El título de este libro, que lo mismo podía servir para una novela que para un tratado de ciencias naturales, no dirá nada a cualquier lector potencial. En abierto contraste, el subtítulo establece con precisión su contenido y objetivos, una historia política de la derecha española a lo largo de los dos últimos tercios del siglo XX. Pese a la aclaración, no deja de sorprender sin embargo que se haya elegido la actitud camaleónica como característica definitoria o distintiva de dicho sector político.
Las dos primeras preguntas que hay que hacerse y resolver son fáciles de plantear pero muy arduas de responder: en primer lugar, ¿tiene sentido hablar de la derecha, en singular, o sería más apropiado usar el plural para referirnos a esas alternativas políticas? En segundo lugar y muy relacionado con lo anterior, si optamos por la singularización, aunque sea matizada, ¿cuál sería entonces el denominador común que nos permitiría considerarla un bloque relativamente compacto y claramente diferenciado de otras opciones?
La atenta lectura de este grueso volumen arroja un balance que desmiente en buena medida la doble simplificación del título: ni unitaria ni simplemente camaleónica, sino algo mucho más complejo. Es obvio que señalo lo anterior como uno de los (muchos) méritos de este arduo y prolijo trabajo de Julio Gil Pecharromán (Madrid, 1955), prestigioso historiador de larga y fecunda trayectoria, orientado en su mayor parte al análisis del pensamiento conservador, los partidos derechistas y sus líderes más destacados (de Alcalá-Zamora a José Antonio, pasando por Franco) en la España contemporánea.
El autor combina en esta excelente síntesis el orden cronológico con los avatares de los grupos políticos conservadores
Ya desde el prólogo, el autor plantea explícitamente las cuestiones apuntadas, mencionando no solo las obvias “diferencias doctrinales y programáticas entre las corrientes derechistas” sino también las dispares recetas económicas, la heterogénea concepción de la autoridad, el opuesto modelo de Estado y hasta el distinto ethos que defienden los grupos y representantes. Pese a lo cual, argumenta, hay una continuidad evolutiva, un nacionalismo identitario y un sentido católico de la existencia que nos permiten, con excepciones pertinentes, establecer un nexo común y un aire de familia detectable en las distintas generaciones desde la Guerra Civil.
Cuatro generaciones para ser exactos, siguiendo la taxonomía del autor: la de la guerra, la intermedia, la del Príncipe y, en fin, la generación de la transición, que se han encontrado en cada caso con un país y unas circunstancias poco o nada asimilables y que, en consecuencia, han corrido desigual suerte en lo relativo al acceso al poder y el desarrollo de sus propuestas. El autor insiste en que por debajo de esa disimilitud es perceptible una constante, la “destrucción creativa” (el vocablo propuesto por Sombart y desarrollado por Schumpeter), en el sentido de pragmatismo programático y una permanente adaptación de este sector a las “condiciones del mercado político”.
Pecharromán ha optado por un desarrollo inobjetable que agradecerá el lector no especializado, pues combina de manera flexible el orden cronológico con los avatares de los grupos políticos conservadores, dando finalmente prioridad a la particular evolución de cada facción. Así, los dos primeros capítulos tratan de la unificación de las derechas desde la guerra (1937-1945) y la constitución de una “derecha orgánica” (1946-1967), pero los capítulos tres y cuatro se bifurcan ya para un mismo período (1969-1976) entre la derecha aperturista y la inmovilista. Luego, los capítulos cinco y seis retornan a 1939 para mostrar qué pasa durante el franquismo con la Falange no oficial y el carlismo. Y los capítulos sucesivos se ocupan de democristianos y liberales antes y tras la muerte de Franco.
El resto del libro –más de la mitad del mismo– se consagra a este último período, es decir, desde la transición al fin del Gobierno Aznar (2004), manteniendo el autor en el análisis de esta fase, a pesar de su proximidad, el mismo rigor y ecuanimidad que distinguen el libro en su conjunto. Es una decisión acertada, sobre todo de cara al lector más político y menos historicista. La licencia más llamativa que se toma Pecharromán en su ensayo es un sutil pero permanente talante irónico y distanciado que le permite, por ejemplo, calificar como “derecha que no quería serlo” a todo el conglomerado que se formó apresuradamente a la muerte del dictador en torno a Adolfo Suárez y su UCD.
Se entiende mejor la susodicha denominación en contraste con esa derecha relegada, comandada por Fraga, que se encontró, en expresión que recuerda a Fitzgerald, “lejos del Paraíso”. “Huérfanos del Movimiento” quedó a su vez la derecha involucionista, cuyas cabezas más visibles fueron Fuerza Nueva y los restos de Falange, mientras que una cuarta derecha del período, cívico-militar, optó directamente por la opción golpista (23-F). 1981 fue en este sentido un punto de inflexión que condujo, en un camino plagado de dificultades, dudas y retrocesos, a la formación de una “mayoría natural” que terminaría siendo liderada por Aznar y el “clan de Valladolid”.
Pero la década de los ochenta y buena parte de los noventa fueron también los años del felipismo. Las derechas tuvieron que recomponerse sin tocar poder –solo con algunas migajas en determinadas autonomías–. Fueron duros años de renovación, pero también de desconcierto y fragmentación, con unas fuertes tentaciones antisistema que solo quedaron despejadas con la llegada al gobierno en 1996: es la etapa del “aznarato” o la “derecha hegemónica”, con un rearme doctrinal y un innegable éxito económico con recetas neoliberales. Más dura resultó la caída: el último epígrafe del libro lleva un título contundente, “de las Azores a Atocha, o cómo hundirse en dos años”. Aquí termina el recorrido de Pecharromán, subrayando que a diferencia de lo acaecido en 1982 con UCD, la crisis de 2004 no trajo la debacle del PP. Pero todo lo que siguió queda demasiado cerca para la mirada del historiador, que se detiene prudentemente en este punto.
Una excelente síntesis, en definitiva.