Con El rey recibe, Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) inició una serie que toma al protagonista Rufo Batalla como excusa para narrar determinados acontecimientos históricos que tuvieron lugar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En la segunda parte, El negocio del yin y el yang (Seix Barral), el autor se sirve de su particular manera de escribir para concebir reflexiones de tinte filosófico, humorístico y sarcástico mediante las que va analizando los sucesos de trasfondo que suceden del año 75 en adelante. El escritor describe a su personaje como su alter ego ya que “hace un recorrido vital paralelo al mío y, aunque no tenga nada que ver conmigo ni haya que buscar equivalentes de personas ni de situaciones, sí que está en los momentos que yo he vivido de una manera presencial”.
Mendoza explica que lo que le lleva a escribir esos libros es recordar cómo se veían algunos fenómenos sociales, culturales o políticos en un momento determinado y cómo luego resultaron exactamente lo que parecían, o todo lo contrario, como ocurre en la mayor parte de los casos. Para ejemplificarlo, narra una anécdota que tuvo lugar cuando visitó Japón a finales de los años setenta: “Lo primero que me comentaron es que para un occidental lo más difícil es acostumbrarse a la comida nipona porque es algo asqueroso que solo se come en ese país y que jamás se exportaría. Yo también pensé que era algo raro que nunca se vería en el resto del mundo. Más tarde, cuando vivía en Nueva York, abrieron el primer restaurante japonés y la crítica decía que era una curiosidad para esa ciudad snob, pero que era imposible que abriera otro. Quién iba a pensar, no solo que nos íbamos a aficionar a la comida nipona, sino que iba a cambiar nuestra forma de entender la alimentación, los gustos y que iba a hundir la gastronomía francesa. Estos sucesos marginales son los que verdaderamente me interesan”.
En cuanto a su estilo, el novelista cree que ha evolucionado sin darse cuenta. “El otro día tuve que leer una parte de uno de mis primeros libros, algo que nunca había hecho, y no me reconocía. La prosa era mucho más barroca, más complicada y en cambio ahora he llegado a un grado de simplicidad en el que estoy a punto de desaparecer”. Reconoce que ese cambio ha sido influencia del periodismo y de los nuevos lenguajes, ya que se considera muy permeable. “Empecé con la influencia de la literatura experimental y formalista de los años sesenta y ahora creo que mi próximo libro será todo emoticonos”, bromea Mendoza. Sí mantiene, en cambio, la picaresca que le ha acompañado a lo largo de su trayectoria. El magnífico elenco de personajes secundarios que circulan por la novela podrían salir directamente de alguna de sus obras más paródicas, y es que, como él mismo afirma, “los personajes son los mismos y hacen las mismas cosas”.
“Franco construyó un mundo que durante décadas nos tuvo a todos dentro y con su desaparición dejó a toda una generación completamente desvalida”
El autor se arrepiente de no haber insistido en su libro en la importancia que tuvo la muerte de Franco: “Sucedió algo que todavía no hemos terminado de entender. Así como la transición es un hecho histórico fruto de unas decisiones racionales y coyunturales, la muerte de Franco tuvo un gran impacto en una generación que había vivido siempre dentro de la burbuja del franquismo, que estaba representada por un personaje que tenía la cualidad de ser ridículo. Era un señor que pasaba desapercibido y no tenía la capacidad de oratoria de otros, pero había construido un mundo que durante décadas nos tuvo a todos dentro, y con su desaparición dejó a toda una generación completamente desvalida”. Cita también a Vázquez Montalbán cuando dijo que “este mundo se ha ido, gracias a Dios, pero no tenemos otro y nos hemos quedado sin pasado”.
El escritor barcelonés también comenta dos de los temas de actualidad en nuestro país. En primer lugar, afirma que la exhumación de Franco es algo que se tenía que hacer aunque sin darle más importancia. “Yo ya propuse que se hiciera un sorteo con el cadáver entre todos los españoles y al que le tocara se lo llevara a casa. Al final se lo han llevado a un sitio que tiene un nombre que parece de tebeo, Mingorrubio”, bromea. Por otro lado, explica que ve mal la situación en Cataluña. “No veo hacia dónde conduce lo que está pasando, algo que es negativo para todos. No parece que haya solución a la vista para algo que está causando un perjuicio duradero, tanto económico como de imagen y social. No sé si se puede resolver pero sí que habría que abordarlo”.
Mendoza aclara que se trata de “la segunda entrega de una trilogía flexible, ya que actualmente hay trilogías de tres, de cuatro, de dos… un poco a medida de cada uno. Mi idea original, la que sigo manteniendo, es que se trate de tres volúmenes. No sé lo que va a pasar en el nuevo libro. Cuando acabé el primero me pregunté qué pondría en el segundo porque ya no tenía nada más que contar, pero salió lo de Japón y Alemania. Con el tercero me pasó lo mismo, pero ya se me ha ocurrido una cosa, un escenario que no voy a decir porque hay que ser supersticioso y guardar los secretos”. Explica también que ya ha iniciado esa tercera parte aunque tiene tan solo unas líneas. “Lo he hecho como ritual, comienzo para decirme a mí mismo que estoy comprometido pero quiero dejar una etapa de desintoxicación para empezar de cero el nuevo libro”.