El pasado 14 de diciembre, el crítico Adolfo Rodríguez Posada (Adolfo Mendébil, en redes sociales) publicaba en Facebook un gráfico aclarador acerca de la realidad material de la narrativa española: recogía los 143 títulos de autores españoles o nacionalizados españoles que a lo largo de 2019 han publicado un total de 32 editoriales. La suma alcanzaba 37.871 páginas, una cantidad absurda que, según el propio autor, podría leerse a razón de un centenar diario sin tomar un solo día de vacaciones. Cabe añadir dos evidencias para acomodar el trabajo de Rodríguez a las necesidades de este texto: la primera, que nuestra lista de lo mejor del año pretende extenderse a la narrativa latinoamericana que se ha publicado en España; la segunda, que en este país hay más de 32 sellos especializados en la materia, por no hablar del fenómeno de la autoedición. Sencillamente, no hay quien lea y procese tal aluvión. Es decir: año tras año, al presentar listas que jerarquizan la producción artística de los doce meses anteriores, los medios proponemos una ficción. Lúdica, divulgativa, controvertible; pero una ficción al fin. En ausencia de una garantía de exhaustividad o de criterios compartidos, las listas sí ofrecen toneladas de pistas sobre los sesgos del lector: sesgos generacionales, estéticos, industriales, a veces de trinchera.
Al presentar listas que jerarquizan la producción artística del año que termina, los medios proponemos una ficción. Lúdica, divulgativa, controvertible, pero una ficción al fin
Este año, El Cultural reconoce Lluvia fina, de Luis Landero, como la obra narrativa más significativa que se ha publicado. Es una fábula psicológica cruel, durísima, en sintonía con una época que se nos viene cargando de malos presagios. Junto a ella, la presencia privilegiada de Antonio Muñoz Molina (Tus pasos en la escalera, otro libro para un tiempo que oscurece), Eduardo Mendoza (El negociado del yin y el yang) y Mario Vargas Llosa (Tiempos recios) puede significar varias cosas. La primera, obviamente, es la calidad de esas obras: el ciclo narrativo-biográfico en el que anda empeñado Mendoza está siendo particularmente feliz, a la espera de leer su desenlace; por su parte, el Premio Nobel hispano-peruano ha recuperado buena parte de su pulso y de su sentido de la oportunidad con esa nueva novela. La lista es también la confirmación de un proceso de fidelidad entre varias generaciones de novelistas y sus lectores, un fenómeno que cabe interpretar como otra cara de las concomitancias entre experiencia lectora y biográfica, o como la consecuencia civilizada de interpretar la literatura como una conversación a largo plazo. El Petit Paris de Justo Navarro, nueva aportación a su ciclo de negritud histórica y cirujana, es una presencia elegante y hasta cierto punto periférica, por su sujeción gozosa a las estructuras de género.
En esa misma dirección, con Nuestra parte de noche Mariana Enriquez ha entregado un Premio Herralde que es un novelón de terror no sé si ortodoxo del todo o completamente heterodoxo, pero admirable. Totalidad sexual del cosmos, de Juan Bonilla, es el caso de un tema fascinante, la vida y personalidad de la artista Nahui Olin, en manos de un autor en plenitud de facultades. Una de las mayores alegrías que encontramos en la lista es la entrada de Alba Carballal y su Tres maneras de inducir un coma, tanto por las virtudes de su escritura, divertidísima y descarada pero con plena conciencia de la tradición a la que se adscribe, como por lo que tiene de representante de una generación.
Queda hacer algunos breves apuntes personales. Las editoriales independientes han vuelto a dar un especial impulso al panorama y, entre ellas, Candaya ha rozado la perfección en la selección de su catálogo, entregando un libro, Vivir abajo de Gustavo Faverón, que me veo obligado a mencionar. Y la labor de Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez al frente de Caballo de Troya ha sembrado numerosas pistas sobre esa generación de Carballal a la que me refería, con un puñado de títulos que tal vez no estén entre “lo más perfecto” del año pero sí entre lo más vivo.
En conjunto, 2019 aparece ante nuestros ojos como un año difícil de sintetizar, no particularmente memorable, en el que algunos premios visibles han cruzado puentes inesperados (el Biblioteca Breve, hacia el populismo; el Planeta, hacia la respetabilidad ortodoxa; el Nadal, hacia la eficacia), la autoficción se ha resguardado en los cuarteles de invierno de sus cultivadores menos coyunturales, las voces femeninas nuevas han ido conformando algo parecido a una constelación. Pensando en Enriquez pero también en Javier Calvo (Piel de plata), Yuri Herrera (Diez planetas) o en el renovado catálogo del sello Aristas Martínez, se me ocurre que ha sido una temporada en la que han avanzado las mutaciones del fantástico, el weird, lo mágico, y han ganado reconocimiento. Con Un corazón demasiado grande, Eider Rodríguez ha sido la representante más significativa de la narrativa euskera ante el lector en lengua castellana, quien me temo que no esté recibiendo las traducciones necesarias de la nueva narrativa catalana (por si quieren googlear: Lucia Pietrelli, Irene Solà, Max Besora...). En fin, suficientes pistas como para confirmar que las casi 38.000 páginas contabilizadas por Rodríguez Posada se quedan cortas, y que son tan inabarcables como él insinúa. Entre ellas, seguro, se nos ha escapado algo que el tiempo nos recordará.