Profesor de Economía y Política económica en la Universidad D’Annunzio, en Pescara, Emanuele Felice (Lanciano, Italia, 1977) se ha labrado pese a su juventud una sólida reputación. Autor de cuatro libros y numerosos artículos, colabora en distintos medios de comunicación y es invitado asiduo en diversos foros internacionales. En España ha impartido docencia en la Universidad Pompeu Fabra, en la Autónoma de Barcelona y en la Pablo de Olavide de Sevilla.
En esta entrega ha tenido el acierto de elegir la felicidad como vehículo interpretativo de la transformación de la humanidad desde la aparición del homo sapiens hasta la actualidad. Un recorrido multidisciplinar por la historia de las relaciones entre el desarrollo económico y la felicidad en el que su preocupación constante ha sido fijar los límites que marcan la brecha entre el avance de la sociedad humana y la, con frecuencia, cruel realidad de las relaciones sociales.
El hilo narrativo de este volumen arranca definiendo la felicidad como algo marcado por la libertad personal, las relaciones sociales y por el “sentido de la vida”. Este triple eje se enriquece con la sólida perspectiva de historiador económico de Felice. Por otro lado, es también capaz de contemplar la felicidad como una ambición íntima, a veces colectiva, tan remota como la historia de la humanidad.
Felice realiza un recorrido multidisciplinar por la historia de las relaciones entre el desarrollo económico y la felicidad
En la Antigüedad clásica, la convicción de que la felicidad es el bien supremo lleva a buscar qué es lo que acerca o aleja de dicho bien. La ética, nacida como saber de la felicidad con Aristóteles, estudia qué es necesario aceptar, rechazar, promover o condenar en el comportamiento humano. Buda, Confucio y el taoísmo también engarzan la felicidad con la excelencia moral.
Alcanzar el ethos aristotélico o budista no ocurrió de la noche a la mañana. Fueron necesarias tres revoluciones que duraron milenios. La primera fue la revolución cognitiva que dio lugar a los cazadores recolectores. La segunda fue la revolución agrícola, un periodo que dos maestros de Felice, Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero y Yuval Noah Harari en De animales a dioses califican como una autentica regresión en el bienestar de los sapiens. Para el primero fue “el mayor error en la historia de la especie humana” y para el segundo “el mayor fraude de la historia”. La tercera, la revolución industrial, dio lugar a nuevos ideales de felicidad. Asentó las bases de la Ilustración y permitió a la gente pensar que la dicha se podía alcanzar en la vida terrenal.
Antes de la Edad Moderna, la felicidad era entendida por las religiones monoteístas como algo alcanzable únicamente en el más allá. La vida terrenal se entendía como un “valle de lagrimas”. En el oriente influido por el budismo se concebía la beatitud como algo alcanzable de modo individual a través de la meditación. Al abstraerse, el sujeto aprende a contemplar a distancia los problemas que le afligen. A través de la vía ascética y la negación del deseo sería posible alcanzar una “serenidad” capaz de evitar el sufrimiento y la infelicidad. (La indiscriminada difusión actual de la meditación puede tener para Felice indeseadas consecuencias como sería el apagón del deseo o la negación de las aspiraciones).
El movimiento de ideas propiciado por la Ilustración trajo consecuencias. Cambió la mentalidad individual y colectiva y la felicidad pasó a convertirse en un derecho ciudadano. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, en 1776, reivindicó como derechos inalienables de los seres humanos (todavía era legal la esclavitud) “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Ya en el siglo XX, estas páginas ponen boca arriba la infelicidad provocada por los ideales nacionalistas y comunistas
Ya en el siglo XX, estas páginas ponen boca arriba la infelicidad provocada por los ideales nacionalistas y comunistas. Tampoco ahorra munición nuestro autor a la hora criticar el ideal “liberal-demócrata”. Basar en la libertad individual y en el enriquecimiento personal la vía de llegada a la dicha estaría muy bien si no fuera porque crea desigualdades injustificables.
Por último, un aviso ante la actual “obsesión por la felicidad” alimentada por pasiones y pulsiones egocéntricas cristalizadas en esta primera parte del siglo XXI. Conviene no perder de vista cómo desde la publicidad y el capitalismo especulativo se empuja un desarrollado interesado y monetarista de la ciencia y la industria de la plenitud como instrumento de productividad y manipulación.
En este sentido, cabe recordar la invitación al Foro de Davos de 2014 recibida por el monje budista Matthieu Ricard (autor de En defensa de la felicidad, En defensa del altruismo, aquí reseñado, y En defensa de los animales). Bajo su dirección, cada mañana la élite mundial podía meditar, aprender técnicas de relajación y acercarse a las distintas facetas de la satisfacción. Hoy son muchas las corporaciones que contratan “directores responsables del área de felicidad”.
El fervor actual por hacer de la dicha obligación lleva a Emanuele Felice a recuperar una sensata obra de Bertrand Russell publicada en 1930, La conquista de la felicidad (la edición de Espasa de 1978, traducida por J. Huici, vale la pena) para tratar de establecer un punto de equilibrio entre el narcisismo contemporáneo y la dimensión altruista de la felicidad.
Si hubiera que poner una pega a este excelente y documentado libro –cincuenta y cuatro páginas de notas– sería la escasa atención a la bioquímica de la felicidad. Al fin y al cabo las hormonas, el sistema nervioso y sustancias como la serotonina, la oxitocina y la dopamina también formatean nuestro bienestar.