Fernando Aramburu. Soy uno de tantos seres humanos que un día dejó su país natal y se instaló en otro, si bien por razones personales que nada tienen que ver con el destino de los exiliados o de quienes huyen de la guerra o la penuria. Mi dedicación a la docencia por espacio de largos años me permitió tratar con familias de españoles afincados en Alemania, emigrantes de primera, segunda y hasta tercera generación. Aquellos que llegaron como mano de obra, en plena juventud, a un país cuyo idioma no hablaban lo tuvieron francamente duro y jamás, que yo sepa, lograron la integración plena. Se buscaban entre sí, compartían la nostalgia por una identidad que sentían en peligro, formaban pequeños reductos donde podían practicar las tradiciones (la música, los bailes, la paella) de las que se habían separado. Sus hijos, escolarizados en el país de acogida, aun cuando estuvieran expuestos a situaciones de discriminación, aprendieron el idioma local, pudieron optar a oficios mejor remunerados y en muchos casos hallaron pareja sentimental entre la población autóctona. Los nietos de los emigrantes mantenían, según me acuerdo, un vínculo tenue con España y no era raro que muchos de ellos no hablaran la lengua de sus abuelos. Usted es descendiente de emigrantes gallegos llegados a Brasil, a La república de los sueños, como se titula una de sus novelas más célebres. Tengo entendido que vivió de niña, un tiempo, en un pueblo de Galicia. Me gustaría mirar por un ventanuco al interior de Nélida Piñon y atisbar su vinculación con la tierra de sus ancestros, con su Brasil natal, con los respectivos idiomas, y averiguar cómo todo ese mundo familiar y personal sirve de estímulo para la escritura.
Nélida Piñon. Hay una vena poética en el drama de la inmigración. Desde muy joven entendí que había en mis abuelos y mi padre, que llegaron como emigrantes a Brasil, un gesto audaz, un sentido utópico, que he heredado. Ellos, que me ofrecieron una patria y una lengua, me imprimieron una marca de distinción, una extrañeza que se alimentó de la acumulación de otros aprendizajes que nutrieron mi imaginación. Me volví partícipe de una genealogía de suevos, visigodos, celtas… de todas las olas humanas que bañaron la península ibérica. Una conciencia que me ha llevado a comprender que tengo una doble cultura, capaz de cruzar los umbrales griegos y hebreos, el palimpsesto humano, para crecer sin límites y radicalizar la noción de conocimiento. Tal legado permite transitar por el caos y salir ilesa sin perder las patrias matrices. A los 10 años, en Vigo, me embarqué en las culturas española y gallega. En Cotobade, mientras desentrañaba esa arqueología, depositamos los baúles que traían el imaginario brasileño en forma de productos no perecederos, que mitigaban la escasez de la época. Aprendí el gallego, que me pareció inicialmente un idioma gutural, hasta que vislumbré sus matices líricos. Sin embargo, fui inmensamente feliz en esos dos años, en los que me enriquecí con mitos, leyendas, canciones, narraciones y afectos. Gracias al gallego entré en los ríos interiores de la lengua portuguesa. Llevo en mi corazón la génesis del portugués que se enlaza con el gallego. Por eso, sin fantasías, defiendo el universo inmigrante. Como brasileña reciente, que aprovecha una visión profunda de su país sin abjurar de mi origen, tengo a mi servicio un recuerdo universal: ser hija de inmigrantes ha agudizado mi estética y mi humanismo. El sufrimiento que mi familia experimentó durante su odisea me dio un ejemplo, me libró de experimentar los mismos dolores. Y me dio una vida mejor que la suya. Una herencia que motiva el orgullo, pues esos españoles ampliaron mi vocabulario y me hicieron una escritora brasileña.
