Publicada originalmente en 1932 por Joseph Roth (Brody, Galitzia, 1894-París, 1939), La Marcha Radetzky narra las desventuras de tres generaciones de una familia desde el instante en el que, en plena batalla de Solferino (1859), el humilde teniente esloveno Joseph Trotta salva la vida del Emperador. Ennoblecido tras su hazaña, que en realidad no fue tal (vió cómo Francisco José I contemplaba el frente de batalla con unos binoculares y lo derribó antes de que pudiera acertarle un francotirador enemigo, resultando él mismo herido), el nuevo barón descubre, años más tarde, cómo se ha adornado su gesta en los libros de texto. Indignado, visita al Emperador para que se corrijan los errores pero el monarca prefiere no destruir la leyenda que engrandece su valor, y la suprime totalmente. Como el mismo Imperio, nada resulta cierto, sólo superchería y cenizas
El éxito del libro llegó demasiado tarde para su autor, que a finales de los años 20 había sido el periodista mejor pagado de Europa. Dipsómano y manirroto, su esposa era esquizofrénica y pasó por diversos sanatorios mentales, arrasando su ya menguada economía. Además, en 1933, ante el ascenso de los nazis, Roth tuvo que abandonar Berlín y regresar a Viena, de donde huyó en 1934, iniciando un exilio que sólo terminó con su muerte en París en 1939. Sabía desde 1932 que era “hora de partir. Quemarán nuestros libros y a nosotros con ellos (…) hay que irse para que solo sean los libros los que van a quemar en la hoguera”.
Pero ni las hogueras ni los nazis pudieron con él. Convertido en escritor de culto, prácticamente toda la obra de Joseph Roth está traducida al español, aunque ha sido necesario que este año se liberasen los derechos de sus obras para que dos traductores de prestigio, Xandru Fernández (Alba) e Isabel García Adánez (Alianza), vertieran de nuevo del alemán La Marcha Radetzky, para corregir y actualizar la de Arturo Quintana en Edhasa de finales de los 80.
En ambos casos se trató de un encargo, aunque en realidad, a García Adánez le propusieron traducir otro título para la nueva Biblioteca Joseph Roth de Alianza, pero, como La Marcha Radetzky es su novela favorita “con el Quijote y Los Buddenbrook de Thomas Mann, las que me llevaría a una isla desierta o donde fuera”, el editor le permitió ocuparse de ella. Y Xandru Fernández también soñaba con verter al español la que según Vargas Llosa, es “la mejor novela política que se ha escrito”.
Se trata, coinciden, de nuevas traducciones necesarias, aunque solo sea porque, como apunta X. Fernández, la versión anterior se comía frases, “tal vez por pereza, tal vez por accidente”. Y explica que, “seguramente ante la principal dificultad que plantea traducir esta novela, que es la de cómo verter el complejo mundo cultural y administrativo del Imperio Austrohúngaro, el traductor optó por simplificar esa complejidad y hacerla más llana aun a costa de perder matices en el intento. Yo he intentado allanar el camino a la comprensión de esa complejidad, no eliminarla”.
Menos fluido, más natural
Por su parte, García Adánez subraya que más que diferencias sustanciales su versión aporta más matices, en la línea de la moderna traducción. Concretamente alude a la sintaxis, “a las longitudes de las frases, y a las repeticiones de elementos, con pasajes llenos de frases cortas, con puntos entre la oración principal y la subordinada (por ejemplo, delante de ‘pero’), y elementos repetidos”. Por eso su versión tropieza una y otra vez donde podría ir más ligero. Y lo hace a propósito: “El ritmo está igual de estancado, es tan envarado y poco ágil como lo son, por un lado, los personajes en su cabeza y sus acciones, y como era la burocracia austro-húngara. También le da cierto aire de cuento antiguo, de narración oral al texto, y es muy coherente como relato de un mundo que desapareció hace mucho.”
La segunda aportación de su Marcha Radetzky es que es más precisa con la traducción de elementos culturales “porque ahora les damos más importancia y los conocemos mucho mejor”. En su versión, además, mientras los funcionarios intentan aparentar una exquisita educación pronunciando “como manda el alemán del Reich”, el Emperador “suelta lo que quiere en tono campechano y está por encima de las tonterías de sus súbditos y su habla choca con todos los oropeles que lo envuelven”.
De las nuevas traducciones surgen perfiles inéditos de Roth: irónico y poético pero también más épico y nostálgico
De las dos nuevas traducciones surgen perfiles inéditos y complementarios de Roth. Si el de Isabel García Adánez parece más irónico y poético, Xandru Fernández retrata un mundo más épico y nostálgico, porque “Roth pretende recrear un mundo que, a la altura de la época en que él escribía, ya era un mundo muerto, enterrado y sin posibilidades de renacer, y lo hace ‘inyectando’ su propia melancolía en los personajes”, comenta. Y dice más. Que leer a los autores “anteriores a Auschwitz, sobre todo a los de lengua alemana, pero también a los polacos, a los húngaros, es fundamental para entender de dónde salen algunos monstruos políticos de la actualidad”. Y que en La Marcha Radetzky hay al menos dos momentos “que invitan a la comparación con la Europa actual: el primero es la fiesta nocturna donde los invitados reciben la noticia del asesinato del Archiduque Francisco Fernando, y el segundo es el llamamiento del emperador a ‘sus’ pueblos tras el estallido de la Primera Gran Guerra. Los dos episodios sorprenden por su crudeza pero ninguno es inverosímil en un escenario actual”. Y vuelve a coincidir García Adánez, para quien la novela, con su punto de melancolía, amargura y acidez, retrata el peligro de la estrechez de miras y la falta de comunicación. “Si los personajes fuesen menos cerriles, más sensibles, más humildes y prácticos, sus conflictos podrían haber tenido otro desenlace”. Por eso, aunque el contexto y los problemas sean otros, los prejuicios y la falta de empatía siguen siendo “los peores males”. De ahí que leer el clásico resulte “esencial para concienciarnos de que podríamos estar igual de ciegos respecto al desastre que se nos viene encima.”
No es Roth el único autor alemán que les gusta abordar. Así, García Adández confiesa que le encantaría “(re)traducir” El cielo dividido de Christa Wolf, el clásico por excelencia de la RDA (de 1963), descatalogado hace décadas e casi inencontrable. Xandru Fernández, en cambio, recomienda la lectura de Thomas Brussig, “quien por cierto está muy poco traducido, que yo sepa, o Daniel Kehlmann, de quien sí hay bastantes títulos en castellano. Pero son autores que voy descubriendo casi por casualidad, y que en algunos momentos me interesan y luego los voy relegando. Con Joseph Roth o Thomas Mann eso no ocurre nunca, nunca pierden interés”.