabinete. Observa a las adolescentes que tiran el bocadillo para no engordar o a los estudiantes escasos de recursos que llegan a clase con el estómago vacío. No vuelve la cara ante el desorden y la violencia en las aulas. “Hay centros en los que dar clase es prácticamente imposible, porque gana el caos, la agitación y el ruido extremo”. Su mirada se posa también en los momentos de crisis o desesperación del profesorado. “He visto a muchos docentes llorar”. “Mi jefa de departamendo está llorando”. Tampoco cierra los ojos ante profesores incompetentes o desbordados. Se alarma al ver cómo la cultura del trabajo se extingue, el narcisismo florece y muchos alumnos solo aspiran a ser famosillos o youtubers.
Si Jonathan Haidt y Greg Lukianoff han construido un libro con sólido apoyo documental respaldado por numerosas notas a pie de página, Andreu Navarra escribe desde las trincheras. Dos análisis apasionantes que al final ofrecen el análisis de una sociedad que, en buena medida, va a la deriva.