FA. Estaba yo hace un momento pensando en la presencia limitada de las letras brasileñas, en mi historial de lector y en el de mis amigos escritores más cercanos con quienes suelo conversar de literatura. Miro las baldas de mi biblioteca. Encuentro pocos nombres de autores brasileños. Veo a Machado de Assis, a Carlos Drummond de Andrade y a Jorge Amado. Veo un libro de Guimarães Rosa y otro de Clarice Lispector. Veo una antología de poetas brasileños y la veo a usted. Quizá, sin que yo caiga ahora en la cuenta, haya algún nombre más entremetido en la muchedumbre de volúmenes. Abrigo la impresión de que en todos los casos se trata de obras sueltas a las que llegué en su día con un propósito más bien exploratorio, cosa que, por ejemplo, no me sucede con los autores portugueses, más y mejor servidos a mi juicio en la prensa cultural de mi país y con una presencia mayor en las librerías. Si este desconocimiento fuera resultado de mi personal ignorancia, el problema sería sin duda irrelevante. Me afectaría a mí y ya está; pero me temo que este lastimoso desconocimiento es de índole general. Yo diría incluso que el célebre boom latinoamericano, al que se podrá criticar cuanto se quiera, pero sin negar que tuvo un efecto difusor grandísimo, se olvidó de las letras brasileñas. Pongo en duda que todo esto se deba a prejuicios negativos. No sé si usted, que recibió en 2005 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, un reconocimiento de rango superior, comparte mis impresiones. Tal vez la situación haya mejorado en los últimos tiempos y yo no me he enterado.
"A pesar de que Brasil tiene un corpus literario soberano, desde siempre ha sido excluido de esos banquetes internacionales que gobiernan la estética y reparten bendiciones y consagraciones". Nélida Piñon
NP. La literatura brasileña arrastra una dramática invisibilidad. Desde siempre, sin interrupción, hemos sido excluidos de esos banquetes internacionales que, a su arbitrio, gobiernan la estética y reparten bendiciones y consagraciones. La escasa presencia de Brasil en el mundo no obedece a una secuencia sistemática, pero mi país no forma parte de los pactos vinculados al canon occidental. Al país atlántico se le atribuye una importancia cultural reducida. Machado de Assis, figura sagrada del panteón de la patria y comparable en grandeza a Flaubert, Stendhal y otros maestros, es poco conocido. Gracias a una larga conversación con Susan Sontag, pude convencerla de ese fenómeno estético que surgió de la pobreza brasileña en el siglo XIX, en plena vigencia del imperio. Le hablé extensamente de otros creadores que incluyeron audazmente en las narraciones personajes indígenas legendarios, tal como otros crearon, bajo la lupa de la realidad, seres ficticios de diferentes etnias y clases, esclavos y libertos. En resumen, obras literarias que no eran simples réplicas de modelos colonizadores. Sin embargo, a pesar de que Brasil tiene un corpus literario soberano, la sociedad internacional controla aún hoy, y de acuerdo a criterios geopolíticos, los rumbos estéticos y determina qué literatura se encuentra en el epicentro de las valoraciones y cuáles son periféricas. Depende de Brasil ser periférico, haber sido condenado a la descomposición.
FA. Causas habrá de esta situación adversa que abarca un largo espacio de tiempo y en el que por fuerza ha de estar implicado un gran número de personas. Seguramente dichas causas se verán con mayor nitidez de cerca.
