Con El negociado del yin y el yang nos ofrece Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) la segunda entrega de “Las tres leyes del movimiento”. El protagonista de la trilogía, Rufo Batalla, viaja a Barcelona con motivo de la muerte de su padre y regresa a Nueva York. Aunque determinado a abandonar la ciudad, el príncipe Tukuulo reaparece en su vida y le tienta a consumar en Japón el secreto encargo ya propuesto en la novela precedente, El rey recibe. A partir de aquí, el personaje recorre una dilatada geografía: Tokio, diversos lugares en el entorno de Tailandia, Stuttgart y la Ciudad Condal, por el momento destino definitivo de su peregrinación hasta que decida su futuro. El vagabundaje se enmarca cronológicamente en los estertores de Franco y el tiempo cercano posterior a su muerte.
Las peripecias de Rufo Batalla se avecindan en el modelo narrativo que llamamos novela de aventuras con una fuerte impronta barojiana y con el descarado concurso de los recursos del relato popular y del folletín. El humor, gran marca de la casa, proporciona verosimilitud a los personajes y a los sucesos. Respecto de los personajes, vemos un desfile incesante, bastantes de presencia expeditiva y portadores de anécdotas particulares en el límite del puro disparate. En alguno alcanza Mendoza una extraordinaria fecundidad imaginativa, así en la estampa de la abadesa de las clarisas y su repelente sobrina rica y necia.
En cuanto a los sucesos, comparten un semejante desenfado inventivo. Lanzado el autor a apurar los límites del relato de intriga, ingenia una trama extravagante que conduce a Rufo al lejano Oriente. Aquí lo emplaza en una acción en la que acumula con descaro materiales sorprendentes: llamativas aventuras, gánsteres, una leprosería, un emporio del turismo sexual más abyecto, un temerario periplo en sampán o una red de narcotráfico que recicla los Cobra, los temibles helicópteros de la guerra norteamericana en Vietnam, para trasladar la droga.
Las trampas de un narrador prodigioso convierten el libro en una fascinante locura novelesca
En estos y en otros hechos siempre ocurrentes Rufo funciona como testigo un tanto contemplativo de la vida, no como el héroe de un relato de acción. Su papel es ver, no actuar. Su mirada nos proporciona datos significativos de la realidad. De ella se desprenden un bucle de observaciones que pueden parecer aisladas aunque, entrelazados los hilos, proporcionan un retablo desencantado y amplio del mundo contemporáneo en los años setenta del pasado siglo. Por una parte, en su dimensión planetaria: las formas de vida japonesas en su dialéctica entre modernidad occidental y tradición, la degradación moral en el lejano Oriente a resultas de una sociedad regida por intereses económicos o el vanguardismo artístico. Por otra, de ceñido alcance nacional: la vida anestesiada de los españoles fuera de su país en tiempo de la dictadura y la España clerical y rancia ajena a la modernidad todavía vigente en el posfranquismo.
Ensamblado lo universal y lo particular, El negociado del yin y el yang refuerza la dimensión de novela histórica amplia de la trilogía en marcha. Este segundo volumen afianza la evaluación escéptica del mundo con dosis de desencanto y melancolía. El nada didáctico Mendoza no entra a cavilar cómo podría haber sido el tiempo pasado, se atiene a mostrar cómo fue. Sin embargo, en ese sentir elegíaco y resignado no falta una nota de rebeldía. Aparece en el encuentro de Rufo en Alemania con su hermano bohemio. El teatro del absurdo que escribe Agustín supone una réplica inconformista al devenir histórico cuyos tristes efectos refleja la novela.
La amenidad de los sorprendentes sucesos, la fluidez de la estrambótica anécdota general, la ironía que apela a un lector activo, el jugueteo de la prosa con el léxico conversacional, estas y otras legítimas trampas de un narrador prodigioso convierten un libro en última instancia serio y reflexivo en una fascinante locura novelesca.