Una pintada, real o inventada, vista en la calle es el punto de partida de este excelente libro de Juan Cobos Wilkins (Minas de Río Tinto, Huelva, 1957), una pintada que es un anuncio de alguien que se ofrece a algo insólito, nada menos que matar poetas.
Si el título es impactante, incluso inquietante, también tiene gran interés la disposición de los poemas a lo largo de todo el libro; dos a dos dialogan entre sí y las expresiones “Intenta explicarme” y “No intento explicarte”, repetidas en los títulos, se convierten en la marca de ese dispositivo dual. Con ello, cada uno de los poemas, aunque es válido por sí mismo, pierde su independencia para construir una unidad doble; uno remite a otro, lo exige, configurando una estructura dialógica, como si fuesen parlamentos de una conversación, dispositivo que solo se rompe en el poema inicial que funciona como prólogo. Explicar ¿qué? El suicidio, la nada, la soledad, el amor y varios otros asuntos más, entre los que no falta algún texto relativo al escribir, al propio quehacer del poeta en lo que es una imagen especular más.
Mediante esta estructura dialogada, este juego de petición de la palabra al otro y a la que este accede, la voz se convierte en las voces, aun cuando el sujeto de la pregunta y la respuesta pueda ser el mismo. Así, la unidad del yo queda resquebrajada, desdoblada –en el poema inicial ya se da al hablar el yo a un tú que es él mismo– y con ello sus consecuencias: la situación de habla, la visión de mundo, los juicios, etc., así, Matar poetas es un discurso coral.
Discurso coral que lo es también de otro modo, por la inserción de citas o menciones a poetas, escritores en general y otras obras de la cultura, cuya significación gravita sobre los poemas. Una foto de García Lorca, otra de James Dean, Proust, Rimbaud, Pavese, Gertrude Stein, Keats, la película 21 gramos de Alejandro González Iñárritu, Hansel y Gretel, William Burroughs, entre otros, son citados o nombrados, sin olvidar que San Juan de la Cruz, quizá el mayor poeta de nuestra lengua, está presente ya en el poema inicial. Y si las voces de estos poemas insertan muestras de literatura y otras artes, lo mismo sucede con la ciencia y se nombra el bosón de Higgs, los nuones, la osteogénesis o “la nube exterior de HOPS-68”, etc., lo que hace del habla de Matar poetas un discurso inclusivo de los discursos contemporáneos, un discurso global.
El desdoblamiento del yo en estos poemas sirve, como si en el espejo se ofreciese la propia imagen, para una reflexión que podría calificarse de filosófica, que es al tiempo un autoexamen del sujeto de la escritura y una invitación al lector a preguntarse sobre sí mismo. Pero no por ello la palabra deja de ser poética, emocionante tanto por los recuerdos que se evocan o las situaciones en que se sitúa quien habla, que llenan los versos de escenas de vida, como por las imágenes, metáforas, etc., de singular fuerza, que establecen una red de correspondencias entre lo, en principio, disímil, que habla de la reconocida capacidad creadora de este poeta andaluz. Así, Matar poetas es dar vida a la poesía.
No falta la incertidumbre sobre que la palabra no pueda alcanzar a decir la vida, “Decir ‘primavera’, / y comprender que no cabe en un poema”, y sin embargo cuando Cobos Wilkins escribe la palabra poeta, no hay duda, este poeta sí cabe en ella, es su nombre. Lo dicen todos sus anteriores libros y lo dice con rotundidad Matar poetas.