NP. Hay que repartir culpas. Por un lado, reconocer que Brasilia y sus alrededores nunca consideraron la cultura como promotora de valor, como una cuestión esencial para reforzar la identidad nacional. No hicieron nada para reducir el aislamiento de nuestro arte y nuestros talentos. Aunque, también es cierto que el creador brasileño, por temperamento, no ha demostrado en el pasado vocación del exilio voluntario, es decir, de probar suerte a donde quiera que vaya. Incluso cuando fue condenado al exilio por razones políticas, tan pronto como se agotó la penuria, aceleró su regreso a Brasil, al paraíso tropical, independientemente del beneficio que obtendría su carrera de autor si permanecise en París, Madrid, o Lisboa, ciudades que irradiaron las influencias literarias. Como consecuencia de esta postura sentimental, no tenemos una red de seguridad cuyos núcleos nos brinden alianzas sólidas. No hemos construido un puente colgante simbólico entre Brasil y Europa sobre el cual transitar para presentar nuestras obras y nuestros criterios estéticos. De nada nos sirvió el ejemplo de los hispanoamericanos, que desde el siglo XIX o incluso antes, tejieron una malla extraordinaria de acuerdos. Sin mencionar que estos países se beneficiaron grandemente de la llamada España peregrina, derivada del dramático éxodo de la Guerra Civil, que llevó a brillantes intelectuales españoles a ocupar editoriales y universidades extranjeras, donde fortalecieron la literatura en español. Como resultado de esta política prolongada, en muchos casos ingrata y discriminatoria, los autores brasileños no fueron incluidos en el admirable estallido del boom que se dio en las Américas. Yo misma, viviendo en Barcelona, seguí de cerca su evolución. El periodista Xavi Ayén planteó la hipótesis de que yo había sido la única mujer del boom, teoría que rechacé por integridad moral. Aunque tuve el privilegio de disfrutar de los conocimientos y la amistad de esos grandes escritores, descubrí que, como escritora de habla portuguesa, no tenía derecho a pedir lo que no me correspondía.
»Nos perjudicó mucho que la designación “literatura latinoamericana”, que fue una marca de valor estético y comercial, no incluyera la literatura brasileña, ignorándonos como si fuéramos parte del sureste asiático. Recuerdo al reconocido crítico y amigo Emir Rodríguez Monegal que al dar una conferencia en la Universidad de Columbia, teniendo como tema la literatura latinoamericana, no mencionó a ningún autor brasileño. Le llamé la atención y él, que admiraba especialmente a Machado y a Guimarães Rosa, se disculpó con vergüenza. Siempre he luchado por el reconocimiento de la literatura brasileña, dada su grandeza universal. Veo la deuda que el poder literario generalmente le debe a nuestra creación. Por eso me pareció conmovedor y meritorio que el Premio Príncipe de Asturias de 2005 fuese concedido a una escritora brasileña, y aún por encima, mujer.
"Diría incluso que el célebre boom latinoamericano, al que se podrá criticar cuanto se quiera, pero sin negar que tuvo un efecto difusor grandísimo, se olvidó de las letras brasileñas". Fernando Aramburu
FA. Constato complacido que la literatura me ha proporcionado buenos amigos escritores. Bien es cierto que no albergo una noción competitiva del ejercicio literario, lo que me libra de sentir como una cuchillada la fortuna ajena. Por supuesto que hay compañeros de letras con los que difícilmente podría congeniar y alguno que otro que me profesa una sostenida aversión, cosa que para el progreso universal de las artes y las ciencias carece de importancia. Dado que hace tiempo dejé la adolescencia atrás, los evito, los dejo tranquilos, no respondo si formulan contra mí algún reproche en público.
»Me gustaría, apreciada Nélida, invitarla a hablar de las personas consagradas a la literatura que han tenido un gran significado emocional para usted. Pongo por caso Clarice Lispector, autora de libros excelentes a cuya traducción el lector español, por suerte, puede acceder hoy día sin dificultad. Tengo entendido, aunque ignoro de dónde saqué el dato ni si es cierto, que usted acompañó a Clarice Lispector en el largo y penoso final de su vida. Indagando por ahí, he recibido noticia de su amistad con otros escritores y personas implicadas en la difusión de la literatura. Con Beatriz de Moura, fundadora de Tusquets y editora mía; con Ernesto Sábato; con Mario Vargas Llosa, quien, por cierto, le dedicó (junto a Euclides da Cunha, fallecido en 1909) La guerra del fin del mundo. En una entrevista de 2012 concedida a El Universal, usted se define como “enamorada de la amistad” y afirma que “el afecto redime”. Hermosas palabras.
