Edgardo Cozarinsky. Tusquets. Barcelona, 2019. 185 pp. 18 €. Ebook: 10,44 €
Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) es un escritor veterano. Con esto no quiero subrayar el hecho de que ha alcanzado una edad provecta, sino manifestar que goza de una envidiable madurez literaria. Se percibe en el estilo depurado de su prosa, en la elección que hace de los temas sobre los que trata y en la profundidad que imprime a lo que cuenta. Pero también se nota en aquello que no dice y que es tan importante como lo que muestra, a veces, incluso, más. Me refiero a los huecos que dejan sus historias, a las elipsis, cargadas de sentido, que son una muestra fehaciente de su inteligencia narrativa.
En En el último trago nos vamos, Cozarinsky ha abandonado la narración larga de su última publicación (Dark, 2016) y ha optado por la brevedad para entregar ocho relatos de variada extensión. El libro se alzó con el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2018, un galardón que, desde su creación, ha recaído en escritores con mucho futuro y que atesora entre sus finalistas nombres muy destacados de la escritura en español como Halfon o Soledad Puértolas.
'En el último trago nos vamos' es un gran libro de relatos que dignifica un género no menor
En el último trago nos vamos es un libro escrito desde el conocimiento de Borges y sus mundos infinitos o espirales, desde la recreación de una realidad paralela que habitan unos individuos después de la muerte y que, sin atisbo de sorpresa, se parece demasiado a la que vivimos, tal como se refleja en “La otra vida”. Estos cuentos también están compuestos desde la lectura de Chéjov y Pushkin, desde el amor al realismo ruso del siglo XIX (también a Henry James) que se relaciona con lo borgiano por lo engañoso y lo fantasmagórico, por aquello que es y no es al mismo tiempo, y que en los relatos puede tomar la forma alucinatoria de la perspectiva Nevski –la histórica avenida de San Petersburgo– o de las nieblas que emergen de las heladoras aguas del Neva.
En otras ocasiones, el trampantojo se refleja en la equivocidad de la ficción misma o en la impostura que supone toda traducción. Y casi siempre, como no podía ser de otro modo, toma cuerpo en lo metaficcional, tal como se manifiesta en el magistral relato que da nombre a todo el volumen, con sus historias enmarcadas, sus cambios de ritmo, su ruptura de la línea temporal y su reflexión activa sobre el hecho literario que remite borgianamente –lo que supone regresar al principio de este párrafo y recuperar la esencia del libro–, a la lábil frontera entre la realidad y la ficción, al juego que implica la escritura.
Los finales de estos relatos son enigmáticos o parecen abiertos, y en la lectura de todos ellos resulta imprescindible atender a los paratextos (citas de apertura y cierre, títulos), que imponen cierto orden y deshacen ambigüedades. Gran libro de relatos que dignifica un género no menor.