Poco después del fallecimiento de Cristóbal Serra (1922-2012), su amigo y principal especialista en su trabajo, el profesor y crítico literario Josep Maria Nadal Suau, encontró en su piso de Palma de Mallorca “un baúl con cuatro trastos y cuatro cuadernos, de esos comprados en el chino de la esquina”. Sus hojas contenían, bajo el título común de El aire de los libros, el legado literario de un escritor “raro entre los raros”, de un espíritu antidogmático y libérrimo, con fama de ermitaño, que dejó alguna de las páginas más eruditas y heterodoxas de la literatura española del siglo XX.
Este volumen, que la Fundación Banco Santander publica ahora siguiendo su política de recuperaciones pioneras de literatura a contracorriente, como hizo recientemente con la obra de autores como Ana María Martínez Sagi, Elizabeth Mulder, Marín Civera y Luis Abad, reúne “una recopilación de opiniones y pequeños ensayos sobre sus últimas lecturas”, explica Nadal Suau, también editor de la obra. “Esto no es inédito en su producción, pues ya tenía un par de libros de estas características, pero éste es el volumen más libre, pues mezcla cosas como el Satán de Martínez Otero con lecturas bíblicas, a Hölderlin y Rimbaud con Santayana y Papini y, además, lecturas de Wells, Dickens o Dostoyevski, autores impensables en él que apenas leía novela”.
Un ermitaño famoso
“Como lector fundamentalmente bíblico, donde los profetas acuden a los poderosos para advertirles de lo que está mal y de adónde puede llevarles su nefasta conducta, es un profeta, no en el sentido del que vislumbra el futuro, sino en el de quien avisa de lo que ocurre hoy”, opina el escritor Javier Sierra en la presentación de este inédito. “Serra no pondera radicalmente la razón, si no que muestra también una visión espiritual, una religiosidad heterodoxa que le llevaba a leer a Jesús como a un sabio taoísta. Es religioso en el sentido de que busca religar, recomponer, los preceptos fundamentales del ser humano y dar respuesta a las preguntas de qué somos y adónde vamos”, prosigue el autor, que reconoce que “a raíz de la lectura de este texto he dejado atrás el tópico de eremita de las letras mallorquinas que arrastraba Serra”.
La fama de ermitaño ha acompañado siempre, junto a otras muchas etiquetas, la figura de Serra, que fiel a su antidogmatismo y en su huida de la imposición de límites, jamás se adscribió a ninguna escuela literaria, filosófica ni intelectual. “Era muy recluido, de temperamento muy isleño, pero en su rareza, fundamentalmente literaria, no había pose ni vanidad. Su literatura fragmentaria resulta difícilmente catalogable y son varias las contradicciones que recorren toda su obra, pero eso no impidió que se interesaran en él. Es desconocido y a la vez no tanto”, defiende Nadal Suau. Por ejemplo, en vida, le prologaron libros escritores como Octavio Paz (quien sí le etiquetó de ermitaño) y Pere Gimferrer, se carteaba con Juan Larrea o José Bergamín y era muy amigo de Joan Perucho.
Además, son declarados admiradores suyos Muñoz Molina, José Carlos Llop, Manuel Vilas, Vicente Luis Mora, Agustín Fernández Mallo o Enrique Vila-Matas, quien reconoció que la idea para su Historia abreviada de la literatura portátil nació leyendo a Serra. “Siendo un autor muy libresco, muy clásico, su forma de entender los géneros y el fragmentarismo en la literatura es muy moderno, muy actual”, apunta el crítico. “Su erudición, casi infinita, sorprende, no porque conociera todo, que también, sino por cómo la utiliza, con un enfoque plenamente antiacadémico y muy libre”.
Veneno para la taquilla
Una condición que se refleja desde sus inicios literarios. Su debut se produce en 1957 con Péndulo, un texto breve “de extraordinaria calidad veteado de expresionismo y existencialismo, a caballo entre Michaux y Kafka, en el que Serra incluye un prólogo con una autocrítica al propio libro”. Otra anécdota guarda su segundo trabajo, publicado en 1965, Viaje a Cotiledonia, un “recorrido quimérico y alegórico trufado de neologismos juguetones que, reeditado por Tusquets, obtuvo el ‘honor’ de ser, como reconoció Beatriz de Moura, el libro menos vendido de la historia de la editorial con solo 30 ejemplares”.
De vuelta a El aire de los libros, Nadal Suau se muestra convencido de que Serra hubiera publicado el libro, pues “en sus últimos años estaba disfrutando mucho de escribir y se lanzó a una producción fructífera, aunque a veces sus nuevas obras han resultado reiteraciones amables de sus mejores páginas. Este volumen no es, claro uno de sus libros centrales, pero sí es un muy buen libro y él era consciente”, afirma. Además de este corpus central de los textos recuperados en los cuadernos, el editor ha decidido incluir en el volumen “unos pocos inéditos desperdigados, como una introducción a un libro de Ramon Llull con ilustraciones de Miquel Barceló que finalmente no se llegó a publicar o textos sobre el ocultismo, que él consideraba como una rama de la poesía. ‘El siglo XXI necesitará del ocultismo para entenderse a sí mismo’, llegó a afirmar”, relata.
Cierra el libro una reproducción de la lección magistral que Serra pronunció en su investidura como doctor honoris causa en la Universitat de les Illes Balears, titulada Elogio de la sencillez, en la que repasa su obra y su forma de entender la literatura. En cuanto a nuevos inéditos, el editor apunta que “quedan algunos textos más, artículos, pero nada hilado y coherente como este volumen”. Aunque donde Nadal Suau sí ve un futuro libro es “en la recuperación de sus anotaciones al margen de los libros, muy jugosas y sorprendentes. Puede ser una buena idea de cara a la celebración de su centenario en 2022 del que sospecho que El aire de los libros es un adelanto a la reedición de sus mejores obras”.
Una recuperación que el crítico juzga, no sólo muy necesaria, sino también pertinente, pues opina que “el ecosistema cultural español está hoy más preparado que en su época para absorber a Cristóbal, un escritor que fue veneno para la taquilla y mito para el lector”, bromea. “El momento está maduro para que encuentre complicidades en el mundo lector español y se ponga razonablemente de moda. Le dice cosas al siglo XXI y es perfecto para que hípsters y otras tribus de hoy le pongan en sus banderas. Esto ocurrirá y El aire de los libros es una buena punta de lanza para ello”, concluye.