NP. Tus palabras brillan mientras me escribes. La belleza de tu texto me disuadiría de criticarlo, en caso de que mereciese una advertencia moral. Sucumbo siempre a la amistad que se alimenta del arte, un binomio magnético que amplía el horizonte existencial. Soy propensa a afinar los sentimientos, a agradecer efusivamente a los corazones ajenos que me conceden el trigo dorado de la amistad, que hoy me llega de humanos y animales. Y distingo lo que es dádiva y lo que es veneno, la deshonra y el afecto. El mal lo dejo atrás y me quedo con las bondades. Profeso estima y admiración a innumerables pares literarios, pues mi historia no se cuenta sin ellos. No cultivo rencor, incluso si soy severamente golpeada. Me salvé asumiendo que el reino de la literatura está formado por lo excelso y lo maléfico, y que de su origen proviene lo que somos.
»Nuestro oficio consiste en escuchar los desvaríos, los escenarios desagradecidos. Vivo según una frase escrita a los 17 años: tengo apetito de almas. Entiendo nuestra precariedad, este conflicto irresoluble. Por eso los demonios y los santos me persiguen, pero yo me quedo con los últimos. Y con la amistad, pues sus rupturas y fracasos poco importan si somos peregrinos. Así, por ejemplo, conservo la presencia de Beatriz de Moura, impecable amiga de cincuenta años, a quien mencionaste, de Carmen Balcells, inolvidable amiga del alma, o de Clarice Lispector, afecto impregnado por la mutua devoción hasta el último suspiro, con su mano sobre la mía. Nunca quise que su grandeza fuera dañada. A los nombres mencionados, agrego a los generosos Carmen Iglesias y Carlos Fuentes, y a Sergio Ramírez, quien me hizo llorar cuando le dieron Cervantes. Y a muchos más seres del universo literario. Algunos permanecen cerca, otros se desvanecen en la memoria, pero les estoy agradecida, pues me redimen cuando les evoco porque soy cada uno de ellos.
FA. Permítame una confidencia. También a mí, como a usted, según he averiguado, me comunicaron años atrás un diagnóstico que, de no haber sido erróneo, me habría empujado por la vía más corta a mi final. Noticias de esta naturaleza no lo dejan a uno incólume, incluso en el caso de que luego resulten desmentidas. Creo que el susto ha tenido en mi literatura una repercusión que ahora mismo no puedo calibrar, pero que intuyo grande. Una cosa es tener conciencia teórica de la condición pasajera del ser humano. Todos, en mayor o menor medida, la tenemos. Otra cosa es sujetar en las manos, en forma de hoja de papel firmada por un médico, la evidencia del poco tiempo de respiración que nos queda. He pensado esto mientras leía su último libro traducido a la lengua española, Una furtiva lágrima (Alfaguara, 2019), de hermoso título, por cierto, que remite a la célebre aria de Donizetti. La obra tiene una notable densidad confesional. El lector descubre en ella un sinnúmero de pormenores relativos a la autora, pormenores no exclusivamente anecdóticos, sino reveladores del núcleo interior de quien escribe. No es tanto una manera de desnudarse como de definirse frente a los demás. Ignoro si en su caso esto nace, como me ocurrió a mí tras el horrendo diagnóstico, de la pulsión, el deseo o la necesidad de proyectarse personalmente en la escritura, sin el trámite intermedio de la ficción; esto es, de transformarse en un texto que acaso nos permita activar nuestra personalidad y nuestra experiencia de la vida en el pensamiento de otras personas actuales o futuras.
