No hace muchas décadas, antes de que otros fastos como Halloween inundaran estas fechas, la tradición española por excelencia consistía en asistir a una representación del Don Juan Tenorio el Día de Todos los Santos. Si bien continúan celebrándose pases en muchos teatros en toda España, con mención especial al Festival anual Don Juan en Alcalá y a la interpretada en el Teatro Zorrilla de Valladolid, no hay duda de que, como tantas, ésta es una costumbre en desaparición.
Algo que se debe “probablemente, a que estamos en una etapa de replanteamiento de la situación de la mujer, del papel del hombre, y de las relaciones de todo tipo, que diseñan y dibujan una sociedad actual completamente diferente a la del XIX. Y en este tipo de sociedad en la que nos movemos no tiene mucha lógica el arquetipo donjuanesco”, opina la doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Santiago de Compostela, Carmen Becerra Suárez, que en su ensayo El mito de Don Juan (Fundación José Antonio Castro) rastrea, a través de cinco obras icónicas, la construcción y desarrollo de un personaje que sirve de espejo a la evolución de la sociedad española.
Nacido, más allá de desterradas especulaciones, de la pluma de Tirso de Molina, que lo usó en El burlador de Sevilla (1630) como ejemplo moral durante la candente época de la Contrarreforma, cada autor que trabajó el mito fue añadiendo pequeñas pinceladas hasta llegar al hoy canónico Don Juan Tenorio (1844) de José Zorrilla, que transmuta al bravucón, clasista y obsesionado con el honor de Tirso en un hombre enamorado y arrepentido.
En medio, versiones de transición como la temprana La venganza en el sepulcro, de Alonso de Córdova y Maldonado, No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague (1713), de Antonio de Zamora, lectura menos sutil que el original de Tirso pero más realista que el también muy afamado El estudiante de Salamanca (1840), de José de Espronceda, que si bien mantiene el final de Tirso ya apunta muchos elementos de la versión del vallisoletano. Las cinco piezas completan el volumen que recoge el análisis de la filóloga Becerra Suárez.
De pecador a penitente
En los 200 años que median entre las dos principales versiones se halla plasmado el tránsito entre el ya decadente pero aún chapado en oro Barroco español y el Romanticismo algo tímido y pequeñoburgués de nuestro país. “La primera diferencia entre el burlador de Sevilla y el Don Juan de Zorrilla es que éste está enamorado. Es un seductor sinvergüenza, un hombre que se dedica a mostrar sus capacidades y sus dotes para burlar mujeres, pero tropieza de pronto con una mujer, Doña Inés, y gracias a ese amor correspondido y a la intermediación de la mujer consigue la salvación de su alma y ya no va al infierno”, explica Becerra Suárez.
La explicación que ofrece nace de la importante evolución en la religiosidad, muy diferente en el siglo XIX a la del XVII. “La España barroca y contrarreformista tenía un Dios absolutamente justiciero y despiadado, mientras que el Dios romántico del XIX es clemente y misericordioso, un tipo de divinidad que perdona al pecador arrepentido”, razona la filóloga. Pero igual de significativo para leer a cada sociedad es otra diferencia clave, muy de actualidad, la visión de la mujer, ya que en todas las versiones donjuanescas hay un grupo de ellas. “En la versión barroca de Tirso son un colectivo del que ninguna destaca, pero en el de Zorrilla sí hay una, Inés. El personaje femenino deja de ser un arquetipo y adquiere una función clave en el desarrollo y el desenlace de la obra”.
Otras caras del seductor
Sin embargo, esta transformación del Don Juan, que podría parecer positiva, supone para Becerra Suárez la deformación de un mito que atraviesa, por varios motivos, horas bajas. “El Romanticismo hace estallar al mito con una nueva visión del donjuanismo, que irá poco a poco degradándose hasta convertir al personaje de Tirso en lo que hoy identificamos por donjuanesco, que es más una caricatura”, opina Becerra Suárez, que añade que “es precisamente a partir de esa corriente literaria y de pensamiento romántica cuando el mito comienza a perder una serie de características y se va haciendo muy frágil su estructura por lo que aparece el arquetipo”.
Así llegamos a un siglo XX en el que las grandes figuras de nuestra literatura también atacan a un Don Juan que, pierde algunas de sus características configurándose como un personaje completamente diferente. Como ejemplo, Becerra Suárez habla de El hermano Juan o el mundo es teatro (1934), “donde Unamuno habla de un hombre que es consciente de su máscara, pues sabe que es una representación teatral. Es decir, un hombre que duda de su propio yo y aleja de sí a las mujeres, que sin embargo se pegan a él como moscas”. Otro nuevo Don Juan es el de Azorín, que en su obra homónima de 1922 “idea un protagonista que no ha muerto en su juventud, como el personaje clásico, y recuerda desde su decadencia las juergas y aventuras de su vida. Pero sigue teniendo esa capacidad de seducción y esa hambre de mujer que tenía de joven”.
