Hernando Colón era el segundo hijo de Cristóbal Colón. Nacido fuera del matrimonio, fue educado en casas de la realeza, acompañó a su padre en un desastroso viaje a América central, representó a su libertino hermanastro Diego en una demanda de paternidad en el Vaticano, empezó un estudio geográfico de España, discutió a los portugueses la circunferencia de la Tierra e hizo un borrador de un diccionario de latín tan detallado que se vio obligado a abandonarlo, después de escribir casi 1.500 páginas, en la voz bibo, “bebo”.
Mientras tanto, adquiría libros. Se fue de compras por los establecimientos de Roma, Venecia, Núremberg y Colonia, a menudo quitando de las manos a los libreros cientos de títulos en una sola visita. Compraba volúmenes refinados y ejemplares sin valor, y recolectaba panfletos y letras de canciones con el mismo fervor que obras del humanista Erasmo. Adquirió libros en lenguas que no sabía leer, como el árabe y el ge’ez de Etiopía, y amasó una impresionante colección de imágenes impresas. A fin de que organizasen su extensa biblioteca, importó sabios multilingües de los Países Bajos para que trabajasen para él como bibliotecarios, y desarrolló un elaborado sistema de catalogación para indexar los contenidos de los libros.
Si alguna vez la vida ha imitado a Borges, fue entonces. En Memorial de los libros naufragados (que toma su título de una lista de volúmenes de la colección “Perdidos en el mar”), Edward Wilson-Lee sigue la vida de Hernando de una manera poco corriente, desde los primeros recuerdos de su infancia de los que se tiene conocimiento hasta su lecho de muerte. La protagonista del libro, sin embargo, es una sed intelectual deslumbrante y monstruosa a un tiempo, reflejada en el ansia insaciable de Hernando de saber y poseer.
Como corresponde a un geógrafo, la historia de Hernando es una historia de lugares. El capítulo más apasionante del libro relata el cuarto y último viaje de Colón al Nuevo Mundo, en el que estuvo acompañado por su hijo, que entonces tenía trece años. Wilson-Lee transmite la tragedia de ese catastrófico viaje con sus violentas tormentas, sus enfermedades devastadoras, un intento de establecer un asentamiento en lo que es el actual Panamá que acabó en baño de sangre y una espera angustiosa frente a las costas de Jamaica que llevó a los hombres de Colón a amotinarse.
Este magnífico libro ayuda a entender el deseo obsesivo de Hernando Colón por preservar a pesar del caos
El viaje es una aventura fascinante que permite que el lector descubra cómo se formó la visión del mundo de Hernando. Ante una tripulación rebelde de hombres hambrientos, Colón utilizó un almanaque que llevaba a bordo para predecir un eclipse lunar y convenció a los taínos que habitaban la zona de que su dios los destruiría a ellos y a la luna si no les proporcionaban alimentos. Y la luna se oscureció. El joven Hernando debió de aprender del episodio que los libros dan poder en el sentido más directo.
Buena prueba del talento del autor es que su relato de los viajes de trabajo que Hernando emprendió durante el resto de su vida profesional, ya fuese al servicio de su familia o del rey, sea tan interesante de leer como las hazañas de este en el Caribe. Las prolijas descripciones que hace de España, Italia y los Países Bajos rebosan de detalles locales, y las primeras imágenes impresas intercaladas en el texto lo asemejan a una guía de viajes al pasado.
A los amantes de la historia, Wilson-Lee les ofrece emoción en cada página, como la trama de una novela del siglo XVI sobre una carismática prostituta española que se abre paso a través del inframundo italiano, o el caso de un humanista holandés que enseña a dos esclavos de África Occidental a hablar latín para demostrar sus teorías pedagógicas. Como guinda, el autor incluye el menú de un banquete ofrecido por el papa León X en el que se sirvieron higos en moscatel, testículos de gallo joven y pavos asados “vueltos a coser en su piel para que pareciesen vivos”.
Memorial de los libros naufragados ofrece un vívido retrato de una Europa a punto de entrar en la modernidad, pero aún aferrada a su antiguo bagaje. El continente está poblado de hombres del Renacimiento asombrosamente versátiles, imprentas hiperactivas y peligrosas nuevas ideas religiosas, pero, el relato de Winston-Lee, también refleja una cultura influida por las enciclopedias y los comentarios a las Sagradas Escrituras que organizaron el pensamiento medieval. Por ejemplo, Cristóbal Colón sostuvo en el Libro de las profecías que su descubrimiento del Nuevo Mundo formaba parte de un plan divino para el fin de los tiempos, y reformuló varios pasajes de la Biblia para convertirse a sí mismo en el héroe del apocalipsis que se acercaba.
Al parecer, Hernando extrajo una importante lección de los escritos de su padre, a saber, que en una época de información abundante y poco fiable, la persona capaz de imponer orden puede modelar la historia, o como mínimo, asegurarse una cómoda jubilación. Las herramientas que él utilizó fueron menos violentas y narcisistas, pero ni mucho menos modestas. Consistían en listas de autores y obras, índices de libros, un código jeroglífico utilizado en una versión inicial del catálogo de fichas, palabras clave y los resúmenes de contenidos que debían permitir a los lectores encontrar el volumen que necesitaban. En pocas palabras, “creó un motor de búsqueda”. Y aún tenía proyectos de más envergadura para el futuro de la biblioteca, que incluían equipos de compradores profesionales y un complicado sistema de jaulas para evitar que los lectores robasen.
Si Hernando produce la sensación de ser un maniático del control, puede que sea porque la vida le enseñó la vaguedad de las categorías y el poder destructivo del tiempo. Memorial de los libros naufragados es una biografía intelectual, pero su corazón palpitante es el confuso amor de un hijo por su padre. Mientras que el veleidoso Diego recibió la herencia material, Hernando fue el heredero espiritual. El hijo menor luchó por preservar el legado de su progenitor y sus reclamaciones territoriales, atribuyendo sus propios descubrimientos a Colón y minimizando los excesos de este. Al final, tanto la biblioteca como el nombre de la familia decayeron. Este magnífico libro ayuda a entender el deseo obsesivo de Hernando por reunir y preservar, a pesar del caos.
© New York Times Book Review