"Aplicar un sentido político a la belleza reduce sus efectos, muchos de los cuales surgieron de la modestia del corazón popular. Cabe a cada cual reformar el concepto canónico de lo que es bello". Nélida Piñon
NP. El anuncio de mi muerte no me arrojó a un abismo confesional ni me obligó a revisar la existencia como una especie de purificación y a esbozar un retrato favorable. Naturalmente, no estaba preparada para una sentencia que rompiera el tabú de mi inmortalidad y me alejara del epicentro de la vida, donde me había instalado con posesiones y afectos. Para diluirme en el polvo del tiempo. Reaccioné a la crudeza del médico comenzando un diario que se limitó a mi despedida, pero que pronto abandoné, porque me di cuenta de su falsedad, en favor de textos que siguieran los caminos del arte. Tras esta decisión, ninguna línea fue misericordiosa, resignada, ni sugirió una capitulación. Estaba airada y amorosa como lo estoy cuando abro las venas de la escritura. Además de luchar para creer que el juego era real, nunca una fantasía ficticia, ordené mis papeles y pagué mis deudas. Fui retirando las hojas del calendario. Mientras tanto, seguí prestando vasallaje a la literatura. Redescubrí a la escritora que siempre se había atrevido a tejer historias, falsedades narrativas, inmersa en el enigma que rodea la escritura. Eso le dio credibilidad a la invención en estado puro. Al borde de la muerte, me recuperé. El alto grado de confesión que tiene Una lágrima furtiva, refleja la experiencia acumulada a lo largo de los años de quien ha publicado casi 30 libros, entre novelas, cuentos, ensayos, discursos, crónicas y otros títulos que vinculan reflexiones y recuerdos. Representa el complejo y ambiguo edificio humano. Lo que emerge del libro indica una atracción por el arte de pensar fuera del marco ficticio. Formula conceptos que se adentran en el misterio insondable de nuestra especie y autoriza a la autora a comprender quién era ella mientras esperaba el aliento de la muerte. Resume, en fin, el banquete de la vida.
FA. Usted afirma en Una furtiva lágrima: “Personalmente, la belleza, incluso la grotesca, me emociona”. La frase expresa, a mi juicio, un pensamiento noble sobre una cuestión que el siglo XX convirtió en tabú político. Resaltar la belleza, nos dijeron, implica aceptar la existencia de espacios paradisíacos en un mundo conflictivo e injusto; sustituyamos, en consecuencia, la rosa por la crítica y la denuncia. En España tuvimos una poetisa, Ángela Figuera Aymerich, que tituló precisamente uno de sus libros Belleza cruel. Por otro lado, si no somos sensibles y agradecidos, ¿cómo vamos a ser justos?
NP. Aplicar un sentido político a la belleza reduce sus efectos, muchos de los cuales surgieron de la modestia del corazón popular. Aprisiona lo bello en un juicio puramente estético, como si solo lo que yace en esta esfera mereciera el enigma de la emoción. Cuando sugiero que la belleza me emociona, me refiero a mis sentimientos, que son privados, no públicos. Que están sometidos, por tanto, a las reglas de mi ser profundo, de mi ideario moral. Y cuando clamo por la libertad de pensar, abrazo también lo feo, lo oscuro, lo grotesco, todo aquello que me inspira piedad y comprensión. Por lo tanto, cabe a cada cual, entre sus paredes, reformar el concepto canónico de lo que es bello. Oponerse a la institucionalización de la belleza, a ese conjunto de conceptos estéticos que colonizó el humanismo.
FA. Señora Piñon, ¿se ha informado de si hay vuelo directo de Río de Janeiro a Estocolmo?
NP. Entre las dos ciudades mencionadas, además de los accidentes geográficos, el mar y las corrientes de aire, hay quimeras que pavimentan esta ruta, como la mítica Atlántida, hundida en las profundidades del océano. Sin embargo, vaya a dónde vaya, aterrizo primero en algún rincón de la península ibérica. Desde allí sigo descubriendo el mundo, apuntando a mi casa en Río de Janeiro. Me despido de este intercambio de confidencias con verdadera tristeza. Gracias a los lectores, a El Cultural y al brillante Aramburu que aprendí a querer bien. Fue una alegría ser tu cómplice.