Confesaba Lucia Berlin (1936-2004) en una de sus escasas entrevistas que siempre había buscado sentirse “en casa”. De eso precisamente trata este libro, de sus casas, de aquellos lugares que alguna vez consideró su hogar, y de cómo se acabaron convirtiendo en infiernos privados de los que tuvo que escapar por culpa de las drogas, las deudas o el desamor. De su casa natal en mitad de la nada, en Juneau, Alaska pasando por Montana, Idaho, Nueva York, México y Alburquerque, Bienvenida a casa da cuenta de los primeros treinta años de una escritora asombrosa a través de sus apuntes, cartas, relatos y fragmentos de diarios reunidos por sus hijos.
El libro gana en interés para el lector español cuando, tras abandonar los Estados Unidos, la familia se instala en Santiago de Chile, frente a los Andes, frecuentando a la mejor sociedad. De ahí pasó al Colegio Mayor Hokona de la Universidad de Nuevo México (Alburquerque), la misma en la que años más tarde daría clases el poeta Ángel González, y en la que la joven Berlin fue alumna de uno de sus escritores favoritos, Ramón J. Sender. Aunque ya entonces quería ser escritora, estudió periodismo “por error” y conoció a un joven estudiante mexicano-estadounidense de treinta años, Lou Suárez: fue su primer amor, “más maravilloso que ningún otro”, y como todos los suyos terminó muy, muy mal.
Lo que sigue es una relación de intentos de triunfar en la escritura, amores desesperados con finales feroces, hijos y adicciones, sin que en ningún momento la escritora desprenda una gota de victimismo o autocompasión a pesar de elegir casi siempre parejas tóxicas y de sufrir varios desahucios. Un relato de un viaje por Centroamérica, interrumpido abruptamente, desemboca en un recorrido por los lugares que consideró su hogar y las causas por las que los abandonó, y en una selección de cartas que reflejan lo duro que le resultó sobrevivir.