Cuando publicó El corazón del mundo (2016), el catedrático en Historia Mundial por la Universidad de Oxford Peter Frankopan (Inglaterra, 1971) abrió una brecha en la cada vez más cuestionada historiografía tradicional de Occidente. Huyendo de la visión eurocéntrica imperante, su libro se centraba en muchos otros actores periféricos explicando la historia universal a partir de los vínculos comerciales, intercambios tecnológicos, flujos de ideas y confrontación, muchas veces militar, de creencias a través de la conocida como Ruta de la Seda.
Fue en esos territorios de Eurasia, desde las costas levantinas del Mediterráneo hasta el oeste de China, donde surgieron los grandes imperios de la antigüedad y las grandes religiones, y donde, desde hace ya un siglo, se libra la actual y decisiva batalla por el petróleo en la que se desangra Oriente Próximo. Por eso, tras esta novedosa y exhaustiva relectura del pasado, Frankopan se lanza ahora por esa misma brecha para hablar del presente y el futuro de Las nuevas Rutas de la Seda, una vasta red comercial, económica y de infraestructuras liderada por China que es la mayor y más ambiciosa concepción geopolítica actual. “De la misma manera que en el pasado todos los caminos conducían a Roma, hoy todos conducen a Pekín”, afirma el historiador. Como somero resumen, relata que en proyectos en los que está presente el Banco Chino de Desarrollo, se incluyen 80 países, entre los que se encuentran las repúblicas exsoviéticas y los países del sureste asiático, el cercano y el medio Oriente, pero también estados de África y de Latinoamérica.
Una voracidad geopolítica que parece hoy única, pues tras la debilidad del liderazgo estadounidense que trajo el fin de la Guerra Fría, Occidente asiste impotente al auge de un gigante chino que mueve sus piezas por un tablero que se extiende ya por todo el planeta. Pero no todo es desesperanza y catastrofismo en la lectura de Frankopan. Amante y defensor de todo lo que representa la cultura occidental, su recomendación es sencilla: olvidar nuestros seculares prejuicios y abrirnos al mundo, comprender otras culturas no dando siempre por bueno sólo lo propio, lo que a nivel nacional es ya el talón de Aquiles de una Europa donde el nacionalismo reduccionista es hoy bandera. A este respecto, cierra el ensayo con las palabras de uno de los soberanos del reino chino de Zhao, quien decía que “el talento para seguir las costumbres de ayer no es suficiente para mejorar el mundo de hoy”. Palabras que siguen vigentes casi 2.500 después y que quizá debería hacer suyas una Europa exhausta.