“Detesto las formas y las costumbres del nuevo siglo: el tuteo, los camareros de camisa negra y la cocina con fórmulas químicas, la España tatuada, que andemos como zombis con un iPhone, el sincorbatismo, el sentirse víctima de todo, equiparar a Beethoven con el rap, el narcisismo del selfi…”. Larga es la lista de lo que el intelectual Valentí Puig (Palma, 1949), censura en la sociedad actual, pero aunque a veces suene como ese abuelo cascarrabias para el que todo tiempo pasado siempre fue mejor, la hondura de las reflexiones que vierte en Memoria o caos, legitiman el tono quejumbroso de quien advierte y da cuenta de las dramáticas (y acaso irreparables) transformaciones del hoy.
“Vivimos en el vientre de alquiler de la desmemoria”, advierte Puig, para quien este olvido de lo que nos ha precedido nos sumerge en el desconcierto y la catástrofe moral. En este mundo de modas y no de costumbres, estamos desligados del pasado, algo fatal y peligroso. Por ello, su libro nace, como advierte el subtítulo, Por la continuidad de la tradición cultural de Occidente y contra la desmemoria de nuestros días.
“En la segunda década del siglo XXI, la memoria dura lo que dura una pieza de Banksy, concebida para autodestruirse”, destaca el pensador, para quien la desmemoria banaliza y corrompe, “como un despojo residual, lo que la memoria todavía preservaba de la extinción”. Así, junto a otras pérdidas leves aunque significativas como la urbanidad, el dar las gracias o el ceder el paso, caen en el olvido valores como “la excelencia, la superación, la ambición por el dominio de la palabra y la exaltación de la belleza, la trascendencia o la integridad de la virtud pública”.
Puig defiende que la actual sociedad de la desmemoria nos sumerge en el desconcierto y la catástrofe moral
Invocar el tiempo de civilización de la memoria no es nostalgia de un viejo orden, defiende al autor, en las antípodas del reaccionarismo, sino reclamación del mantenimiento de un vínculo secular con las formas más antiguas de civilización. La amnesia cultural de Occidente ha sustituido la moral heroica y la noción de bien común por la autogratificación instantánea y una banalidad sin trascendencia hija del relativismo y el posmodernismo.
Los, en ocasiones, hilarantes ejemplos que el pensador convoca para ilustrar esta situación, dejan la mayoría de las veces una sonrisa congelada en el lector, que advierte en ellos la vigencia social de realidades como la ingratitud hacia los logros del pasado, reflejada en la crisis de la autoridad, la victimización de una sociedad terapéutica que siempre traslada la culpa al otro o el desprecio por la lectura y la lectura en general. Nuevos valores que priman en el mundo del emocionalismo, que avasalla a la razón y su efímera victoria.
En este fresco actual, “la diosa de la memoria, representada en el pasado por dulces figuraciones que hilvanaban una continuidad milenaria con la civilización, quizá la mayor construcción humana, sufre hoy una erosión cruel y ni tan siquiera es tema de grafitis”. Sin embargo, recuerda Puig como un hilo de esperanza, que “bajo la espuma, tan banal, tan fungible, de nuestro tiempo siguen existiendo aquellos enigmas que inquietan al hombre desde que bajamos de los árboles”.
Cierra este volumen, de regusto amargo y a un tiempo esperanzador, una reflexión que supone un aviso a navegantes. Quién iba a pensar, se dice Puig, que la erosión más dañina para el humanismo clásico y para la imaginación liberal no serían los atroces totalitarismos que alumbró el siglo XX, sino la actual sociedad emocional y relativista. “Cultura sin tradición es destino sin historia”, añade citando a Curtius, otro sabio olvidado. Y si prescindimos de la memoria nos quedamos con el caos, remacha el autor.