Éstos son sólo dos ejemplos, a los que se podrían añadir las aproximaciones, más o menos canónicas, de Valle-Inclán, los hermanos Machado o Jardiel Poncela, de la actualización del mito en el vertiginoso siglo XX, en el que toda esta serie de nuevas versiones va encajando los cambios que la sociedad asume y genera poco a poco, como el psicoanálisis, que lleva a muchos a preguntarse por qué Don Juan va de mujer en mujer, por qué es incapaz de detenerse en ninguna y no surge el amor. “En definitiva”, resume la autora del ensayo, “lo que se produce a partir del Romanticismo es un estallido que abre muchísimas nuevas vías para interpretar la estructura mítica nacida en el Barroco, como los Don Juanes homosexuales de Vicente Molina Foix o Ramón Pérez de Ayala, de caderas anchas y pómulos sonrosados, o los escritos por mujeres, como el de Marina Mayoral en Recuerda cuerpo (1998), un clarísimo Don Juan escondido”.
El mito por excelencia
Pero además de todas estas visiones múltiples nacionales, casi desde su origen Don Juan ha traspasado nuestras fronteras, especialmente hacia Francia e Italia, configurándose como “el mito más notable y proteico de entre los que forman parte de las mitologías de la cultura occidental, dejando de lado los mitos clásicos, claro”, afirma rotunda la filóloga. “No existe otro mito como Don Juan, una de las historias más fructíferas de la historia de la literatura. Fausto o Hamlet no le llegan a la altura del betún”.
Una afirmación que, lejos de ser peregrina, queda demostrada repasando la nómina de autores de todas las épocas y disciplinas que se han acercado al personaje: Molière, Byron, Pushkin, Dumas, Baudelaire, Strauss, Shaw, Max Frisch, Bergman, Derek Walcott, Saramago… Eso sólo en un primer vistazo. Pero de todas las visiones que ha tenido el mito, ¿cuál es la que impera habitualmente en el extranjero? “Desde un punto de vista estrictamente creativo y artístico, el Don Juan que ha superado las fronteras del país y se ha subido a todos los escenarios del mundo es el Tenorio”, reconoce Becerra Suárez.
Aunque también añade que, al igual que en España, fuera del canon “la interpretación y exégesis del personaje ha dado lugar a miles de cosas, como la aproximación de Peter Handke, un maravilloso Don Juan viejo, melancólico, próximo al decadentismo pero satisfecho con su vida, y plagado de dudas, de incertezas continuas”. Además, también comenta la filóloga que “otro Don Juan seminal, quizá el más conocido de todos aparte del de Zorrilla es el Don Giovanni de Mozart, que a su vez ha alimentado a muchos como Liszt o Kierkegaard. Lo que sobresale en su interpretación no es tanto la rebeldía del personaje como la exaltación de la libertad, lo que encontró terreno abonado a comienzos del XIX”, puntualiza. “Y que es precisamente lo que exalta, ya en nuestro país y más recientemente, el Don Juan (1963) de Torrente Ballester.
Esperanza a través de los siglos
Pero más allá de todas estas lecturas históricas, volviendo a nuestro país y viajando hacia el presente, ¿qué representa hoy el Don Juan, cómo se ha adaptado al siglo XXI? "Creo que se le ve con cierta ternura por parte de las mentes amplias y cultivadas”, aventura Becerra Suárez, “teniendo en cuenta que es un hombre muy castigado hoy por los creadores (que lo someten a toda clase de juicios, como en la obra dirigida en 2015 por Blanca Portillo), la crítica y el público en general. Ahora se le pone verde porque es incorrecto políticamente por todos lados”, insiste la profesora, apuntando que “no podemos enjuiciar las obras del pasado con la ideología y el pensamiento del presente. Es necesario contextualizar para entender y compartir sus errores y aciertos”.
Y es que para la experta, aunque el personaje viva hoy en día “escondido y camuflado, esto no durará un siglo porque los modelos sociales contemporáneos duran muy poquito, es todo muy frágil, muy breve”. A su juicio, más allá de todos sus defectos, que lo hacen tan ingrato a los ojos de ciertos sectores actuales, “el Don Juan es necesario por su componente de trascendencia, que le lleva a preguntarse por cosas que el hombre aún no ha resuelto, y quizá nunca resuelva, el misterio del amor, el por qué de la seducción, y la relación entre el amor y la muerte”, defiende. “Es un ejemplo de cómo generar esperanza ante la desesperación del abismo de la muerte, y aunque ahora sufra una etapa de ocultamiento volverá, porque los mitos no desaparecen, se ocultan durante un tiempo y vuelven a emerger y a brotar a través de los siglos”, concluye.